#Malvinas37Años

La guerra de Malvinas y una batalla contra el olvido que persiste


Hubo un antes y un después en la vida de Hugo Daniel Seffino. A los 60 años, recuerda cómo el miedo lo ayudó a sobrevivir

  • Por Belén Corvalán

Hay un antes y un después en la vida de Hugo Daniel Seffino. Aunque 37 años pasaron del 2 de abril de 1982, cada conmemoración de la fecha le vuelve a traer un sabor amargo imborrable. Es que la guerra de Malvinas, además de llevarse la vida de 650 soldados que lucharon por defender el honor a la Patria, dejó al descubierto las fallas de un Estado ausente. Una deuda pendiente que, al día de hoy, sigue sin ser saldada. La lucha armada se transformó en una batalla contra el olvido y el desamparo.

“Para mí es una fecha muy triste porque perdí muchos compañeros y amigos. A veces veo que nuestro pueblo no tiene consciencia de lo que sucedió. Un día me preguntó un muchacho: ‘¿Y vos fuiste a defender la bandera?’, como si fuera un pedazo de trapo, y eso no te pone bien, porque uno se jugó por la Patria”, dice a CLG Hugo Daniel, de 60 años, uno de los miles de combatientes que puso cuerpo y alma en nombre de todos los argentinos.

“Seffino, te tenés que ir a Malvinas. Preparate”. Esas fueron las palabras textuales con las que el jefe de sección de la primera cuadrilla aeronaval de ataque le comunicó a Hugo que al otro día iba a tener que trasladarse a Río Grande, para cruzar a las islas. “Yo me había preparado para el período de guerra, pero uno como ser humano no tiene la dimensión de lo que es”, describe. Veinte días estuvieron intentando hacer el cruce, hasta que cuando tuvo la seguridad de que finalmente el traslado se concretaba, juntó el coraje suficiente para enviarle una carta a Sandi, su novia de 18 años, que estaba embarazada de cinco meses. “Yo iba a ser papá. No pude decirle que me iba a la isla, hasta un día antes”, cuenta.

El 26 de mayo de 1982 pisó las Malvinas por primera y única vez, para prestar servicio como mecánico de aviación en el conflicto bélico contra los ingleses. “El panorama era desolador”. Así describe la destrucción total del paisaje que los sorprendió apenas llegaron.

“Cuando estábamos por arribar nos avisaron que a doce millas venía una patrulla de ingleses. Estábamos rodeados. Tiraron cuatro bombas que cayeron a diez metros de donde estaba yo, pero logré tirarme en una zanja. Hasta ese momento no había tomado conciencia de dónde estaba. Porque por más de que te preparen para un enfrentamiento, nadie sabe lo que es”, relata.

El viento que golpea en la cara, el estruendo de una bomba de 500 kilos que cae a cincuenta metros, la lluvia de balas y la incertidumbre de no saber cuándo termina todo, eran apenas un bosquejo del escenario que vivían, según cuenta Seffino. “Cuando empezás a ver que de noche no dormís porque tenés ataque de comandos, o cuando perdés compañeros tuyos, es terrible”, expresa.

Los días transcurrían en Puerto Argentino, desde donde se realizaba el apoyo aéreo cercano a las tropas, es decir, a los soldados que estaban en trinchera. “Yo tuve miedo, y mucho”, afirma. Sin embargo, en los veinte días que estuvo en las islas, ese mismo miedo por ver que la muerte lo acechaba, fue el motor que lo impulsó a no rendirse.

“Tuve tres etapas”, recuerda. “Una en la que era inconsciente de lo que sucedía, hasta que caí en que mi vida estaba en peligro, porque nos ametrallaban o bombardeaban constantemente. En ese entonces ya tenía miedo, pero sentí más. Y reaccioné. Tenía que estar con la mente lúcida para poder defenderme de la mejor manera. En ese momento me transformé en una persona que no pensaba en nada, que hacía lo que tenía que hacer, y que buscaba la mejor forma de salir de esa situación. Tuve que dejar de pensar en mi familia porque si no me bloqueaba”, añade.

Pero la indiferencia dolió. Y sigue doliendo. En un contexto en el que miles de argentinos estaban dejando la vida por la Patria, el Mundial de 1982 se seguía jugando, ajeno a lo que se estaba viviendo en otro continente. “En Malvinas habíamos conseguido una radio, y poníamos Radio Colonia, porque era la única que llegaba, y un día escuchamos que decían que el pueblo salió a celebrar porque la selección había ganado. Yo no entendía nada. ¿Festejar qué? Si estábamos en guerra… Pero claro, la guerra era allá. La gente no tomó consciencia”, sostiene Seffino.

“El trabajo en equipo nos salvó”, manifiesta. Es que el compañerismo y la solidaridad que se habían conformado entre los soldados fue el modo que encontraron para atravesar la angustia que los invadía por estar ahí. “Nos cubríamos. Si uno estaba mal entre todos tratábamos de levantarle el ánimo”.

Aunque siempre fue creyente y buscó abrazarse a la fe, reconoce que en un momento se enojó mucho con Dios. “Perdimos un compañero mío, que estaba a diez días de casarse. Ya tenía todo listo. Ahí me revelé, porque en esos momentos te preguntás dónde está Dios. Después de ver todo eso y de pedirle mucho, me di cuenta que esto es muy leonino. Que si uno no sale por sí mismo, no sale adelante”, apunta.

Tras 74 días de guerra, la gesta finalizó el 14 de junio con la rendición argentina, dejando un total de 650 soldados fallecidos. Hugo Daniel Seffino, después de permanecer unos días como prisionero, el 18 de junio finalmente regresó en el buque Bahía Paraíso. “Yo volví con casco, fusil, con todo puesto”, rememora. El recuerdo del encuentro con su familia en la casa de Remedios de Escalada le dibuja una sonrisa. “Cuando llegué a casa todo era un mar de lágrimas. Cuando me encontré con Sandi fue un abrazo interminable que no te lo olvidas nunca más”, desliza, emocionado.

Sin embargo, los días posteriores al regreso tampoco fueron fáciles. “La noche siguiente a la que llegué a casa hubo una tormenta impresionante, y yo andaba buscando el casco y el fusil. Viví momentos muy difíciles”, recuerda.

Suicidios y enfermedades de todo tipo. Ese saldo también fue el que dejó la guerra en muchos de los sobrevivientes, que pese a volver con vida, no lograron escaparle a la muerte. “Muchos soldaditos no tuvieron la contención necesaria y terminaron mal”, remarca Seffino, quien tras la batalla siguió en la Marina. “Yo estaba rodeado de mis compañeros y entre nosotros nos cubríamos, pero hubo soldados que después del conflicto bélico se fueron y les costó mucho insertarse cuando fueron a buscar un laburo. Por eso más adelante nos empezamos a agrupar para poder conseguir cosas, porque es al día de hoy que seguimos con secuelas”, enfatiza. “No me arrepiento de haber ido. Fui e hice lo mejor que pude, pero lo que te deja es una marca que queda para siempre”, concluye.