Simple, sonriente, y acompañada por “Tinta”, una gata dulce, cariñosa y ronronera, Silvia Tróccoli, la esposa del actual presidente de la Cámara de Diputados de la provincia y candidato a gobernador, Antonio Bonfatti, espera a Con La Gente Noticias en la puerta de su casa. CLG pactó una entrevista que se desarrolla entre la calidez y la sensibilidad de una mujer que fue funcionaria y se ocupó con ahínco y efectividad del problema de la discapacidad en la provincia, y unos mates bien cebados con una yerba misionera que, según la anfitriona, es única. No se equivoca.
La vida, su enfermedad superada con esfuerzo, la balacera contra su casa y cómo es ser la esposa de un político, son algunos de los temas tratados. “Cuando veo que una pequeña intervención del Estado, de lo que hemos hecho, hace feliz a la gente; eso me pone más feliz todavía”, dice Silvia Tróccoli y añade que el término “narcosocialista fue una operación política”. Sensible, amante de los animales, expresa que se hermana con el sufrimiento del otro y asegura que su esposo “lo que dice lo hace”.
—En un momento de su vida, cuando su esposo Antonio Bonfatti era gobernador, usted pasó por una grave enfermedad. ¿Eso le modificó la mirada de la vida, le hizo reflexionar?
—Creo que sí. Cuando uno pasa por momentos fuertes en su vida, siempre lo piensa. Aunque por supuesto todo el tiempo uno está reflexionando sobre la vida. Yo todo el tiempo estoy aprendiendo, de los demás, de las cosas más simples, valorándolas más. Aquel fue un momento fuerte que lo he superado, que no se repitió. Tuve una enfermedad que fue detectada a tiempo y estoy mucho mejor que antes. Me acuerdo que cuando me iban a operar, tenía un gato con paladar ojival y lo había hecho operar varias veces porque no podía respirar y tenía infecciones reiterativas. Antes de salir le puse varias inyecciones que eran corticoides y antibióticos que era lo que utilizaba para sobrevivir y fue lo último que me acuerdo antes de ir al hospital, porque pensaba que no volvía. Uno siempre es trágico con esas cosas. No solamente volví, sino que a los 15 días estaba trabajando. Ahora estoy mucho mejor. Sí, en aquel entonces me pareció que las flores, todas las cosas, cobraban un valor diferente: los animales, las personas que estaban rodeándome, mis nietos, mis hijas. Yo en general siempre he valorado la vida, las cosas.
—Le gustan los animales
—Sí, me encantan.
—¿Por qué, qué ve en ellos?
—Yo me hermano con ellos. El ser humano es un animal pensante, pero los otros animales son hermanos también. Somos todos de la especie animal y tengo un gran cariño por ellos. Me causan mucha felicidad. Soy muy cariñosa con los animales, me resulta fácil hacerles cariño.
—¿Va a seguir rescatando animales? Usted es una de esas mujeres o personas que ven un animal malherido y lo rescata ¿Verdad?
—(Ríe) Sí, por supuesto. Lo voy a seguir haciendo porque no puedo ni debo hacer otra cosa. Yo en este momento, tengo seis animales (gatos y perros) que para algunas personas serán muchos, o pocos, no sé. Nosotros en casa, los tratamos como a integrantes más de la familia y cada uno tiene sus particularidades. Por ejemplo: si quiero dormir el domingo, no puedo porque se levantan a las 7, me raspan la puerta, maúllan, me van a buscar a la habitación para que les de de comer, aun cuando tengan comida porque son los más obsesivos, les tengo que poner un poquito más. León (el gato) es tremendo, y Tinta también. Como acostumbro en la semana a levantarme a esa hora, ellos se acostumbraron y me despiertan. Bueno, yo lo hago con alegría. A veces vienen mis nietos, mis hijas y me dicen “¡pero qué malcriados que están todos estos bichos, te tienen de esclava!”. Pero es así, eso es el amor.
—¿Es sensible?
—Sí, yo me hermano con el sufrimiento del otro. Sea animal, persona, hasta los árboles. Cuando los veo torcidos por la calle voy y les pongo un palo. El sufrimiento me hermana con el otro. Y, obviamente, con todas las personas más desprotegidas y vulnerables, yo estoy siempre jugada por ellos. Siempre estoy ahí, a veces hasta demasiado. Y digo demasiado porque hay allegados que me dicen que es demasiado como estoy todo el tiempo pensando en el otro. De todas maneras, mi vida es así. Vengo de una familia a la que le interesaba el otro como semejante. Estoy conforme con eso, no es un sacrificio.
—Se la recuerda como una funcionaria preocupada y ocupada en muchas obras a favor de la gente discapacitada, ¿sigue interesada en ese tema?
—Sí, sin dudas. Yo dejé de trabajar en la gestión, pero no dejé de preocuparme por ese tema. Es más, no quise cambiar mi número de teléfono porque había mucha gente que lo tenía y quería que gente de los pueblos del norte, del sur, de lugares muy alejados, siguieran teniendo contacto y a quien llamar; más allá de que la hiciera yo o no a la gestión. Facilitarles un cómo hacer determinadas cosas, cómo escucharlos. Yo sigo en eso y creo que hasta los últimos días de mi vida voy a seguir estando al lado de los más vulnerables.
—Un hito importante en su vida y en la de su familia fue cuando balearon su casa, ¿cómo vivió ese episodio, qué sintió?
—Fue una cosa muy dura también. No lo esperaba. Yo en principio pensé que eran petardos, no me entraba en la cabeza, pensaba que, como había un partido de fútbol, habían tirado petardos dentro del patio. ‘Son balas’, me dijo Antonio y nos tiramos al suelo. Me asustó eso. El shock hizo que no pudiera darle la dimensión real al hecho en el momento. Después empecé a pensar: ‘qué mala que es la gente, cómo pueden hacer algo así’. Porque es un ataque a una institución también, a un gobernador. Esto pasó porque justamente había puesto presas a estas bandas el gobierno de Antonio. Fue una clara amenaza, fue decirnos: ‘Mirá lo que podemos’. No fue nada agradable. Lo peor fue lo otro, el pensar que encima que nos hicieron eso nos empezaron a acusar de que estaba implicado Antonio.
—¿Qué siente cuando dicen que su esposo o cualquier otro integrante del socialismo es “narcosocialista”?
—Eso me da mucha bronca, es una injusticia. Siento que la víctima se transformó en el acusado, es una cosa tremenda. A la víctima la acusan de algo que es totalmente injusto, y está probado.
—Lo de narcosocialista, ¿lo atribuye a una operación política que viene de hace tiempo?
—Totalmente, política y de prensa.
—¿Es difícil ser la esposa de un político?
—Todo el mundo cree que es re fácil, pero no es para nada fácil. No digo que me rasgo las vestiduras, pero no es fácil. Hay muchas cosas a las que estoy expuesta. Estoy siempre mirada, observada. Una vez una persona le dijo a una amiga: “vos sos amiga de ella, con lo soberbia que es”, pero no me conocen, lo suponen. Suponen cosas extravagantes, pero soy la persona menos soberbia que existe sobre la tierra.
—¿Lo va a votar a Bonfatti?
—Sí, lo voy a votar.
—¿Y por qué lo debería votar la gente?
—Porque es honesto. Es una persona íntegra y más allá de la propaganda, es verdad que lo que dice lo hace. Yo soy la primera que cree en él. Pero no porque estoy enamorada o porque lo quiero mucho, porque hace tantos años que estamos juntos… Realmente pienso que él viene de una familia de clase media, que sabe cómo son las cosas, que estudio, se preparó. Toda una vida estuvo trabajando y abocado a los demás, y esto no es poco. Con muy pocos intereses personales, casi nada. Él es poco ambicioso en lo personal, todo está para los demás y eso no se encuentra en cualquiera.
—¿Usted es feliz?
—No todo el tiempo, pero trato de serlo y encontrar en las cosas, en mis nietos, en mis hijas, en los animales, en Antonio, momentos de felicidad. El lazo con los otros me hace feliz. Cuando veo que una pequeña intervención del Estado, de lo que hemos hecho, hace feliz a la gente, eso me pone más feliz todavía. Comprarle un audífono a chicos que no van a ser sordos, esa pequeña cosa, que es ínfima, o bien saber que alguien que estaba acostado en una cama y que el Estado le dio una silla de ruedas y puede salir al supermercado, esas cosas tan chiquitas, eso me hace muy feliz.
—¿Qué cosas le gustan?
—Los animales, las plantas, me gusta estar con mis amigos, ver películas, leer. Viajar no me gusta tanto, a veces no quiero ni irme de vacaciones, me gusta estar con las cosas chiquitas mías. Me gusta tomar mate a la mañana con mi tío y hablar de libros y de la vida, cuando me visita los domingos.
—¿Cocina bien?
—Sí, cocino (risas) Me gusta hacer las cosas que hacía mi abuela, las pastas. Eso lo cocino muy bien. Cuando Antonio me dice de invitar a alguien, yo hago pastas porque tengo asegurado el éxito. Las cocino, amaso, tengo para hacer fideos, ravioles, capelettis.
—¿Qué espera de la vida?
—Más de esto, de cosas simples. Más cosas cercanas, amor, que tengo mucho, pero más de lo que tengo. Siento que los que me conocen me quieren y esto es suficiente.
—Si su esposo es gobernador, ¿le va a pedir algo?
—Yo siempre le pido cosas. Para mí nada, pero que tome con calma las cosas. Que pueda ser eficiente y pausado, eso le quiero pedir a él como persona y que se cuide. Y también que pueda cuidar a la gente, y justamente a los más desprotegidos que son los que más necesitan. Que lo que ha hecho y lo que propone, de generar más trabajo, producción, es lo que necesita la gente. En realidad yo no tengo que recordarle nada porque lo sabe muy bien. Yo lo acompaño más que pedirle. Lo acompaño en las decisiones que compartimos, porque ideológicamente compartimos muchas cosas, por eso estamos juntos y por eso somos un equipo.