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Lebaker: un programa de la AMIA que acompaña a adultos mayores aislados por la pandemia


CLG dialogó con Eliana Epelbaum, coordinadora de la iniciativa, quien habló sobre las situaciones de soledad e incertidumbre que enfrenta la gente mayor y cómo los ayudan

Por Santiago Ceron

La pandemia ha traído muchos cambios a la rutina diaria, principalmente a la población de riesgo, que necesita mantener importantes cuidados. Una gran parte de la sociedad que se ha visto afectada por esto es la de los adultos mayores, que desde la llegada del coronavirus al país han tenido que recluirse en sus hogares, enfrentando una situación de soledad e incertidumbre durante varios meses. Es por eso que, para darle un acompañamiento y una contención a estas personas que atravesaban y atraviesan el aislamiento con dificultad, la AMIA readecuó y reforzó su programa Lebaker.

Se trata de un programa de acompañamiento que lleva varios años realizándose y cuyo objetivo inicial era asistir presencialmente una vez por semana a personas con dificultades físicas que no podían salir de sus casas. Con la llegada de la pandemia, la institución reversionó la iniciativa y amplió notoriamente su estructura de voluntarios para funcionar de forma telefónica con personas mayores que transcurren la pandemia en soledad.

En ese sentido, CLG dialogó con Eliana Epelbaum, coordinadora del Voluntariado de la AMIA y del programa Lebaker, quien explicó cómo viene funcionando esta destacable iniciativa y habló sobre las situaciones personales con las que se encuentran del otro lado del teléfono.

«Lebaker es un programa que funciona en AMIA hace mucho tiempo. En un principio tenía el objetivo de acompañar a algunas personas en situación de limitaciones físicas, que no tenían posibilidades de salir a la calle y que estaban resguardadas dentro de sus casas. Lo que hacíamos era supervisar y acompañar a voluntarios que vayan una hora a la semana a hacer una actividad recreativa con estas personas. La propuesta siempre fue un acompañamiento muy restringido», comenzó.

Eliana Epelbaum, coordinadora del Voluntariado de la AMIA (Foto: Gentileza AMIA)

«Cuando surge la pandemia, la idea era reversionar ese proyecto porque estábamos todos en las mismas condiciones, todos en nuestras casas. A muchos se les sumaban estas dificultades, sobre todo a los adultos mayores que, si bien algunos no tenían dificultad física, había una restricción en ese sentido y con una incertidumbre muy importante. Decidimos reversionar ese proyecto y comenzamos a recibir voluntarios, gente que tenía ganas de disponer de una cierta cantidad de tiempo para hacer llamadas telefónicas de acompañamiento a adultos mayores que venían a hacer actividades a la AMIA, tenían su rutina y que de un día para el otro se tuvieron que quedar en sus casas. Para muchos fue un shock muy importante», continuó.

En ese marco, Epelbaum hizo mención al enorme cambio que se realizó en la estructura de voluntarios para el programa: «Cuando hicimos esta reversión pasamos de un proyecto de 7 o 10 personas como máximo, a un proyecto de llamadas telefónicas de 300 o 400 personas. Sostener esa estructura fue un trabajo artesanal muy intenso y tratando de hacer que este acompañamiento tenga una estructura que se pueda sostener en el tiempo».

«Lo que nos fue pasando es que obviamente a todos nos atravesaron las mismas circunstancias, por lo que la propuesta también era supervisar y acompañar a estos voluntarios, que también les pasaba lo mismo. Muchos de los voluntarios son profesionales que se les cortó su cotidianeidad respecto de su trabajo o que tuvieron que cambiar de área laboral», agregó.

La titular del Voluntariado aseguró que «fue un proyecto que tuvo una muy buena bienvenida y que por suerte se sostuvo hasta el día de hoy». Además, contó que hoy la estructura se redujo un poco, pero que aún así quedaron relaciones muy fuertes: «Hubo muchos voluntarios que con las reaperturas tuvieron que volver a su rutina, pero que de todas maneras mantuvieron un vínculo muy cercano a quienes llamaban. Algunos hasta pudieron conocerse personalmente».

«La propuesta siempre fue capacitar a los voluntarios en una posición de respeto absoluto, de tener una mirada de alerta. Nosotros intentamos hacer que el voluntario siempre llame a las mismas personas, porque eso da la posibilidad de que se conozcan y generen un vínculo de confianza. Eso nos da la posibilidad de realizar una evaluación de alerta y saber si está triste, si está contento, si se siente solo, si está preocupado por algo», ahondó.

Sin embargo, la tarea de los voluntarios no sólo es realizar un acompañamiento emocional y de contención ante la situación de la pandemia, sino también ayudar a las personas mayores a generar mejores herramientas de comunicación, por ejemplo: «Algunos ayudaron a hacer una inclusión digital de estos adultos mayores para poder tener también un acompañamiento de sus familias con otros dispositivos. Pudieron estar presentes virtualmente en cumpleaños familiares, cosas que en otro momento hubieran sido imposibles. Algunos adultos no sabían ni manejar un celular, y aprendieron».

Soledad e incertidumbre

La población de la tercera edad fue uno de los sectores más afectados por la pandemia, tanto sanitariamente como en su rutina diaria, ya que se vieron obligados a quedarse recluidos en sus casas durante muchos meses, con pocas posibilidades de ver a sus afectos cercanos. En ese sentido, Epelbaum se refirió a las distintas situaciones con las que se encontraron: «Hubo ciclos. En principio la incertidumbre, el miedo, el pánico fue lo que nos atacó a todos. Nos puso en un lugar de desconocimiento, cosa que trae mucha angustia, porque nunca se había una situación así».

«Frente a esa angustia, la propuesta era no negar, pero sí poder hablar de otras cosas. Hicimos algunas capacitaciones para los voluntarios para sacar algunos prejuicios sobre qué es la vejez y entender que en general el adulto mayor hoy es una persona activa, que quiere hacer cosas, y a la que de repente se le cortó todo», añadió.

Además, aseguró que «desde lo emocional también se ponía mucho en juego». Y explicó: «La idea era que este proyecto sirva de acompañamiento y de sostén, siempre complementando otros dispositivos. Los voluntarios no eran responsables de la persona, pero sí les dábamos pautas de temas a trabajar para que este acompañamiento sirva más allá de lo que esté sucediendo. No negar, pero sí tratar de buscarle una alternativa diferente».

A partir del Lebaker, se generaron nuevas amistades y relaciones entre los propios voluntarios y los adultos mayores: «Los voluntarios nos contaron sus experiencias con los llamados y muchos nos dijeron ‘Yo llamaba para ayudar a otro y me di cuenta que el adulto mayor me estaba ayudando a mí’. Todo eso hace un vínculo diferente. Tuvimos muy lindas repercusiones».

Un programa que sigue activo

Actualmente, por la reapertura de las actividades y la disminución de los casos con respecto a los meses de mayor tensión, la estructura del programa ha disminuido respecto de su pico de casi 400 personas: «Hoy estamos trabajando con cerca de 180 adultos mayores activos. A esta altura ya muchos reorganizaron su rutina, adquirieron ciertos hábitos y salen a hacer sus propias compras. La idea de este programa no es que dependan del voluntario».

Si bien el país ha recuperado gran parte de su ritmo habitual, el programa sigue más que vigente y por eso desde este área de la AMIA siguen buscando voluntarios para sumarse al Lebaker. Quienes estén interesados en sumarse pueden escribir a voluntariado@amia.org.ar.

Quienes deseen sumarse este año al programa Lebaker contarán con una capacitación previa, en la que se informará acerca de las características generales del proyecto, su funcionamiento y los criterios a tener en cuenta ante cada llamado.