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La casa de Antonio Machado: el templo de la poesía y de la vida


 

CLG en España

Es la tarde de agosto en Segovia; tarde calurosa, pero no sofocante. Caminamos por entre las calles angostas de la rica historia española hacia el templo de la poesía o, lo que es lo mismo, hacia el mismo misterio de la vida. Caminamos por la pintoresca y antigua Calle de los Desamparados hacia la casa donde vivió Antonio Machado, el genio de mirada profunda, de alma pura y sensible.

En esta casa, el artista permaneció 12 años de su vida. En realidad no era su casa, sino que alquilaba varias de sus estancias. El inmueble le pertenecía a Luisa Torrego, quien vivía también allí con sus hijas.

El poeta, como todos los grandes, vivía en la modestia, y en este solar escribió gran parte de su magistral poesía; poesía signada por el dolor, pero también por la esperanza. Poesía admirada por tantos y que el catalán Joan Manuel Serrat se encargó de musicalizar haciéndola conocer a muchos más en todo el mundo.

Recorrer la casa del poeta emociona, conmueve, e invita al visitante a formularse no pocas preguntas de orden existencial: ¿Por qué se van los genios? ¿Por qué se apaga la luz que podría dar al mundo más versos y más sentido, más amor, más redención?

A medida que se recorre la vieja casona, parece escucharse el murmullo suave de su espíritu que le canta “a un olmo seco”, ese olmo tan abatido, tan parecido a su tristeza y, a la vez, a su inmensa y divina esperanza:

“Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

(…)

“Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera”

La casa donde vivió el genio es hoy un museo; un museo al que, al menos en este jueves del verano español, no acuden muchos visitantes. Después de todo, no es novedad que las buenas letras y la gran poesía no importan demasiado hoy a un mundo que ha sido invadido y subyugado por la frivolidad.

Y mientras observamos la mesa donde seguramente con su pluma sublime don Antonio escribió sus más hermosas y elevadas obras, una voz inaudible se posa en nosotros y nos dice:

“Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que una colmena tenía

dentro de mi corazón;

y las doradas abejas

iban fabricando en él,

con las amarguras viejas,

blanca cera y dulce miel».

Nos vamos yendo del templo de la poesía, y mientras caminamos en la tarde de Segovia por la Calle de los Desamparados nos preguntamos: ¿Dónde estará el maestro? ¿Dónde la fuente de la luz? ¿Dónde, en que páramo del universo estará el agua viva que podría salvarnos, aunque sea un poco, de tanto desierto?