Un ejercicio íntimo y cotidiano para escuchar(se): palabras como refugio, oportunidad y gesto consciente frente al ruido del mundo. Por Gustavo Quintana (especial para CLG)
Por Gustavo Quintana – Especial para CLG
Dicen que al poner el oído en la cavidad de una caracola podés oír el mar. Yo elijo procurarme mi propia ilusión diaria. Cercana y factible. Y es que siempre llevo encerrada una palabra. La llevo atrapada entre mis dos manos unidas. Cuido de dejar un pequeño orificio entre los dos pulgares. Para que respire ella. Para escucharla yo. Cada día -y a libre demanda- arrimo mis manos a mi oreja y ella suena distinto. Claro a veces ruge como aquél. También me arrulla y brinda paz. La que llevo no es una palabra escrita. Es una oportunidad hablada!
Uno se debe a sí mismo muchas cosas que se le olvidan. O que se van cayendo sin más. Pero la espuma -y también la sal-, el aleteo -y también un graznido-, la orilla -y también las huellas-.. Debiéramos conjurarlas entre nuestras palmas. Asirlas con cuidado. Percibir su volumen, textura y peso. Su impronta. Dale hacé el gesto. El ademán de tomarlas. Ellas están ahí volando.
Sólo debés ‘pescar’ la que necesitás. La que no aporta se deja ya que esto es pesca con devolución. Una circularidad. Acá no se usa la red de la avaricia. Dale agarrá una. Sé suave. Ellas y vos se lo merecen. Llevala a tu oreja. Qué oís. Escuchala bien. Escuchate.
