La astronauta de 56 años fue la primera persona británica en el espacio. En una nota a The Guardian cuenta su historia y las dificultades que se le presentaron
Helen Sharman fue la primera persona de Gran Bretaña en viajar al espacio. Criada en una pequeña ciudad del condado de Yorkshire, en el sur de Inglaterra, consiguió ese logro cuando tenía 27 años, en 1991. En una entrevista al diario inglés The Guardian, cuenta su historia en primera persona, relata que nunca dejó que ser mujer le impidiera hacer lo que deseaba, a pesar de las dificultades y los prejuicios en relación a las mujeres y la ciencia.
La nota completa
Casi todo en mi infancia fue normal y mundano. Nuestro núcleo familiar vivía en una cómoda casa de los suburbios de Sheffield, una ciudad del sur de Inglaterra. Fui a la escuela local. Nunca recibíamos visitas emocionantes. Con esto, quiero decir que yo pensaba que sólo podían ocurrirme cosas normales en la vida.
Cuando estaba eligiendo mis “A-Levels” (se trata de un grupo de materias de carácter optativo que pasan los estudiantes en Inglaterra en los dos últimos años de la enseñanza secundaria), un profesor alemán me encontró en un pasillo y señaló que si elegía Física y Química, iba a ser la única chica en esas clases. Esa fue la primera vez que consideré mi género en relación a la ciencia, y decidí rápidamente que eso no iba a detenerme.
Nunca me he definido en relación a mi género, y continúo sin hacerlo. La gente suele describirme como la primera mujer británica en el espacio, pero en realidad fui la primera persona británica en el espacio. Eso significa que si no se aclarara que soy mujer, se asumiría que la primera persona británica en el espacio, fue un hombre. Cuando Tim Peake viajó al espacio, algunas personas simplemente se olvidaron de mí. Un hombre yendo primero hubiera sido la norma, me emociona haber podido trastornar ese orden.
La confianza en mí misma y una actitud de “yo puedo hacerlo” cambiaron mi vida. Estaba conduciendo a casa después del trabajo, cuando escuché en la radio un anuncio publicitario en el que ofrecían trabajo para el primer astronauta británico. Cumplía todos los requisitos, pero pensé que no me elegirían, que no valía la pena molestarme en postular. Sin embargo, para el momento en el que llegué a casa me había dado cuenta de que si nunca me postulaba, no iban a poder elegirme. Mi mamá siempre me decía: “Si no lo intentas, nunca sabrás qué podría haber pasado”.
No hay mayor belleza que ver la Tierra desde arriba y nunca olvidaré la primera vez que la ví. Después del despegue, dejamos la atmósfera y repentinamente una luz apareció a través de la ventana. Estábamos sobre el Océano Pacífico. Los gloriosos mares de profundos azules me dejaron sin aliento.
Mi idea del infierno es no hacer nada. Incluso si estoy esperando que la familia se prepare para salir de casa, estoy regando las plantas, ordenando, practicando una obra en el piano, con guantes y sombrero. Conozco gente que disfruta tomarse las cosas con calma, pero yo no puedo evitar sentir que estoy desperdiciando mi tiempo.
Hay una corta distancia entre mi corazón y mi cabeza y eso es muy útil cuando no hay gravedad.
Los aliens existen, no hay otra opción. Hay muchos billones de estrellas allá afuera en el universo que también deben ser muchas y variadas formas de vida. ¿Serán como tú y yo, hechos de carbono y nitrógeno? Quizás no. Es posible que estén aquí ahora mismo y, simplemente, no podamos verlos.
Mi único verdadero amor son las montañas. Estar allá arriba en la naturaleza me da serenidad y me hace ver la vida en perspectiva. Hay algo en su grandeza que hace que mi vida y mis problemas parezcan insignificantes. Pero son también las pequeñas cosas -un cristal en una roca, un pequeño caracol moviéndose en un camino- que me recuerdan que hay muchas maravillas por encontrar si sólo abres tus ojos a ellas.
Estar en el espacio me enseñó que es la gente, no los bienes materiales, lo que realmente importa. Allá arriba, tenemos todo lo que necesitamos para sobrevivir: la temperatura justa, comida y bebida, seguridad. Nunca pienso en los objetos que poseo en la Tierra. Cuando volamos sobre partes específicas del globo, siempre son nuestros seres queridos allá abajo en quienes pensamos.
Por Michael Segalov, para The Guardian