Por Karina Batthyány, Dra. en Sociología, secretaría ejecutiva del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y profesora titular de la Facultad de Ciencias Sociales, UdelaR, Uruguay
La crisis sanitaria ante la expansión del Covid-19 pone en evidencia las consecuencias que tiene sobre la vida común la mercantilización de lo público y el mercado como eje regulador de las relaciones humanas. La pandemia ha desajustado los modelos de vida a los que estábamos acostumbrados/as, y pone en evidencia uno de los eslabones más débiles de nuestra sociedad: los cuidados. Se ha vuelto evidente la importancia de los cuidados para la sostenibilidad de la vida y la poca visibilidad que tiene este sector en las sociedades y en las economías de la región, donde se considera una externalidad y es profundamente desvalorizado. Recordemos que en nuestra región, antes de la emergencia sanitaria, las mujeres dedicaban entre 22 y 44 horas semanales a las tareas domésticas no remuneradas. Esta crisis ha dejado más claro aún que el trabajo doméstico no remunerado de las mujeres está subvencionando tanto los servicios públicos como los beneficios privados. Las desigualdades de género se acentúan en los hogares de menores ingresos y la demanda de cuidados es mayor, además de que resulta muy difícil en condiciones de hacinamiento mantener el distanciamiento social y las medidas sanitarias.
Las actividades del cuidado se intensificaron durante la crisis sanitaria, evidenciando que el trabajo doméstico no remunerado es el sostén de la vida cotidiana.
Hay que mencionar también el severo impacto de esta crisis en el empleo y en el mercado de trabajo, que afecta particularmente a las mujeres. La OIT estima que, de los 130 millones de trabajadores informales, el 53% son mujeres, por lo que en la actualidad enfrentan mayores riesgos. El aumento del desempleo también repercutirá de manera negativa en sus condiciones de vida, porque las mujeres de la región se emplean en un 49% en comercio y servicios, dos de los sectores más golpeados por la pandemia; por cada 100 hombres que viven en condiciones de pobreza en la región, hay 132 mujeres. Y el escenario actual anticipa que este indicador puede agravarse.
Otra dimensión relevante es el incremento exponencial de la violencia de género durante la cuarentena en toda la región, que ha obligado a algunos gobiernos a diseñar planes de emergencia y a poner en marcha campañas públicas para sensibilizar y denunciar esta situación. Según las Naciones Unidas, en las últimas semanas se ha producido un repunte alarmante de la violencia doméstica en todo el mundo, las llamadas por violencia de género han aumentado en un 700 %. El Informe de ONU Mujeres sobre violencia de género en momentos de Covid-19 muestra claramente que las medidas de confinamiento exacerban la violencia contra las mujeres dentro del hogar, muchas de ellas obligadas a convivir con los hombres que las violentan; la comunidad LGBTIQ reporta un aumento de las tensiones en los hogares donde sus identidades no son respetadas y la violencia se acrecienta; las mujeres y niñas con discapacidad enfrentan mayores riesgos y sufren múltiples formas de discriminación; las mujeres migrantes y refugiadas afrontan mayores riesgos de sufrir violencia física, psicológica y sexual.
En síntesis, la pandemia incrementa las desigualdades y brechas de género en la región. Se ha profundizado la crisis de los cuidados, la vulnerabilidad de las mujeres en el mercado de trabajo y exacerbado la violencia por razones de género.