El diario español El País, con la pluma de Carlos Yárnoz, reinvindica el rol del periodismo independiente, tan agotado en Argentina. Al mismo tiempo que destaca la defensa del bienestar y el interés de la sociedad, cuestiones que deben primar ante cualquier otro interés en el mundo periodístico:
La doble crisis que golpea a los medios de comunicación —la financiera y la de credibilidad— ha deteriorado la relación entre la prensa y los lectores. El negocio tradicional ha quebrado sin una alternativa clara con la consiguiente reducción de plantillas y sueldos en las redacciones y la sustitución de editores clásicos por empresarios nuevos en el sector. En paralelo, los periodistas hemos bajado la guardia con la correspondiente pérdida de confianza de los ciudadanos.
A todo ello se suman el ruido en redes y tertulias, el dominio del tráfico informativo por gigantes de Internet y las inversiones de líderes o Estados para manipular noticias. En España se añade un ambiente político en el que todo es blanco o negro, también al juzgar a la prensa.
Solo hay una respuesta adecuada frente a todo eso: más periodismo independiente y profesional. El relevo del Defensor del Lector propicia el repaso de los principios y buenas prácticas en EL PAÍS. Su cumplimiento es la defensa de los lectores, que tienen derecho a estar bien informados para entender la realidad y formarse su criterio. La salvaguardia de ese derecho como «la razón última del trabajo redaccional» figura en el Estatuto de la Redacción, donde se afirma que el periódico «rechazará cualquier presión de personas, partidos, grupos económicos, religiosos o ideológicos que traten de poner la información al servicio de sus intereses».
En el Libro de Estilo están esos principios. Una prueba de la preocupación por cumplirlos es el esfuerzo diario de los redactores. Y otra, la subsistencia de la figura del Defensor desde 1985. Diarios prestigiosos como The New York Times o The Washington Post han prescindido de ese a veces molesto cargo.
Pese a todo, los periódicos no hemos ofrecido siempre esa información rigurosa, fiable, independiente. Lo reconocen muchos profesionales de este y otros medios. Y los lectores, claro. Según un sondeo del Pew Research Center de mayo, solo el 31% de los españoles se fía de la prensa, porcentaje muy inferior al de Holanda (67%), Alemania o Suecia (64% en ambos casos).
Hemos decepcionado a los ciudadanos porque se han incumplido normas básicas. Una fundamental por la que velaré especialmente se refiere a las fuentes de información, elemento crucial para que una noticia sea o no creíble. Aun respetando el anonimato si así lo pide el informante, el periodista debe citarlas lo más concretamente posible para dar esa credibilidad.
Las informaciones, dice nuestro Libro de Estilo, «solo» pueden ser obtenidas por tres vías: la presencia en el lugar de los hechos, la narración por una tercera persona o el manejo de documentos. Y advierte: «El lector tiene derecho a conocer cuál de las tres posibilidades se corresponden con la noticia».
Raro es el día, sin embargo, en el que no aparecen noticias sin fuentes concretas. El domingo pasado, se afirmaba en una crónica: «En el PP nacional reconocen que su partido en Madrid es un ‘nido de víboras y familias’ con ramificaciones empresariales y policiales en donde es fácil arruinar tu carrera política». Semejante descalificación exige precisar más su origen.
Estos días se han publicado noticias fechadas y firmadas en Madrid sobre hechos en Suecia, Polonia o Grecia y sin mencionar las fuentes de datos que figuraban incluso en titulares. Se debiera haber compartido la firma con la agencia o el medio del que se extrajeron los elementos importantes. O al menos mencionarla en las primeras líneas. Así lo exige el Libro de Estilo que, además, aclara: «Se citará siempre una fuente cuando el periodista no haya estado presente en la acción que transmite».
A veces se usa como fuente el latiguillo «según ha podido saber este periódico», como si la noticia hubiera llegado por ciencia infusa. La fórmula solo puede ser excepcional, pero recomiendo prohibirla en la revisión del Libro de Estilo. Su coordinador, Álex Grijelmo, lo asume.
Vigilaré también la observancia de otros principios: desde evitar el conflicto de intereses hasta separar claramente información y opinión pasando por el tratamiento adecuado de las imágenes o la publicidad. Y, desde luego, por la transparencia, por contar a los lectores qué ocurre en la empresa editora o por qué el periódico publica unas noticias y desecha otras.
«El interés del lector prevalece sobre cualquier otro», afirma nuestro código. Por eso, todos los periodistas debemos ser defensores de los lectores, aunque el título lo lleve solo uno.
En los próximos días, el blog del Defensor en la web incluirá un apartado en el que responderé a quejas y sugerencias. Como han hecho mis predecesores, también trataré temas específicos en artículos que aparecerán en la web y el papel.
Para todo ello, les animo a que participen para mejorar nuestro periódico, su periódico. En la primera intervención ante los periodistas del diario, la actual directora, Sol Gallego-Díaz, afirmó: «En esta redacción solo se pide obediencia al Libro de Estilo». Pues eso.