Por Belén Corvalán
Marina Gonzáles tiene 71 años y amor de sobra. En su casa de barrio Alvear montó un merendero donde, por día, recibe a alrededor de 70 niños de todas las edades que van a tomar la leche. “Hace cuatro meses tenía 42 chicos y hoy estoy sobrepasando los 65. En los últimos días se anotaron tres nuevas familias. Es mucha la necesidad que hay en el barrio”, dice a Con la Gente.
Un 20 de agosto de 1991, Marina transformó su casa ubicada en la cortada de calle Garibaldi al 3200, entre Crespo y Vera Mujica, en el Centro Comunitario Sagrada Familia. “Yo trabajaba de portera y me jubilé, pero yo quería seguir con los chicos. Un día se me dio por traer a un nene, y luego a dos. Y así empecé. Ya hace 27 años que estoy con ellos”, cuenta con un tono dulce.
Todas las tardes cuando los chicos salen de la escuela, saben que Marina los estará esperando con la merienda caliente. En el garaje de su casa, en donde vive con su marido desde hace 55 años, hay seis tablones con caballetes que a partir de las cuatro de la tarde se llenan de niños.
“Yo soy la abuela del barrio y soy feliz. Tengo amor por ellos, y yo sé que ellos tienen amor por mí. De ahí es de donde saco la fuerza de todos los días”, relata.
“Preparamos nueve mamaderas ayer”, comenta. Es que en compañía de las voluntarias y de las madres que la ayudan, primero hacen la leche para los bebés y luego se les sirve la merienda a los más grandes. Tarea que se realiza en dos tandas de aproximadamente treinta chicos.
“Son cuarenta litros de leche por día los que se hacen. Hay una panadería de Vera Mujica y Biedma que manda las facturas del día anterior. Eso se calienta en un horno regalado y les damos a los chicos. Lo que queda, se lo llevan a la casa”, explica Marina. Cuando hay donaciones, los alimentos se arman en bolsitas y son distribuidos entre las mamás del barrio. Sin embargo, al ser cada vez mayor la necesidad que hay e insuficientes los recursos para la creciente demanda, estos deben racionalizarse para que alcancen durante los días siguientes.
“Amor me sobra. Si son 200, van a venir y yo los voy a atender igual, pero con amor no hacemos nada, hay que darles de comer. Y más de cuarenta litros de leche por día no se puede porque hay que pensar en el otro día”, remarca angustiada ante la realidad de, muchas veces, tener que decir que no y hacer malabares para que haya comida para todos.
Aunque el merendero funciona de lunes a viernes, lo cierto es que la casa de Marina es el corazón de barrio Alvear, a donde todos acuden en todo horario a buscar algo para paliar el hambre, porque saben que ella los va a recibir con los brazos abiertos. “Tengo la villa del Mitre que es terrible. De ahí vienen todos a buscar algo para comer, porque antes había un comedor cerca, pero desde octubre del año pasado cerró”, afirma.
“Un sueño mío sería que no haya un merendero ni un comedor más, y que cada chiquito pueda comer en su casa con su mamá y su papá. Pero yo sé que eso no va a pasar”, agrega.
Pese a la realidad que se percibe desoladora, Marina decide aferrarse a la fe, que siempre la acompañó. “No tiene que faltar amor en la vida. Si no, ¿para qué estamos? La gente me pregunta cómo hago y yo les digo que confío en Dios, porque él me da fuerzas. Así ando todo el día”, concluye.