Opinión

La política y la felicidad


Por Carlos Duclos

“La felicidad es la finalidad última de la existencia humana”. El pensamiento le pertenece al padre de la filosofía occidental, Aristóteles, y es cierto: el ser humano quiere ser feliz, ese y no otro es su propósito durante su paso por este mundo. Sin embargo, a partir de este aserto hay algunas preguntas que surgen y que merecen una respuesta: ¿Qué es la felicidad? ¿Cuál es la esencia de la felicidad? Y por último: ¿Por qué cientos de millones de personas no pueden ser felices?

Como se verá, las respuestas podrían ser consideradas en un tratado de filosofía,  y de hecho muchos maestros han hablado sobre el tema profundamente. Pero esta opinión es más superficial, mucho más superficial y ajustada al contexto en el que desarrolla su vida el ciudadano argentino. Ensayemos algunas respuestas: ¿Qué es la felicidad? La felicidad no es mero placer o goce eventual, aunque a menudo se la confunda con él. El placer forma parte de la felicidad, pero no es su esencia; la felicidad es un estado de paz de la mente que es goce en los momentos de prosperidad y calma esperanzada en los momentos de adversidad. Es decir, la felicidad no desaparece en los momentos adversos, adquiere la forma de “lucha”. Lo que desaparece en la adversidad es el placer, que es sustituido por la tristeza, pero no la felicidad. Parece absurdo, es cierto, pero un hombre feliz es aquel que no renuncia a la batalla. Por eso felicidad debe definirse como “el estado de paz de la mente que goza en los momentos buenos y lucha esperanzada en aquellos que son malos”. Un ser humano feliz es un sabio que comprende que la vida es un péndulo y que debe ser prudentemente gozoso en los instantes prósperos y conservar la calma esperanzada en aquellos que no lo son.

¿Por qué tantas personas no pueden ser felices? Un proverbio sueco dice que aquel que quiere cantar siempre encuentra una canción. Podría decirse, traduciendo, que siempre hay un motivo para ser feliz o, al menos, para no perder la felicidad. El asunto es que muchos valores y gracias no se advierten o se dan por cosas normales que es una obligación de la vida dárnosla, incluso la misma vida. En muchos casos el hombre no le presta ninguna importancia al milagro de la existencia, al bien de la salud, a poder disfrutar del sol, de las estrellas, de una compañía, de una flor, etcétera. Siempre hay una canción para cantar, siempre hay una razón para ser feliz.

Es cierto, y no puede soslayarse el hecho, de que la felicidad vista como el placer, por el goce de vivir, está condicionada por factores exógenos, por cosas que están más allá de la propia voluntad. Cuando un gobernante adopta medidas que son perjudiciales para el ser humano, este pasa de la felicidad activa (goce) a la felicidad pasiva (lucha). Y en Argentina, la felicidad pasiva (sobrevivir) es ya casi como una “forma de vida”, un acervo cultural. Deplorable.

Y esto sucede porque los gobernantes no tienen corazones sensibles ¿Cómo puede gozar un jubilado que percibe diez mil pesos por mes? ¿Cómo puede gozar una mujer a quien no le alcanza el dinero para alimentar a sus hijos? ¿Cómo puede sentir placer un joven que no consigue trabajo porque el país no ofrece oportunidades? ¿Cómo puede sentir placer un comerciante que advierte que debe cerrar su negocio y que tiene al Estado como socio metiéndole las manos en la caja de forma desmedida? Toda esta gente, muchísima, lucha, sobrevive, su felicidad se transforma en batalla y, muchas veces, la felicidad desaparece y se vuelve depresión y eso es una tragedia. Esta es la tragedia política argentina en la que hay, sin dudas, muchos responsables.