Opinión

La invasión rusa a Ucrania: la historia de una profecía autocumplida


Por: Juan Francisco Venturino (*)

A un mundo inestable, saqueado, socialmente desigual, injusto y contaminado debemos incluir el fantasma de la guerra fría que sobrevuela sobre los vestigios del mundo bipolar.

Sostengo que toda guerra es un engaño y que existen sólo dos tipos de guerras: las caras y las muy caras. Pero la guerra seguirá siendo una buena opción y un negocio en un planeta repleto de armas.

La inestabilidad y las hostilidades están signadas por un ínfimo número de líderes políticos y algunas decenas de corporaciones globales que han reducido al planeta tierra y sus inconmensurables riquezas a un estúpido, peligroso y siniestro juego de suma cero.

Si recorremos la historia de la humanidad, desde la noche de los tiempos, los hombres se han enfrentado los unos a los otros por incomprensión, miedo, desidia, ambición, avaricia y odio. Sin embargo, la guerra se define por su contexto histórico-social más que por las partes involucradas.

La forma en que los neandertales se extinguieron sigue siendo un enigma y motivo de álgidos debates entre expertos en el tema.

Por un lado, podría deberse a un conflicto con los humanos modernos originado por la rivalidad en los recursos naturales. Si bien no están absolutamente claras las razones por las que los humanos de la prehistoria iniciaban la guerra, lo cierto es que el desarrollo de material bélico, a través de los tiempos
marcados por la historia de la humanidad, es un proceso determinado por los ingentes esfuerzos.

Prácticamente todos los avances de la ciencia moderna estuvieron ligados a los laboratorios de la guerra en términos materiales, de desarrollo tecnológico y personas altamente capacitadas.

En esa lógica siniestra las potencias bélicas acumularon poder de fuego y destrucción en una forma escandalosa. La carrera armamentista iniciada revela un panorama aciago y desalentador.

Existe en el mundo suficiente arsenal de destrucción masiva como para terminar varias veces con nuestro planeta, que a pesar de las fantasías marcianas de migración, sigue siendo el único hogar para la vida y la humanidad.

Por ese motivo, la sola tenencia de ese tipo de armas se suponía debería proyectar un gigantesco poder de disuasión, sin embargo puso al mundo en un escuálido equilibrio de poder por tiempo indefinido.

Se multiplican los mensajes mendaces sobre las bondades de una industria militar (la gran beneficiaria del gasto militar), que crea puestos de trabajo, ayuda al desarrollo tecnológico del país a través de I+D (investigación y desarrollo), pues fortalece el crecimiento y enriquecimiento de la economía.

Cuestiones que han sido extensamente analizadas por otros muchos investigadores que demuestran precisamente lo contrario.

Como simple ejemplo, cabe recordar el «milagro» económico de las devastadas Alemania y Japón después de la Segunda Guerra Mundial y cómo se desarrollaron rápidamente gracias a la prohibición de tener ejército e industria militar.

En la actualidad, Rusia conserva el segundo ejército más poderoso del mundo, por detrás de Estados Unidos, y es el segundo mayor exportador de armas del globo, pero en términos relativos tiene más cabezas nucleares activas que el propio EE.UU., que, según la Federación de Científicos Estadounidenses, posee 5.977 ojivas nucleares, aunque esto incluye «alrededor de 1.500 que están retiradas y listas para ser desmanteladas».

Además, tiene la «Bomba del Zar», que es un arma de destrucción masiva 3.800 veces más poderosa que la bomba nuclear que destruyó Hiroshima.

Aunque desconocemos a ciencia cierta cuál es la cantidad confirmada, las estimaciones más serias indicarían que Rusia es la potencia con mayor arsenal nuclear del mundo.

Por su parte, el presupuesto militar de EE.UU. trepó hasta 760.000 millones de dólares y si lo dividimos por su población total arroja un gasto de casi 2.300 dólares per cápita, destinando el 3,7% del PBI anual.

El Pentágono tiene previsto desembolsar una fuerte inversión en investigación y desarrollo de equipos militares de alta gama, así como aviones de combate militares no tripulados, defensas cibernéticas, de inteligencia e hipersónicas.

Cuando hablamos de armas nos estamos refiriendo a lo que conocemos como sistemas de armas. Pero dentro de la casi interminable clasificación, nombraremos algunas y analizaremos particularmente las armas de destrucción masiva.

Rusia cuenta con un sistema de misiles Avangard, que se diferencian de un misil balístico tradicional, cuya trayectoria se puede anticipar. Ese sistema está compuesto por cohetes balísticos intercontinentales, equipados con una o varias ojivas con velocidad hipersónica (superan la velocidad del sonido y en algunos casos, la duplica o triplica). Esos misiles son capaces incluso de alterar su trayectoria y cambiar de rumbo evitando defensas, como el escudo antimisilístico de Estados Unidos, para alcanzar sus objetivos.

La conocida como «Bomba del Zar» o «Bomba emperador» es una bomba de fusión de hidrógeno que se probó el 30 de octubre de 1961, en plena Guerra Fría, y su efecto se pudo sentir a más de 1.000 kilómetros desde el epicentro de su explosión, que alcanzó los 64 kilómetros de altura y 100 kilómetros de extremo a extremo.

Hoy el panorama en términos de tensiones es un escenario solo comparable con la crisis de los misiles.

Cuando ya estaba todo lo suficientemente mal con el ambiente pospandemia de Covid-19 y sus secuelas económicas y sociales, a esto se le sumó una invasión y una guerra convencional.

Esta inestabilidad de poder y el resurgimiento de las tensiones y las hostilidades amenazan y comprometen el delgado equilibrio y podrían empujar a una Tercera Guerra Mundial o a una guerra total o probablemente hacia la última gran guerra. Entiendo que el poder de destrucción con el que cuentan las principales potencias se multiplicó miles de veces en los últimos 75 años.

En esta instancia y con los arsenales con los que cuentan las principales potencias armamentísticas, es estúpido o hipócrita pensar que dejarán de invertir en tecnología para la guerra.

Por otra parte, y no de consideración menor, la industria armamentista refuerza el modelo económico extractivista de las grandes corporaciones transnacionales que esos Estados apoyan y que tienen sometido al planeta en la crisis socio-económica ecológica que no solo amenaza la supervivencia de la humanidad, sino que pareciera que la conduce indefectiblemente por un camino con atajos hacia la próxima extinción masiva de la vida en el planeta tierra.

(*) – Juan Francisco Venturino es abogado y analista internacional.