El intelectual, periodista y escritor español alertó sobre las reacciones de las elites ante los gobiernos progresistas
Por Bernarda Llorente – Télam
El politólogo español, referente y fundador de Podemos Juan Carlos Monedero se definió como un «pesimista esperanzado» y a partir de ese concepto desandó en un análisis crítico el proceso de profundización de la intolerancia a escala mundial al describir que «la derecha está regresando a lugares terribles», al tiempo que observó la crisis del sistema neoliberal al que calificó como una «bestia que va a morir matando».
El intelectual, periodista y escritor que ha publicado ya una docena de libros, alertó en una entrevista extensa con Télam sobre las reacciones de las elites ante los gobiernos progresistas; a la vez, destacó que «la única autoayuda que funciona es la autoayuda colectiva, es decir, la política».
Para Monedero, «es muy importante que la ciudadanía sea consciente de que tiene que defender y vigilar a la democracia para que no nos la roben», y afirmó que la militancia «es el mejor espacio para los jóvenes».
—Leía hace poco una frase tuya muy descriptiva de estos tiempos. Dice: «Estamos en un mundo donde los canallas están envalentonados y la gente decente anda perpleja». ¿Qué debió cambiar para que esto ocurra?
—En el libro que escribí «Gobierno de las palabras: Política para tiempos de confusión», contaba cómo se estaba dando un vaciamiento de la democracia, a partir de la globalización (un planteamiento que hizo Friedrich von Hayek, el padre del neoliberalismo). Se daba una apertura de frontera para bienes, capitales y servicios y no para las personas, en donde los bienes del Norte empezaron a desindustrializar a los países del Sur, el sector financiero a meterse en nuestras alcobas y a tener maniatados prácticamente a todos los países, porque el Fondo Monetario (Internacional) se convirtió en un aliado de esos grandes capitales. Qué terrible es que acaba de hundirse el Silicon Valley Bank y, una semana antes, la revista Forbes lo había señalado como uno de los bancos más importantes del mundo y las agencias asentían. O sea que nos engañan. En el momento actual de deterioro de las democracias, la izquierda es quien busca superar las deficiencias del sistema, acabar con las desigualdades e igualar los derechos de hombres y mujeres… Se encuentra constantemente con los frenos de la democracia y, sin embargo, hoy en día es quien la defiende. Y te encuentras a Lula defendiendo la Constitución brasileña, mientras Bolsonaro -que se beneficia junto con sus élites de esa democracia vaciada- la patea e intenta asaltar los tres poderes del Estado o utiliza el ‘lawfare’ para meter en la cárcel a los opositores, y a los medios para vaciarla de contenido. Entonces, en esa paradoja en la que estamos, la izquierda, la gente decente, los demócratas, los progresistas, están mirando con cierta sorpresa un mundo lleno de canallas, pero no por ello dejan de aferrarse a la división de poderes, a la defensa de una prensa libre y plural, al respeto del adversario y el cumplimiento de los resultados electorales. Mientras que las derechas están regresando a lugares terribles.
—¿Las derechas ya no necesitan ampararse en el juego democrático?
—Las oligarquías nunca han jugado a la democracia, han jugado a los gobiernos representativos. A la democracia como un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, con participación popular y efectos visibles en la redistribución de la renta y ventajas de la vida social… a eso nunca han jugado las élites. Han jugado a tener representantes que pacificaban a los países pero que no ponían en riesgo sus privilegios. Eso se ha roto ahora. Estamos en un momento de crisis del modelo neoliberal, este modelo caracterizado por las aperturas de fronteras, los tratados de libre comercio, la venta de los bienes públicos, la desregulación interna de la economía y el vaciamiento fiscal. Todo eso entra en crisis. La propia Unión Europea está virando y se están aprobando leyes que garantizan las pensiones, que mejoran las condiciones de los trabajadores, cosas inéditas en los últimos treinta años. También quiebran los bancos, el calentamiento global no está teniendo respuestas y hay guerras por la crisis de la hegemonía norteamericana, que tiene miedo a China y está haciendo la guerra en suelo europeo, contra Rusia. Ya lo decía (Antonio) Gramsci en los años ’30: «crisis» es un momento en donde lo viejo no termina de marcharse, lo nuevo no termina de llegar y, en ese instante, surgen «los monstruos». Encontramos ahora que están regresando los monstruos.
—Las democracias actuales parecen definirse por una pérdida de representación de la ciudadanía en función de una sobrerrepresentación de los intereses de poderes cada vez más concentrados.
—(Walter) Benjamin señala que cuando ganan fuerzas progresistas las élites se ponen en guardia porque creen que el poder les pertenece. Nunca, ni en Argentina, ni en Brasil ni en España, las élites toleran que gobiernen las izquierdas, porque creen que el poder político es suyo. Por ejemplo, cuando gana (Andrés Manuel) López Obrador en México, Lula en Brasil o aquí Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, no lo toleran. Y están preparándose constantemente, están agazapadas. Esas élites además se asustan, porque el discurso que te ha llevado a ganar las elecciones es un discurso que dice «voy a poner a las élites en su sitio». Pero, si encima luego no lo haces, esa alerta que has generado las anima para tratar de dar el zarpazo. Por eso, suele ser un error en términos históricos ceder a las peticiones de la derecha. O sea, cuando cedes, estás perdido. Lo que estamos viendo es una derecha capaz de convencer a un 20, a un 30 por cierto de gente a la que confunden, a la que engañan, pero no revierte el resultado electoral de las mayorías. Lo que hay que pensar es qué está ocurriendo con ese porcentaje que, siendo popular o de clases medias, vota a sus verdugos. Reflexionar por qué votan un discurso de extrema derecha. Esto es propio del mundo neoliberal donde ha cundido la idea de que el pez grande tiene derecho a comerse al pez chico, donde es una sociedad de Mad Max, una sociedad del «sálvese quien pueda». Es como que se ha dinamitado en parte el trenzado social. Como si se hubiera hundido el barco y hay solamente una balsa y dicen: «Pelearos a ver quién se sube ahí arriba», y ahí ya no vale la ley, que es la expresión de la voluntad colectiva, sino solamente la fuerza.
—Ante este corrimiento de las fronteras de lo «aceptable», ¿cuáles serían las respuestas correctas para que se vuelvan a ampliar los márgenes democráticos?
—Creo que tenemos que ser pesimistas-esperanzados. Los gobiernos de cambio desde el año 2000, desde (Hugo) Chávez, Lula, (Evo) Morales, Néstor, (Fernando) Lugo y (Rafael) Correa, todos esos gobiernos, cambiaron la vida de millones de personas. Y esa gente guarda memoria de su mejora. Y eso se traduce en que cuando gana la derecha, gana «ajustada».
—¿En qué consiste ese pesimismo esperanzado al que te referías?
—Vemos en el mundo que el sistema tiene contradicciones, que ha llegado a callejones sin salida. La pregunta que tenemos que hacernos es cómo mantenemos el voto de ese 45% de gente que ha entendido que tiene su horizonte en las fuerzas progresistas y cómo, a ese otro sector, conseguimos convencerlo de que no encontrará soluciones en las políticas neoliberales. Por lo general, son estas clases medias a las que a veces olvidamos haciendo políticas solamente para los pobres. Eso es moralmente correcto, pero políticamente incorrecto. Porque esos sectores de clase media van generando también su propia frustración, van generando su idea de que no tienen futuro con estos gobiernos de cambio, y van dejándose engañar por los cantos de sirena tecnológicos de un futuro de semi-reyes, que suelen hacer las formaciones políticas de derecha y, sobre todo, de extrema derecha. Hay que hacer un buen diagnóstico de cuáles son los votantes de cada país y también dirigirse a los diferentes sectores. En el siglo XXI es muy complicado que funcione un único mensaje para todo el mundo. Una de las tareas de la democracia es nominar las cosas que están ocultas y no darlas por hechas. Tenemos que escuchar cuáles son los deseos de la gente joven, tenemos que escuchar cuál es la tristeza. Un 30% de los jóvenes está con depresión o con problemas mentales, con tristeza vital porque el sistema no está dando respuestas.
—Parece haber un repliegue de los jóvenes, escepticismo, poca participación en la acción y en el voto, y cierta seducción hacia discursos disruptivos de la derecha. ¿Cómo se los vuelve a enamorar en un proyecto transformador que los tenga como protagonistas?
—El interés en la acción colectiva, en la movilización, es como un péndulo: tienes momentos de auge de la acción colectiva y, luego, hay un repliegue a lo privado. Y eso es como una ley. Decía Cristina Fernández de Kirchner que militar es el mejor espacio para los jóvenes. Y estoy de acuerdo. Militar en un partido, en un sindicato, en una organización feminista, en una organización ecologista, en un grupo de teatro, como hacía Federico García Lorca, es entender que el espacio vital individual tiene más que ver con lo colectivo. En ese sentido, creo que una manera de volver a enamorar a esos jóvenes, que no ven futuro, es recuperar la idea de la política. A mí me da mucha rabia ir a las librerías y ver que se llenan de libros de autoayuda. Todos esos libros te ofrecen soluciones individuales, cuando la única autoayuda que funciona es la autoayuda colectiva. Y la autoayuda colectiva se llama política. Estoy convencido de que la militancia en el siglo XXI va a ser diferente de la del siglo XX. Va a ser todo más líquido, como diría Zygmunt Bauman. Es decir, tienes una cierta certeza de dónde estás y hay momentos en los que te va a interesar más y momentos en los que te va a interesar menos. Pero los propios partidos deben tener esa posibilidad de flexibilidad. No puedes exigir a la gente militancia del siglo XX, esas militancias duras en donde, en nombre del compromiso, la vida se convertía en un sitio feo, gris y carente de alegría.