Carlos Rottemberg, la cara visible de la producción teatral en Argentina, le dio una entrevista exclusiva a CLG, en donde habló de su historia, del presente y del futuro
Por Mario Luzuriaga
Carlos Rottemberg es el hombre más importante en la actividad teatral de Argentina. Creador de decenas de éxitos, se considera más un «recuperador» de escenarios.
Sus inicios fueron en el cine pero su vocación por el espectáculo lo llevó a convertirse en el hombre que defiende a ultranza la actividad teatral durante todo el año.
En tiempos de pandemia, donde la actividad está frenada, Rottemberg tuvo la amabilidad de dialogar con CLG acerca de su carrera en el mágico mundo del espectáculo.
—¿Siempre le gustó el mundo del espectáculo?
—Surge de una vocación sin venir de una familia ligada al espectáculo. Los primeros indicios familiares indican que a los cuatro años me atraían los frentes de los cines cuando pasábamos por la calle. La historia familiar cuenta que cuando me llevaron a ver una película, que fue «Dumbo», me daba vuelta permanentemente para ver cuántos chicos entraban y salían del cine. Le presté más atención a eso que a la propia película. En ese momento se definió y con la ayuda de un test vocacional, se dieron cuenta que me interesaba saber por qué de los chicos elegían ver volar a Dumbo, y no la razón por la que el elefante volaba. Ya en el año 65, en la ciudad de Buenos Aires, me llevaron a ver la película que marcó mi historia: «La novicia rebelde». Ese año la vi 14 veces en el cine y no tuve dudas que en la primera escena de un día viernes, yo le dije claramente a mi familia que quería hacer eso. Mi padre pensó que yo quería ser director de cine, cantante o novicia (risas). Doy estas pautas porque me dediqué tanto en la escuela primaria como en la secundaria, en paralelo, a llevar un registro de los cines y eso fue el principio de todos.
—Un comienzo que tiene semejanza a lo que hace hoy día…
—Como se dará cuenta aún no mencioné la palabra teatro, cuando tenía 10 años tenía una colección de programas de cine y aún hoy conservo un collage de esos programas; que me permitió conocer los circuitos, las capacidades y me sentía como el encargado de los cines de todo el país. Tomo el ejemplo de Rosario y me interesaba conocer desde donde estaba el Monumental, el Gran Rex, el Broadway, lo que fue el Atlas, El Cairo y El Imperial. Recuerdo ir hasta Saladillo a un cine que se llamaba «Diana» solamente para sacarme una foto, fue una manera de aprender lo que no había. No existían carreras universitarias públicas o privadas que dictaban las carreras en relación con el espectáculo. Entonces me dediqué a dar funciones por la noche en cineclubes y con mi proyector de 16mm organizaba cumpleaños infantiles llevando películas de Tom y Jerry hasta El acorazado Potemkin.
—¿Siempre lo hizo por vocación?
—Sí, vocación. Hay un libro que escribieron Carlos Ullanovsky y Hugo Paredero que se llama «Vivir entre butacas», lo lanzaron cuando cumplí 40 años con mi profesión y justamente la bajada del título es «de la vocación a la profesión». Empecé a dar cine a los 17 años y de manera más profesional cuando alquilé una sala en la ciudad de Buenos Aires y de casualidad ese espacio tenía un escenario. Allí proyectaba cine infantil y simplemente había una señora en ese lugar, que era como el inventario, y le decía que era una lástima que no se hiciera teatro allí habiendo camarines y que por el escenario caminaran lauchas. Eso era el Teatro Ateneo, ubicado en las calles Paraguay y Suipacha en la ciudad de Buenos Aires y planteaba que me gustaba el cine. Y al estar cerrado de noche un día probé y me fue bien.
—¿Cuál fue esa primera producción?
—Fueron dos, una fue «Parra», la vida de Florencio Parravicini, protagonizada por Pepe Soriano y dirigida por Luis Macchi; eE inmediatamente después vino un éxito impresionante que fue «Eqqus»: obra de Peter Schaffer que era furor en el mundo. La protagonizaba el actor Duilio Marzio y marcó la aparición en teatro de Miguel Ángel Solá. Yo ahí iba con el Fiat 600 de mi mamá y entonces volvía por la Avenida Rivadavia a la casa de mis viejos y pensaba cómo era esto del teatro y tenía tanta recaudación dentro del coche.
—Imagino que tenía que competir con grandes productores de la época…
—Me acuerdo que pocos meses después estaba en el Olimpo de Rosario junto a Ernesto Bianco y empecé a hacer giras con la impunidad de la juventud de creer que sabía lo que estaba haciendo (risas). Quien resaltó mi trabajo fue Aníbal Vinelli del diario «La Opinión», en su nota tituló «El cachorro del león», en donde me presentaba como el empresario más joven de la historia del teatro a mis 17 años. Cuando lo leí no lo podía creer y después fue todo muy fácil, quiero decir, que luego fue un boca a boca y empecé a existir.
—Hablando de estos 45 años de trayectoria, pasaron un montón de personalidades en sus producciones.
—Voy a ser sincero, tanto en público como en privado digo lo mismo, me fue muy bien y nunca se me subió la presión en mi profesión. Lo que más me atrae de mi carrera es saber de dónde vengo que todas las lucecitas de colores del ambiente. Nunca fui cholulo de las estrellas, cuando aparece la foto trato de correrme. No es falsa modestia, sino que soy un agradecido del trato que tuvieron siempre conmigo. Me atrae más como el trabajo que me apasiona que ir a cholulear con el actor de calle Corrientes porque sea famoso. Además tengo preconceptos familieros de saber que quien quiero que me acompañe en un sanatorio, prefiero que sea un familiar o un amigo. No quiere decir que no me interese el éxito. Yo siempre pude diferenciar, que a pesar de ser un trabajo nocturno el nuestro, pude cumplir y estar a las 8 o 9 de la noche para estar en mi casa.
—¿Cuál es la particularidad que tiene Buenos Aires para hacer teatro?
—Más que Buenos Aires estoy convencido que el teatro goza de buena salud en Argentina, es una de las patas más importantes de la cultura. Por suerte hay mucho talento, porque si no lo hubiese el círculo virtuoso no se hubiera cerrado de tanta gente haciendo esta actividad. El teatro es uno de los planes elegidos por los argentinos a la hora de elegir una salida. En el caso de Rosario podemos decir que es un exponente, si uno piensa en la parte edilicia como el Teatro El Círculo, La Comedia o el Astengo, no es casual que la provincia de Santa Fe tenga ese movimiento. Recuerdo que en los años setenta se la llamaba la «Broadway argentina», porque las compañías teatrales salían de Buenos Aires para hacer temporada allí. Recuerdo que Thelma Biral ha hecho comedias años completos en Rosario. Pensemos también en toda la actividad del teatro local independiente que tiene la ciudad.
—Hablando de ciudades hay una especial para usted y es Mar del Plata. ¿Qué es lo que lo atrae de La Feliz?
—Allí puedo mezclar el trabajo con las vacaciones, no la cambio por nada. Siempre digo que tengo mi doble vida en Mar del Plata, porque tengo desde el médico hasta el que me hace la ecografía. Es una vida más relajada para los que vivimos en Buenos Aires y me permite agarrar la ruta, no cuando hay coronavirus (risas), viajar con lo puesto y llegar sabiendo que tengo ropa lista en mi departamento. Pudimos levantar salas que no existían como el Teatro Mar del Plata en donde había un estacionamiento, el Teatro América que había sido un cine y el Teatro Bristol que había sido anteriormente una confitería. Yo soy un tipo que me instalo allí, si bien viajo durante el año, pero de Navidad hasta marzo me quedo a vivir fijo. Siempre digo que hacer teatro en Mar del Plata es lo mismo que en Buenos Aires, la diferencia es que lo hago en short y ojotas (risas).
—¿Pensó que este año iba a repuntar al actividad teatral?
—El verano fue muy positivo en Mar del Plata en relación al año anterior, fue una realidad numérica. De lo que hubiese pasado en adelante no puedo decirlo debido a que llegó la pandemia. Supongo que con el fin de la cuarentena tenemos el factor del miedo de poder ingresar a las salas y el otro factor es el económico, ya que tenemos una economía muy maltrecha. Va a costar, pero apenas se termine vamos a tener que abrir de manera deficitaria, siempre y cuando lo autoricen.
—¿Tiene algún sueño que no cumplió arriba del escenario?
—No, porque a lo mejor nunca me planteé un sueño, lo que sí me interesa es la preservación de los edificios teatrales. Yo soy un defensor de eso, si un cine o un teatro se convirtió en un templo, me agarra el viejazo y me duele. Si hay algo en el que estoy chapado a la antigua, es extrañar esas salas donde había maní con chocolate en vez del pochoclo.