Por Diego Añaños
Decíamos en nuestra última columna de la semana pasada que, más allá del conteo de los porotos en la cámara de diputados, lo que fuera a suceder el viernes con el presupuesto dependía fundamentalmente de una decisión política. Esa decisión fue tomada por los halcones de Juntos por el cambio y fue voltear el proyecto de Ley de Presupuesto enviado por el ejecutivo a mediados de septiembre. Una decisión que, además de ser ejecutada por los integrantes de la coalición opositora (el PRO, el radicalismo y la Coalición Cívica), fue acompañada por los libertarios y la izquierda. No vamos a decir que sorprende, ni que es paradójico, simplemente vamos a destacar lo variopinto de una alianza, tal vez circunstancial, que funcionó aceitadamente para dejar al país sin la Ley de Leyes, una verdadera salvajada política en estas circunstancias.
Un capítulo aparte merece el voto negativo de los socialistas santafesinos, Mónica Fein y Enrique Estévez (que luego votaron con Juntos por el Cambio el rechazo a las modificaciones del proyecto de Bienes Personales). Lo digo sinceramente, me asusta que no me sorprenda, porque en realidad no hace más que confirmar una clara tendencia hacia el cualunquismo que ha tomado el partido. Y que nadie adjudique el dislate a la falta de la conducción y el vacío de poder que dejo la muerte de Miguel Lifschitz: seguramente el voto hubiera sido el mismo. Pero la crisis también es del Frente Progresista, que poco le va quedando de frente, y menos de progresita con votos de este calibre. Seguramente habrá una explicación, probablemente muy larga y enrevesada, que permita entender la persecución y la lapidación pública de Luis Contigiani por votar en contra de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, un voto claramente de conciencia (que por supuesto no comparto, aclaro), y a la vez justificar este voto desestabilizador de un gobierno constitucional elegido en elecciones libres abiertas y competitivas. Por si acaso, adelanto que no me interesa escucharla.
La Coalición Cívica, que en el amanecer de la semana pasada asomaba con la firme intención de abstenerse de la votación, se sometió finalmente a los designios de Mario Negri y Cristian Ritondo, y votó en contra. Nada demasiado destacable, dado que la discusión interna dentro del interbloque puede producir modificaciones en los votos en función de un proyecto colectivo superador. Lo verdaderamente llamativo, y que es casi un paso de comedia a esta altura del campeonato, es que al día siguiente emitieron un comunicado criticando su propia decisión (leo textual): “Para la Coalición Cívica voltear el presupuesto no era una opción. Entendemos que la tensión y la insensatez del oficialismo puede haber encerrado a Juntos por el Cambio, pero necesitábamos aplomo para tener una posición más inteligente y responsable”. En fin, como decía mi tía María: “Más vivís, más ves”.
Indudablemente, dejar al país sin presupuesto es una salvajada política. Algo que ya ocurrió a fines de 2010, cuando la oposición se unió para negarle el presupuesto 2011 a Cristina Fernández de Kirchner. Sin intenciones de extrapolar situaciones, porque sería un gigantesco error de cálculo, pero no deberíamos olvidar que en aquel año, la ex presidenta fue electa por una diferencia absolutamente inédita en la democracia argentina, más de 37 puntos de diferencia (sólo superada por una décima por la elección de Perón en 1973). Revisando la historia, seguramente es una jugada arriesgada, al menos a primera vista. Tan arriesgada que el vértigo (o el temor), llevó tanto a Gerardo Morales como a la Coalición Cívica a criticar duramente la decisión de Juntos por el cambio.
Los argumentos esgrimidos por el frente opositor no fueron verosímiles. Es decir, escuchar a los legisladores de Juntos por el Cambio decir que el presupuesto era un dibujo es, por lo menos, delirante. Gobernaron 4 años dibujando crecimientos invisibles, brotes verdes inexistentes, inflaciones irrisorias, lluvias de inversiones que nunca llegaron, y ahora les parece improcedente el planteo del oficialismo, en fin. Uds me dirán que es un argumento ad hominem, que no discute la afirmación, sino que desacredita al emisor. Y es cierto, pero no voy a caer en la eterna trampa de la corrección política del progresismo. Sin embargo, el más inverosímil de todos los argumentos es el que adjudica el fin de las negociaciones al discurso de Máximo Kirchner, algo que los medios repitieron y amplificaron. En este punto sí, confieso, no salgo de mi asombro.
Durante el fin de semana circularon algunas versiones que sostenían que el gobierno enviaría un nuevo proyecto de presupuesto para discutir en marzo de 2022, algo que fue negado inmediatamente por el ministro Martín Guzmán. En concreto, Alberto Fernández gobernará 2022 sin presupuesto y sin mayoría en las cámaras, por lo que tampoco podrá hacerlo a punta de DNU. Sobre el fin de la semana el presidente, apoyándose en la Ley de Administración Financiera, prorrogó el presupuesto 2021 mediante un decreto, por lo que ya no hay vuelta atrás. No es una buena noticia para el oficialismo, sin embargo, conocer desde temprano cuál será la dinámica de la relación con toda la oposición, le permite al gobierno reformular con tiempo sus planes hacia el futuro.