Por Roberto Salvarezza, ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación.
El 3 de marzo de 2020 se conoció el primer caso de SARS-CoV2 en la Argentina. Quince días después conformamos la Unidad Coronavirus COVID-19. En poco tiempo, examinamos diferentes líneas de acción posibles e identificamos oportunidades en el desarrollo de tests de diagnóstico alternativos, equipamiento médico y de protección, desarrollo de aplicaciones informáticas, y en asesoramiento al Poder Ejecutivo en temáticas que van desde las ciencias sociales hasta la modelización de la evolución de la pandemia.
En ese marco convocamos a toda la comunidad científica, a través de proyectos de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación, recibiendo más de 900 propuestas, a las que sumamos más tarde otras 500, en el marco del Programa de Articulación y Fortalecimiento Federal de las Capacidades en Ciencia y Tecnología COVID-19, con un financiamiento total de 500 millones de pesos. En poco tiempo pudimos concentrar el esfuerzo de más de 5.000 investigadores de todo el país y de todos los componentes del Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología con el objetivo de enfrentar la pandemia.
La pandemia deja muchas enseñanzas al Sistema de Ciencia y Tecnología de nuestro país. En primer lugar, la inutilidad de la discusión entre ciencia básica y aplicada, entre ciencias duras y ciencias blandas. Nos demuestra que es preciso disponer de un sistema de ciencia amplio, preparado no sólo para responder a las necesidades que consideramos fundamentales para el desarrollo de la sociedad, sino también para afrontar situaciones imprevisibles como las que hoy vivimos. Y hacerlo requiere de todas las áreas del conocimiento: medicina, biotecnología, ingenierías, matemáticas, ciencias sociales y ambientales, entre otras.
En segundo lugar, el derrumbe del mito del investigador aislado en la torre de cristal. Los científicos responden cuando son convocados a resolver los problemas de los argentinos. Para ello es necesario tener políticas científicas definidas y movilizar recursos y capacidades para alcanzar las metas propuestas. Argentina posee científicos que no sólo realizan ciencia básica de primer nivel, sino que, convocados, son capaces de realizar desarrollos relevantes para solucionar problemas concretos. Así, en tiempo récord, no sólo se pudo secuenciar el genoma del virus circulante en nuestro país, sino que también se logró desarrollar test serológicos de detección de anticuerpos, test de detección rápida del virus, prototipos de respiradores, y ensayos clínicos de distintas alternativas terapéuticas.
El gobierno anterior consideró que la ciencia era un gasto. Los investigadores e investigadoras tuvieron que sufrir no sólo el desfinanciamiento del sistema de ciencia, sino también el maltrato y la desvalorización de la ciencia que se tradujo en la desaparición del MINCyT.
Por el contrario, Alberto Fernández restituyó el ministerio, y a pocos días de asumir tomó decisiones que demostraron que la ciencia vuelve a recuperar el lugar que tuvo en los tiempos de Néstor y Cristina: hubo aumentos en las becas, se duplicó el número de ingresos al Conicet para este año para investigadores y técnicos, y se aumentaron los subsidios de investigación en un 25%.
La pandemia demostró, una vez más, el valor del conocimiento científico y su importancia para el bienestar de nuestros compatriotas. Pero también puso de relieve a la ciencia como herramienta fundamental de soberanía y capacidad de respuesta de las sociedades del siglo XXI.