Mundo

Las fuentes de la inestabilidad global


Por Diego Añaños

Está claro que la guerra entre Rusia y Ucrania, y su poderoso efecto sobre los precios de los alimentos y los energéticos a nivel global, es el tema que se lleva todas las miradas. Sin embargo, dentro de la comunidad de analistas, es habitual que, además de los temas coyunturales, se intente elevar la mirada para tratar de establecer tendencias de más largo plazo. En ese sentido, comienzan a cobrar fuerza algunas visiones que plantean que hay elementos para pensar que el mundo se está dirigiendo, si no a una recesión, a un aplanamiento de la curva de crecimiento de la economía global.

El conflicto armado apareció como un cisne negro, en un contexto donde las proyecciones se ajustaban a la baja, y la prolongación de la guerra más allá de cualquier expectativa razonable, no hace más que profundizar esa tendencia. De este modo, la conjunción de varios factores coadyuvantes permite al menos poner el radar la posibilidad de una caída sostenida del crecimiento global.

Como comentamos en otras ocasiones, 2022 parecía ser un año sin sorpresas, y una de las variables que mostraban un comportamiento relativamente previsible era el crecimiento de la economía mundial. Con un 2021 arrollador, las expectativas eran que este año el ritmo de evolución fuera algo menor. La aparición de la guerra produjo una gran sorpresa, ya que no estaba en los cálculos de la comunidad internacional. Pero la extensión del conflicto en el tiempo está comenzando a corroer los fundamentos del crecimiento de la economía mundial.

En efecto, el incremento del precio de los alimentos, como el repunte del precio del petróleo, y su significativo impacto en la inflación en casi todo el mundo, así como el corte de las cadenas de suministros a nivel global, han encendido la alarmas en todo el planeta. De hecho, tanto el Banco Mundial como el FMI vienen recortado sus expectativas de crecimiento mundial.

Paralelamente, el gigante chino comienza a mostrar signos de debilidad. Por un lado, por los efectos del conflicto armado, pero también por un fuerte rebrote de Covid, que afecta fuertemente grandes ciudades como Shangai y Beijing. La nueva oleada de la variante Ómicron, ha llevado al gobierno de Xi Jinping a instaurar una política de tolerancia cero frente al virus. El cierre de actividades en las principales urbes ha producido un derrumbe del consumo privado a niveles de mediados de 2020. Como consecuencia del llamado Efecto China, los precios de los commodities vienen perdiendo parte lo que habían ganado con el inicio de la guerra.

Por otro lado, la expectativa de una Fed más hawkish (es decir, más agresiva en su política de elevación de las tasas de interés para controlar la inflación), genera temores en los mercados financieros, que vienen descontando una importante baja de los rendimientos en el mediano plazo. El principal estratega de renta variable de los EEUU de la Morgan Stanley, Mike Wilson, declaró recientemente que “los inversores con conscientes de que se acerca una desaceleración económica”.

Lo que sugiere Wilson es que los esfuerzos denodados de la Reserva Federal de los EEUU por ponerle coto al incremento del índice general de precios, podrían tener como consecuencia un frenazo importante de la economía norteamericana, y ahí sí que habría problemas. “Tenga cuidado con lo que desea”, sentenció el analista, porque una caída acelerada y pronunciada de la inflación podría llegar a ser muy doloroso para muchas empresas. Y claro, cuando el mundo está tan dado vuelta que un analista financiero representa la voz de la prudencia, y advierte al principal gobierno de la Tierra que tenga cuidado, ya que la estabilidad de precios no es la única estabilidad macroeconómica relevante, es porque estamos en problemas.

Finalmente, y no por eso menos importante, aparece una variable que siempre debería estar en el radar del análisis económico y es el nivel de la deuda global. Desde hace años que genera preocupación en la comunidad internacional, pero entre 2020 y 2021, la expansión del gasto como consecuencia de la pandemia ha elevado en 36 billones de dólares la deuda público-privada conjunta (el equivalente a la suma de las economías de los EEUU y China). Hoy representa un 353% del PBI global, o sea, tres veces y media el valor de la producción de todas las economías del mundo. Es sin dudas el elemento de alarma que menos se menciona y representa con seguridad, la fuente de inestabilidad sistémica de mediano plazo más importante del planeta.