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Día del estudiante

La escuela y la libertad: ser estudiante en un contexto de encierro


Un recorrido por la escuela dentro de la Unidad Penal Nº 16 de la provincia de Santa Fe. Historias y nuevas oportunidades

 

Por Gonzalo Santamaría

En Rosario hay cientos de escuelas que se colman de chicos, jóvenes y adultos que concurren en busca de las enseñanzas primarias y secundarias. Santa Fe propone la escolarización para todos aquellos que la necesiten sin importar edad, enseñanza previa, situación social o pasado.

En la intersección de la avenida de Las Palmeras y Eduardo Favario se puede ver con facilidad muros altos, rejas, alambrados y torres de vigilancia. Allí se encuentra la Unidad Penal Nº 16 de la provincia de Santa Fe. Y dentro de ella, un grupo de internos que se anima a derribar los muros con una simple acción: ir a la escuela.

En la penitenciaría funcionan tres Centros de Alfabetización y Educación Básica para Adultos (Caeba), el 101, el 141 y el 321. Al mismo asisten hasta 30 alumnos por día, de lunes a viernes, y durante tres horas reciben la educación básica. En el aula estas decenas de hombres sienten la libertad y renuevan el aire del encierro.

En el día del estudiante CLG se acercó al límite municipal con la ciudad de Pérez y charló con estos reclusos decididos a mejorar su calidad de vida mediante la escolarización primaria.

Sentados en ronda, y con los docentes entre ellos, más de diez alumnos comenzaron el diálogo con CLG. El primero en hablar fue Daniel que, certero en sus primeras palabras, afirmó: “Es una descarga a tierra porque acá no nos sentimos presos, somos distintos”. Asimismo, reconoció la importancia de estar en la escuela y de aprender los saberes, “algo que de chicos no hicimos”.

Es una nueva oportunidad”, remató más tarde. Él es uno de los más experimentados de la clase que este año termina la primaria y sueña con comenzar y completar la secundaria.

Cerca suyo se sentó Facundo. Su imponente voz se hizo sentir en la ronda cuando destacó las bondades de ir a la escuela. Entre ellas está compartir la merienda, las charlas antes de las clases, saber del otro e ir a aprender cada día más. “Nos sentimos mejor”, definió.

Facundo, antes de comenzar con la escolarización, sufría depresión. Pasaba horas y horas sólo en su celda y él mismo sostiene que el aula lo sacó “del pozo”: “Mi cabeza ahora está metida en el estudio”. Gracias al Caeba de la Unidad 16, Facundo pudo aprender a utilizar una computadora.

Enfrente de Daniel y Facundo estaba sentado Marcos, el «gracioso de la clase», como lo definió su maestra Carmen. Marcos subrayó la convivencia y unión «muy buena» entre los estudiantes. “Siempre nos llevábamos mal con todos”, rememoró.

En sus palabras siguientes sólo había agradecimientos para, como él la llama, su “señorita”. “Salimos del encierro y nos sentimos libres. Le contamos lo que nos pasa a ella y tenemos su apoyo”. Marcos también resaltó que muchas veces, en el contexto de encierro, no son escuchados, pero cuando salen hacía la escuela sí: “Eso es hermoso, es tener una palabra de aliento para seguir adelante”.

En la otra punta estaba Maximiliano, uno de los últimos en llegar al salón, que se tomó su tiempo para saludar uno por uno a compañeros y docentes. Maxi, como se hace llamar, expuso lo lindo de “jugar” en el ámbito escolar: “No éramos así y siempre es bueno jugar. Allá (en los pabellones) estás todo el día serio y acá te sentís bien”.

Interrumpió Marcos y agregó: “Nos sentimos libres y queremos sacar una sonrisa. Tratamos de reírnos para salir del encierro”. Él también pertenece al grupo de experimentados y gracias a las clases aprendió a leer y escribir, siempre con palabras de agradecimiento en su boca.

Matemáticas es la asignatura preferida por el colectivo. Alguno se anima a nombrar lengua, pero Maxi tiene su especial: ciencias naturales. “Me interesan mucho las partes del cuerpo humano, a veces pregunto cosas que no me las quiere contestar”, lanzó entre risas generalizadas.

El café

En la ronda se encontraba otro Daniel, el más joven y tímido. Sin embargo, tiene un rol imprescindible en el grupo: es el encargado de preparar el café y las tortas fritas.

El momento de compartir una taza fue toda una experiencia el primer día. Facundo fue él que más lo sintió.

“Qué rico olor dije, hacía mucho que no lo sentía”, recordó de aquel día. Carmen, su docente que seguía de cerca la charla, rememoró que esa tarde Facundo se había tomado dos tazas pero este no tardó en replicar: “Hacía un frío bárbaro” y lanzó una carcajada que contagió al resto.

La ayuda entre ellos está a la orden del día y eso lo trasladan a los pabellones. “Uno ve a alguien encerrado, se acerca y le cuenta cómo es ir a la escuela para que venga. Uno transmite lo que vive”, afirmó Facundo. En diagonal se ubicó otro Marcos, el más joven, que contó que tenía un compañero de celda que estudiaba en la secundaria de la Unidad 16 y se ayudaban entre sí.

A este último le gusta leer y en la escuela aprendió algo que para él es fundamental: ganarse «el respeto en base de respetar”. Afuera lo esperan dos hijas y espera poder salir, acompañarlas a la escuela y poder ayudarlas en las tareas: “A pesar de estar privado de la libertad, tenemos sueños”, sentenció.

Pegado a su izquierda estaba Germán, fanático de las matemáticas. Debido al proceso escolar aprendió a dividir, escribir en cursiva y mejoró su lectura. Desde que comenzó a asistir a clases en marzo, su vida mejoró a tal punto que fue calificado con “conducta ejemplar”.

El trabajo docente

Julio no dudó en manifestar que en el cuerpo docente se encuentran “amigas”. Marcos, señalando a su “señorita”, dijo: “¿Viste el corazón que tiene? Nos sentimos queridos y acompañados”. Facundo, por su parte, destacó: “Uno no entiende, viene “la seño” y se queda hasta que aprendamos. Vienen con mucha buena onda y eso te hace dar ganas para resolver las cosas”.

En la Unidad 16 hay tres docentes Carmen Sallent, Cecilia Miacca y Nanci Kleban. Además de reemplazantes habituales, como Fernando y Mariano. Justamente Sallent fue la primera en hablar y señaló “el placer y orgullo” que siente por sus alumnos: “Son hombres que vienen a la escuela como si fueran niños. Se sienten queridos, cada uno me ha brindado la posibilidad de conocerlos y te puedo decir lo bueno de cada uno sin reparar en lo malo”.

“A principio de año, ellos mismos, nos llenan de pedidos de detenidos para venir”, contó ante CLG Fernando, sobre el insistente reclamo por escolarización de los reclusos.

Por su parte, Mariano relató cómo se ve afuera su trabajo: “Nos suelen preguntar y la respuesta es simple: son pibazos”, deslizó, y sin más, rápidamente añadió: “En el momento justo que quieren agarra un lápiz o carpeta creo que hay un hilo para comenzar a trabajar acá. Una vez que estamos en el salón es una escuela común y corriente”.  

Carmen lo vive como un “desafío”, a Mariano le “sorprende” la voluntad que le ponen y Fernando remarcó la importancia de que adultos elijan estudiar, el agradecimiento que tienen para con ellos y se mostró contento porque “se siente útil cuando ve que puede ayudar”.

Entre docentes y alumnos también se encontraban Susana Orellano, coordinadora zonal de Caeba, y Luis Alanis, responsable técnico administrativo.

Orellano, docente, fue certera en sus dichos: “La relación entre maestros y alumnos es la primera línea que se tiene que formar”. Luis fue un poco más allá y manifestó: “El esfuerzo que cada uno de ellos (los estudiantes) hace es impresionante. El estado de ánimo siempre es el mejor y no contabilizamos conflictos. Les gusta venir a la escuela”.

Uno de los últimos de acercarse a la ronda fue Julio, quien reconoció que en sus comienzos “no sabía nada de matemáticas”, que le costó y hasta llegaba a enojarse con los ejercicios: “Los dejaba y me iba, pero cuando volvía y me salía no lo podía creer. Con un esfuerzo más uno aprende”. Para Julio, ahora, y con una clara mirada puesta en el futuro, es sustancial el estudio porque “va a hacer falta en la calle”.

Muy atento a su compañero lo seguía Marcos, que con sus vivencias no dudó: “Si nosotros mismos no nos ponemos no nos va a ayudar nadie, nos esmeramos para venir a aprender, cambiar y ser alguien en la vida”. Y, casi pisando a su compañero, se escuchó: “Nunca es tarde para volver a empezar, mientras haya vida hay esperanzas”, la voz grave de Facundo retumbó en todo el salón.

El apoyo de la familia es fundamental. Facundo y Daniel, dos de los más grandes, hablan con ellas y se cargan de fuerzas para continuar con el proceso. “Mi señora se ríe junto a mi hija que ve la carpeta y mira sorprendida. Ellas ven mi cambio y me lo hacen sentir”, expresó Daniel y casi al unísono se pegó Facundo: “Los llamo antes de venir y me preguntan por la escuela”, dice. Él sueña con salir en libertad, buscar a sus hijos y poder llevarlos a la escuela.

Sobre el final y ya en el marco de una charla informal los internos, ante la mirada de las autoridades, se animaron a pedir por una pava eléctrica y más bancos y sillas porque cuando el salón es muy concurrido comparten los espacios. Facundo, un poco más intrépido, rogó por un doble turno de clases.

En la unidad Nº 16 de Rosario funciona uno de los tantos Caeba de la provincia, en el día del estudiante ellos hacen honor, toman papel y lápiz y desde un aula escriben su futuro.

 

Por acuerdo entre el Ministerio de Educación, el Ministerio de Seguridad y Con La Gente Noticias en esta publicación no se expusieron nombre completos ni rostros de los internos