Por Sergio Roses (*)
Desde sus orígenes, el hombre se preocupó por criar y cuidar a sus hijos hasta que pudieran valerse por sí mismos. En perspectiva histórica, la Educación surge como un medio para lograr ese fin. Durante mucho tiempo la educación formal cumplió con ese objetivo, y podía tener vigencia durante toda la vida del ser humano.
La educación formal servía para aprender cómo vivir en las sociedades humanas, incluidas las capacidades para trabajar. En la actualidad, el ritmo del cambio (tecnológico, social) hace que la adquisición y actualización de conocimientos y habilidades sea una necesidad permanente a lo largo de nuestras vidas.
En nuestros tiempos nos planteamos cómo será el futuro del trabajo. No es la primera vez que nos preocupa, pero la característica singular del proceso histórico plantea el desafío de comprender el alcance de los cambios que afectan al mundo laboral. Entre los vectores de ese cambio, es su velocidad la que le otorga una singularidad especial respecto de otros ciclos históricos.
Los chicos que están ingresando hoy al Jardín de Infantes van a estar en su plenitud laboral en 2050. No tenemos hoy ninguna idea cierta de cómo será ese futuro. Y por más que creyéramos posible imaginarlo, esa visión cambiaría tantas veces que es improbable tenga un alto nivel de confiabilidad. Pensar lo nuevo es pensar de nuevo. Lo nuevo no es el cambio, sino su velocidad.
En este contexto, preparar a las nuevas generaciones para el futuro es enseñarles a «aprender cómo aprender». Se trata de lograr el dominio de los valores del aprendizaje. Es una competencia clave que parte del autoconocimiento (tener conciencia de cómo aprendemos cada uno de nosotros), y se transforma en una actitud hacia el aprendizaje por medio de la cuál podemos aprender de qué y de quiénes nos rodean, dando lugar a estrategias y habilidades que permitan adquirir conocimientos nuevos, relacionarlos con los previos, y construir un nuevo conocimiento. Involucra generar una actitud de curiosidad permanente.
Esta necesidad de formar para un futuro que no conocemos también requiere de contextos institucionales que sean ágiles. Se trata de agilidad para minimizar la brecha de tiempo entre el momento en que las innovaciones y transformaciones sociales ocurren y cuanto estas se asimilan a la vida humana. Un caso de particular relevancia son los requerimientos del mundo del trabajo. En este punto, una articulación público-privada (empresas, academia y Estado) más amplia, es clave para lograr ese dinamismo en el mundo laboral, procurando achicar la brecha de tiempo en que las demandas del sistema productivo encuentran respuestas en la oferta de talento.
(*) Presidente de la Agencia de Desarrollo de Campana. Presidente del Concejo Deliberante de Campana. Profesor titular de Recursos Humanos en la Universidad del Salvador.