Opinión

La otra cara de la política


Por Carlos Duclos

Hay otra cara de la política, es la otra realidad, que algunos pocos ven desde lejos, tratan de comprender y alcanzar, y que otros no pueden divisar porque los cegó la ignorancia o la mezquindad. Es la verdadera cara de la política, subyugada, pisoteada casi siempre, que se entiende como el vehículo para lograr la sublimación de la persona en lo material, lo intelectual y lo espiritual; la que se define como el altruismo en su máximo esplendor; la que busca la realización de todas las criaturas pertenecientes a un grupo social o a la humanidad. Esa es la verdadera cara, la pura, la libre de máculas y no la burda copia que es esta grotesca politiquería que ponen en acción ciertos dirigentes, pésimos conductores de la masa que se aprovechan de ella para saciar sus apetitos personales o sectoriales.

Esa clase de política, la genuina, la verdadera, es el reflejo viviente del “Santo Grial”, de la “sangre real”, de la sangre de Aquel que dijo: “No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corroen y donde los ladrones socavan y los roban.  Amontonad en cambio tesoros en el Cielo, donde ni polilla ni herrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan ni roban.  Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón”. Y lo cierto es que el corazón de muchos dirigentes y líderes, políticos y no políticos, está hoy en sus tesoros hechos de poder vano, de riquezas que jamás estarán en el catafalco final que los llevará al otro mundo. El bien del prójimo solo figura en su agenda electoral, a la hora de prometer. Después…

Si la política no es fraternal y honesta, no es política

Dirigentes de todo tipo que se han olvidado del prójimo, que han olvidado que Dios no estableció un mundo para que sus criaturas sufrieran, sino para que fueran felices. En efecto, porque el fin supremo y más elevado de toda criatura es la felicidad. Como decía el filósofo Epicúreo, el propósito es obtener la ataraxia, es decir una suerte de paz interior, en donde ni la mente ni el espíritu están perturbados por temores que provengan de la injusticia ni de las vanas cosas del mundo.

Sí, el hombre y las demás criaturas que lo acompañan en el paso por este mundo fueron creados para disfrutar de la vida y para elevarse material y espiritualmente. Sin embargo, una mezquindad propia de la energía maligna sojuzgó a casi todos para que unos pocos se elevaran materialmente (y al mismo tiempo se degradaran espiritualmente). Y por ese frenesí de esos grupos minúsculos sufren todos: pobres, medio pobres, medio ricos, ricos, porque a todos le tocan, de una forma u otra, los efectos de esta perversidad. Unos sufren hambre de alimentos, de digna vida material, y otros tienen hambre de paz, de orden. Unos viven llorando por la falta de un pedazo de pan y a otros los corroe el vacío existencial y el temor de ser despojados de sus bienes. A todos, sin excepción, los aprisiona un planeta devastado, un mundo inundado por la contaminación (en aras de mayores riquezas, de más dólares) caldo de cultivo para enfermedades que se llevan prematuramente a ricos y pobres.

No caben dudas de que el sagrado valor del libre albedrío ha sido mal usado por los seres humanos, de allí que la responsabilidad de los males que aquejan a tantos, esa angustia social que lamentablemente viven hoy millones de inocentes, no pueda ser achacada a Dios, sino a la brutal perversidad de un grupo poderoso y minúsculo, poder concentrado, a cuyo servicio están los capataces cipayos políticos de diversos signo y de muchas naciones, quienes mediante argucias, mentiras, hipocresías,  manipulación, escondidos en las sombras, concretan negocios y acuerdos espurios y arrean a los buenos y a su descendencia a un abismo.

Y para terminar, si bien es cierto que hay responsabilidades de quienes se ponen la máscara de la política grotesca, no lo es menos que a veces y en buena medida el gigante duerme, o está obnubilado por sus pasiones y no acciona para que la política use su verdadero rostro y actúe con su natural corazón: al servicio de todos los seres.