Por: Diego Añaños
A comienzos del mes de abril, en un discurso en la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en Washington, la Directora Gerente del FMI, Christine Lagarde advirtió que la economía global registra señales de fatiga y atraviesa un “delicado momento”. Si bien el escenario de recesión no aparece en el horizonte de corto plazo, algunos analistas ya lo ponen en su radar. Parece claro que no es el de más probable ocurrencia, pero ya ocupa un área marginal en los pronósticos. Según los dichos de la funcionaria, mientras que hace sólo dos años el 75% de la economía mundial mostraba evidentes signos de crecimiento, el Fondo estima que un 70% tenderá a la desaceleración. Citó como causas de la crisis a las tensiones comerciales entre los EEUU y China, la incertidumbre que genera la falta de acuerdo para el Brexit y el endurecimiento de las condiciones financieras globales. Sólo por citar un ejemplo: puja entre Washington y Pekin, expresadas en la elevación de los aranceles y las represalias consecuentes, generarían una caída del PBI del 0,6% para los EEUU y de un 1,5% para China. Si tenemos en cuenta que se trata de las dos economías más grandes del mundo, podemos dimensionar su impacto a nivel mundial. A comienzos de año, un reporte del Banco Mundial avanzaba en el mismo sentido.
Paralelamente, y en un informe que se conoció a comienzos del mes de abril, la Organización Mundial del Comercio (OMC) encendió luces de alarma al consignar que en 2019 se espera un estancamiento de los intercambios comerciales globales. Según el trabajo, durante el primer trimestre del año se registrará el menor nivel en 9 años, tendencia que continuará durante la primer parte de 2019. El fenómeno responde en gran medida a las razones expresadas en el párrafo anterior, y que colocan a la economía global en una situación de alta vulnerabilidad e incertidumbre creciente.
En éste contexto, los analistas internacionales ponen su mirada en dos países, como responsables de la inestabilidad global: Argentina y Turquía, considerados los dos países más vulnerables en el concierto de los emergentes. De hecho, los equipos técnicos del FMI tienen su mirada atenta puesta en paralelo en la evolución de ambas economías, debido a que son monitoreadas en su carácter de foco de las tensiones globales. Es más, si se evalúan los movimientos de las variables relevantes en el curso de la última crisis (evolución del PBI, nivel de la devaluación, endeudamiento, nivel de riesgo país, tasa de interés de política monetaria, etc), el presidente turco, Recep Erdogan, tiene todo el derecho a invertir la carga de la prueba: es la crisis argentina, y no la propia, la raíz de todos los males. Tendría sobradas razones para sostener su argumento.
El principal foco de preocupación para la Argentina es su alto grado de exposición externa debido al monto de la deuda pública, que es hoy, por mucho, el mayor de la región. La particularidad del perfil de la deuda nacional es que aproximadamente un 75% de la misma está nominada en moneda extranjera. El crecimiento de la deuda pública registrado en 2018 fue exponencial, debido a una combinación de factores: el acuerdo firmado con el FMI, la fuerte devaluación, y las pérdidas sufridas por la sequía. Si consideramos el período 2015/2018, la deuda pública pasó de representar un 53,3% del PBI a un 97,7% (aún resta estimar el el cálculo el último desembolso del FMI de U$S10.870 millones). Si sólo consideráramos la deuda con privados y organismos financieros internacionales, que según los analistas es la más relevante, en sólo un año pasó de representar un 29% a un 58% del PBI. Si bien no son números de catástrofe, está claro que ante la complejización de los escenarios interno y externo, ponen en modo alerta a todos los analistas.
La percepción de los agentes económicos y financiero externos con respecto a la situación local se ve reflejada en dos variables. Por un lado el Riesgo País, que hoy se ubica en niveles cercanos al récord de la era Macri. Qué es el Riesgo País? Es una variable que mide/estima la probabilidad de que un país no sea capaz de cumplir con sus obligaciones financieras (bonos de la deuda, letras, compromisos con organismos multilaterales de créditos, letras del tesoro). También podría decirse que es la sobretasa que se debe pagar por obtener financiamiento, por encima de la base de la tasa que paga un bono del Tesoro de los EEUU. A mayor riesgo, mayor tasa. Por ejemplo, si un bono del Tesoro paga una tasa anual del 3% y mi riesgo país es de 500 puntos básicos (hoy Turquía tiene 497), podré tomar créditos a no menos del 8% (anual en dólares, claro). Hoy Argentina está por encima de los 800 puntos básicos (808). Por otro lado tenemos los CDS (Credit Default Swap). En términos técnicos son algo así como una póliza de seguro ante una eventual cesación de pagos por parte de un país. En términos prácticos, muchas veces son una apuesta al default. El riesgo potencial hace elevar la cotización de los CDS. Digamos, yo pago mucho menos de seguro para mi auto particular que lo que paga un piloto de competición, no sólo por el valor del vehículo, sino por el riesgo implícito de la actividad. En febrero la prima de la versión a cinco años dio un salto de U$S570 a U$S900. Sin embargo, lo preocupante es la impactante suba de los bonos a un año, ya que pasaron de U$S300 a U$S800. Sólo como referencia, los CDS turcos cuestan U$S434 y U$S294 para los plazos de cinco años y un año respectivamente.
En las últimas semanas el frente externo se viene oscureciendo. Tanto el Riesgo País como la cotización de los CDS registran un crecimiento lento, pero sostenido. Por otro lado, también se observa que las acciones argentinas caen en su cotización en los mercados globales, mientras los bonos de la deuda aumentan sus rendimientos en dólares. No son buenas noticias, habrá que estar atentos.