Juan Carlos Scioli perdió su casa en 1994 y desde ese entonces vive en la plaza San Martín. Pasó días y noches bajo la intemperie, pero no se permite olvidar a su padre ni sus pasiones
Por Gonzalo Santamaria
Calle Córdoba. Arteria transitada si las hay dentro de la ciudad. Cualquier persona que camina por ahí, cruza y el verde de la plaza San Martín la impacta de lleno. En el centro de la misma, montado a su caballo, el general que le dio el nombre a ese espacio público custodia a cada rosarino que viaja por las veredas que lo rodean. Son miles. Van camino al trabajo, a la facultad de Derecho, paseando a un perro o simplemente recorriendo la zona. De espaldas al prócer argentino, como si fuera una metáfora buscada, vive Juan Carlos Scioli, un alvarense de 64 años, que pasó los últimos 25 viviendo en la histórica plaza.
CLG se acercó al ya vecino de la zona para conocer y explicar su historia. Él, junto a su hijo y compañero de la calle, ya son parte del paisaje de la calle Moreno al 700.
A sus 40 años llegó a la plaza desde Villa Gobernador Gálvez tras la muerte de su padre, y así mismo lo cuenta: “Yo vivía en Villa Diego con mi papá, pero cuando él murió mi tía vendió la casa. No me dio nada y me quedé en la calle con mi hijo”. Mientras iba relatando señaló a su hijo Cristian, de 35 años, que dormía en un banco aledaño.
“Acá la venimos luchando para que no nos saquen las cosas”, resumió con simplezas la sensación de vivir literalmente en la calle.
— ¿Qué es lo más difícil de vivir en la calle?
— La lluvia, el hambre… todo. El calor agobiante es otro de los inconvenientes para, como lo llaman sus compañeros, el “Viejo”. “En invierno se puede vivir un poco mejor. Pero el verano me mata porque sufro de la presión. Tengo artrosis y además una hernia en el estómago”, comentó.
En una de las alas de la facultad de Derecho se están haciendo remodelaciones y Juan Carlos se ve beneficiado por esto, ya que los trabajadores le traen comida. Sin embargo, con sus tareas finalizadas, el señor de 64 años sabe que se la tiene que «rebuscar” y explica que cuida autos en la zona, mientras levanta los hombros. Con firmeza en su mirada, remata: “Así es la vida”.
En los años en los que la calle no era su casa, Scioli supo trabajar en la cocina de bares de la terminal de ómnibus Mariano Moreno y en la famosa cantina “La Cautiva”. “Siempre laburé”, afirma y hace énfasis en las complicaciones para conseguir trabajo con 64 años, sin poder leer ni escribir.
Cuando habla de la cocina, la sonrisa en la cara se le manifiesta sola, como si fuera independiente de la situación en la que se encuentra. “Cocino muy bien. ¿Qué querés que te haga? Un arroz amarillo o un lechón… decime. Lo que quieras”, esgrime, mostrando su amplio poder de manejar ollas y la parrilla. Y más reflexivo, dijo: “A mí me encanta cocinar, y lo extraño”, bajando la mirada para mirarse las manos, que se sostenían una a otra.
Los vecinos, otro factor de vivir en estas condiciones. Juan Carlos es muy crítico de ellos: “Son mal llevados. Te hacen sacar de la plaza porque molestás. Te incriminan”, aseveró, aunque aclaró que «no todos son así».
Además de los vecinos también pasan estudiantes. «A los abogados no los quiero cerca”, sentenció, al mismo tiempo levantó su mano para reforzar la negativa y agregó: “Abogados, policías y políticos, son todos iguales. ¿A quién le importás? Si en esta vida roban, nada más».
La situación de calle también lo alejó de su familia. Separado de la madre de su hijo hace 23 años, con una hermana en Fisherton y dos hermanos repartidos en Casilda y en Bahía Blanca, no tiene contactos con nadie ni, como él mismo suscribe, le interesa tener.
La plaza, su hogar
«Esta plaza está quemada», fueron las primeras palabras del hombre a la hora de hablar de la San Martín. Según sus dichos, ve a la juventud «perdida». «Ahora piensan en el alcohol y las drogas», advierte, y afirma que a lo largo de los últimos 25 años ha presenciado una enorme cantidad de marchas y manifestaciones en la zona. «No se qué reclaman», lanzó entre risas.
La noche también trae situaciones que Juan Carlos prefiere obviar: «Si hay quilombo, me voy para el otro lado. No me gusta».
Recuerda con mucha lucidez su infancia. Villa Gobernador Gálvez y, casi siempre, una pelota de fútbol. “Teníamos una canchita cerca de Circunvalación que, aunque lloviera y se llenara de agua, jugábamos igual”, comenta, memorioso. Se define como un diez “poco habilidoso pero metedor”. Se acuerda con gracia de los torneos “por el lechón y el vino”, y las trifulcas que se armaban. «Algunas veces ganábamos”. Y nuevamente, tras esa frase, una sonrisa.
“Me gusta el fútbol, soy hincha de Central”, explicó, y se refirió a la reciente Copa Argentina obtenida por el Canalla: “La festejé pero me quedé acá sólo. A mí la junta no me gusta”.
Siempre sólo y tomando mate. Así se lo puede ver a Juan Carlos Scioli. Lo define como “su gran compañero”: “Me tomo tres termos por día y es fundamental antes de irme a dormir”.
Se acuesta muy temprano. Ya a las 20, el sexagenario termina su día y lo comienza desde muy temprano: “Me levantó, veo el sol y sé que son las 7”, desliza. La forma de crianza, sumado a los años que pasó en el Servicio Militar, hizo que las formas del habitante de la plaza sean regidas.
Dice que nunca consumió drogas ni tiene antecedentes penales. “Estoy agradecido a mi viejo. Antes era otra cosa, ahora son todos distintos”, manifestó para rápidamente describir una anécdota, con nuevamente una mueca en la cara, que explicó su afirmación: “A mí me obligaban a dormir la siesta para no molestar a los vecinos”.
Con 64 años está a un paso de poder jubilarse, pero debido a todos los requerimientos burocráticos que no puede cumplir, se le ve trunca la posibilidad de percibir ese beneficio.
— ¿Ha pensado en la muerte?
— “No. ¿Para qué? Cuando te toca, te toca. Puedo vivir hasta los 70, 80 o 90 años”.
Sin esbozar dudas. Así respondió a todo Juan Carlos Scioli, un hombre de poco más de 1,60 metros de altura, que demuestra fuerza en cada palabra que sale de su boca, sin mover la mirada ante cualquier consulta y con una sensación de total sinceridad.
Vivir en situación de calle es una realidad a las que las grandes ciudades de la República Argentina se ha acostumbrado. Se ven decenas de hombres y mujeres en circunstancias críticas que el ojo del transeúnte cotidiano ignora o elige ignorar, pero detrás de ellos hay una historia, como en este caso, de familia, cocina, fútbol y educación.