Por Carlos Duclos
Las redes estallaron cuando se conoció la triste noticia de que un trabajador de la desamparada empresa Mefro Whell (desamparada por empresarios, pero sobre todo por el Estado) se había quitado la vida. La Unión Obrera Metalúrgica en un tuit se expresó en estos términos: “Con profunda tristeza y bronca, desde #UOMRosario tenemos que informar que un compañero de Mefro Whell se suicidó. No pudo soportar la humillación de no poder trabajar. Hasta cuándo soportar la ausencia de un estado que olvida a sus trabajadores. Antonio Donello Uom y Comisión Directiva”.
Y este penoso suceso -que muchos medios reflejaron porque podría tratarse de un caso social paradigmático y que otros callaron escudándose en el principio de que hay noticias que no se publican, sin considerar que hay excepciones cuando se trata de un dolor que aflige a toda la sociedad y puede poner en tela de juicio políticas de Estado- es probable que refleje una realidad que no se puede soslayar.
No se trata, aclárese bien, de usar esta situación para dar golpes bajos y hacer política de baja estofa, sino de llamar a la reflexión respecto de que el país, la sociedad argentina parece haber entrado en un túnel sombrío signado por el desempleo, los salarios magros, la inflación y la parálisis del mercado interno.
Muchos argentinos pusieron sus esperanzas en un gobierno que, globos en mano y baile en escenario, prometió felicidad, pero las metas están muy lejos, tanto que no se ven y la angustia reina en muchos hogares. No hay plata o no alcanza. Sobre los trabajadores (comprendiéndose en el término trabajador a todo aquel ser humano que con su labor se edifica a sí mismo y al grupo) la incertidumbre pesa como una espada de Damocles.
Esta es una realidad que la ideología o la pasión partidaria no pueden soslayar; a menos, claro, que los intereses personales y sectoriales estén por arriba de los seres humanos y de la Nación.
El gobierno y sus aliados poseen recursos publicitarios eficientes y eficaces, discursos a flor de labios, pero no se puede gobernar de la mano de los asesores de marketing, echando al viento frases y operaciones que luego la realidad diluye. Eso sirve para ganar una elección, para andar tironeando un tiempo, pero no para siempre.
Si bien es cierto que en todo caso nada se repara en un año o dos (para aquellos que gustan de recordar el pasado), también lo es que en ese mismo lapso debe haber muestras de avances. Aquí el desarrollo es una utopía, una propaganda, porque el país es una caja automática que está en reversa permanente. Y que lo diga la inflación, a la que el gobierno creyó que podría poner por “decreto y voluntad” en en un 15 por ciento, pero que la realidad se ocupa de atravesar esa barrera ilusoria. Que el jefe de Gabinete Marcos Peña insista con un 15 por ciento, como lo ha hecho en las últimas horas, es algo así como una broma para Videomatch. Y que compare los actuales guarismos con anteriores, olvidando que la economía está enfriada, es preocupante.
Para lo único que sirvió el proclamado estimado del 15 por ciento, es para poner freno a los salarios de los trabajadores. Dicho en otros términos, para llevar el salario a guarismos que le convenga al poder económico y que sumerja en la angustia a miles de familias , como está sucediendo.
Todo esto lo paga ya de diversos modos la clase media (como siempre) y es posible por la disgregación que existe en el país, por la mezquindad de la clase política, por la ausencia de educación y ecuanimidad a la hora de discernir. Y, por supuesto, por esa pasión rayana en el fanatismo que pulula por todas partes
La cosa no está nada bien y, como siempre, mientras hay desocupación y pobreza, robos y homicidios como consecuencia de falta de inclusión, los precios, tarifas y costos de servicios suben por el ascensor al vigésimo piso, los salarios se quedan en el primer descanso de la escalera, si es que hay salarios, y la verdad se advirte en miles de rostros con miradas tristes.
(La imagen corresponde a un dibujo de Lowis Rodríguez)