El aislamiento de individuos data desde el antiguo testamento y ha pasado por casos como la Lepra, la Peste Negra, la Fiebre Bubónica, hasta llegar al coronavirus
El aislamiento de individuos data desde el antiguo testamento y ha pasado por casos como la Lepra, la Peste Negra, la Fiebre Bubónica, hasta llegar al coronavirus
El brote de Coronavirus que tiene alerta a todo el planeta no es el primero que azota a la población mundial. El epicentro se encuentra en Wuhan, pero se ha expandido a los cuatro costados del mapa y, como la historia marcó, se ha empleado un método sobre la ciudad china que no es nuevo: la cuarentena. El diario español La Vanguardia recapituló más de 3.000 años de epidemias y contó qué otras enfermedades tuvo en vilo a la salud internacional.
En un intento desesperado por frenar la expansión del coronavirus, China ha decidido aislar bajo cuarentena Wuhan, epicentro del brote, junto con otra decena de ciudades. Ni las epidemias son un fenómeno nuevo, ni tampoco el aislamiento de individuos o comunidades para frenar los contagios, una práctica que, aunque se ha ido sofisticando, tiene ya 3.000 años de antigüedad. ¿Ha demostrado en el pasado ser una medida eficaz?
Históricamente, la cuarentena fue utilizada como un método drástico para contener la expansión de enfermedades contra las que la medicina no tenía recursos. Frente a la lepra o la famosa peste bubónica, contra la fiebre amarilla, el cólera, el tifus o la llamada gripe española de 1918, era el último recurso en un mundo mucho más interconectado de lo que a menudo se cree, donde la propagación de enfermedades era en muchas ocasiones global.
Algunas de las primeras referencias existentes de la necesidad de aislar a los enfermos para evitar contagios se encuentran en el Antiguo Testamento, y posteriormente, en los escritos de Hipócrates del siglo V aC. Pero fue en la mortífera plaga de Justiniano (siglo VI dC aunque con sucesivas oleadas hasta el siglo VIII en el imperio bizantino y un área comprendida entre de Europa, Asia y África), cuando se adoptaron medidas masivas de aislamiento, mezcladas con la marginación oportunista de colectivos a los que, por motivos étnicos o religiosos, se culpaba de la enfermedad.
En el mundo islámico, el aislamiento de grupos de enfermos, incluidos aquellos con lepra, puede rastrearse en el año 706, cuando el califa omeya, Al-Walid, construyó el primer hospital islámico en Damasco, con secciones separadas para los pacientes con lepra. Durante la Edad Media, la construcción de leproserías se difundió a lo largo de toda Europa, donde llegaron a haber 19.000.
Sin embargo, el uso moderno del término cuarentena propiamente dicha, como procedimiento formal para el control de una epidemia, se introdujo en el siglo XIV en los años posteriores a la Peste Negra. En 1377, la colonia veneciana de Ragusa (hoy Dubrovnik), entonces un importante puerto, puso funcionamiento el primer sistema institucionalizado de cuarentena de la historia. La palabra quarantena, en italiano, refería a los cuarenta días de espera impuestos a los barcos y personas como medida de prevención. Este período de aislamiento resultó ser bastante efectivo para verificar el estado de salud de los pasajeros ya que, según estimaciones actuales, la peste tenía un ciclo de menos de 40 días desde la infección hasta la muerte.
La ciudad incluso construyó un centro de aislamiento -llamado lazzaretto– en una isla cercana, donde se enviaba a las tripulaciones de barcos infestados para permanecer allí hasta su muerte o recuperación. La construcción de centros de cuarentena se propagó en varias ciudades de Europa y América del Norte hasta el siglo XIX.
Además de un terrible saldo de muertes – el 30% de la población europea entre 1348 y 1359- la Peste Negra también marcó un punto de inflexión en el desarrollo del control de enfermedades infecciosas. Durante este período se avanzó en estrategias para limitar la exposición y el contagio no sólo a través del aislamiento de los enfermos en centros específicos, sino también mediante medidas de prevención como el saneamiento de lugares y objetos o el tratamiento adecuado de los cadáveres.
En siglos posteriores los ejemplos se sucedieron en toda Europa, aunque ante una población que a menudo se veía condenada por el aislamiento había que aplicar una disciplina, nunca mejor dicho, de hierro, porque en la mayoría de los casos la custodia de aldeas y colectivos dependía de guardias armados. En cambio, en Derbyshire de Eyam, en la Inglaterra del siglo XVII, sus habitantes se aislaron por propia iniciativa ante un brote de peste. El resultado no se puede calificar precisamente de positivo: tres cuartas partes de sus habitantes murieron, aunque, eso sí, se evitó que la enfermedad se propagara.
A mediados del siglo XIX se avanzó el estudio de los contagios y se dotó de base científica a la cuarentena. Conceptos como el periodo de incubación hicieron que se avanzara en la eficacia de estas medidas. En adelante, la cuarentena se generalizó como método para frenar la propagación de otras enfermedades infecciosas, aunque no resultó ser efectiva en todos los casos. Uno de estos ejemplos corresponde a unos años antes, al brote de fiebre amarilla de Filadelfia (EE.UU.), en 1793, que se cobró la vida de más de 4.000 personas, y ante la cual la cuarentena fue un fracaso porque se desconocía que el agente trasmisor eran los mosquitos.
Tal como señalaba el historiador Duncan McLean en un artículo de History Today, la histeria provocada por brotes epidémicos puede derivar en la estigmatización de poblaciones minoritarias, donde la cuarentena sirve como una herramienta de exclusión. “La enfermedad no es el único enemigo, sino también los seres humanos que están potencialmente infectados”, explicaba.
Los ejemplos son múltiples. En 1892, un brote de fiebre tifoidea se expandió en barrios donde vivían inmigrantes judíos rusos en Nueva York. Las autoridades detuvieron y trasladaron a cientos de ellos a carpas de cuarentena en la isla Hermano del Norte. Allí se aisló exclusivamente a inmigrantes, incluso muchos que no estaban infectados y que contrajeron la enfermedad precisamente por estar allí. O bien pocos años después, el hallazgo de un inmigrante chino en un sótano de San Francisco disparó el miedo a la peste e hizo que las autoridades cercaran su Chinatown.
Fue también en Estados Unidos donde, probablemente, se dio la cuarentena más larga: Mary Mallon, una cocinera irlandesa, fue bautizada como Mary Tifoidea después de que las autoridades encontraran en ella al paciente cero de un brote en 1907 en Nueva York. Fue enviada a la isla North Brother para pasar una cuarentena de más de 25 años.
Poco después, la llamada gripe española de 1918 mató, en solo un año, entre 40 y 100 millones de personas en el mundo. Para evitar su propagación, se implementaron intervenciones no farmacéuticas, como la promoción de una buena higiene personal, el aislamiento de afectados, la cuarentena y el cierre de lugares públicos. Si bien estos métodos ayudaron a contener la enfermedad en algunos casos, los costos sociales y económicos fueron muy elevados.
Después de esta gran pandemia, a lo largo del siglo XX, numerosas conferencias y tratados internacionales resultaron en el aumento de las regulaciones para estandarizar las medidas de aislamiento y evitar los abusos como el de Mary Mallon. Sin embargo, a partir de los años 50, con el desarrollo de los antibióticos y vacunas, el uso de la cuarentena parecía convertirse en una cosa del pasado.
Con todo, el siglo XXI trajo consigo nuevas amenazas epidémicas y, con ello, resurgieron muchos de los viejos métodos, aplicados en algunos casos con importantes desajustes. Cuando la epidemia de la neumonía asiática, el SRAS, se propagó en 2003, Canadá, el segundo país más afectado después de China, desplegó unas medidas que después de consideraron desproporcionadas. Con la expansión del ébola en 2014, en África occidental se hicieron esfuerzos de aislamiento, incluso intentando cerrar barrios o distritos enteros, cancelando vuelos internacionales y cortando el tráfico de movimiento, lo que no sólo ralentizó los esfuerzos de ayuda sino que también tuvo altos costes sociales y económicos.
El profesor en historia de la medicina Howard Markel repasaba hace unos días en el New York Times los casos donde la cuarentena no fue más que una medida desesperada, desproporcionada e ineficaz, para reflexionar acerca de la crisis sanitaria que enfrenta hoy China. Antes del inicio de la cuarentena en Wuhan, con el coronavirus ya expandido, cerca de cinco millones de personas huyeron de la ciudad. Markel estima que la cuarentena es una medida tardía frente a este escenario. En cambio, sugiere que: “China debería pedirles a sus ciudadanos que mantengan la calma, que se queden en casa si están enfermos, que se laven bien las manos, que mantengan una buena higiene respiratoria y que eviten los lugares concurridos. También debería incrementar las medidas de servicios médicos para atender bien tanto a los enfermos como a los que crean estarlo”.
Fuente: La Vanguardia