- Por Carlos Duclos
Muchos de los pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento conmueven aun a aquellas personas que no son creyentes, pero que encuentran en las escrituras sagradas un jalón, un hito, en la historia de la humanidad que, aunque no parezca, suele repetirse una y otra vez. Uno de esos pasajes conmovedores, que sacuden el corazón de los seres sensibles, es aquel que da cuenta de que lo anunciado por el profeta Jeremías finalmente se cumplió en ese lejano invierno del antiguo Israel, cuando el rey Herodes, cruel y temeroso de que naciera un monarca judío que pudiera comprometer su poder, mandó a matar a cientos de bebés, para asegurarse de que muriera entre ellos Jesús. La ignorancia del poder perverso que siempre creyó que se puede burlar eternamente a Dios.
Mateo, en su Evangelio lo dice así: «Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven.» Estremecen estas palabras hasta el hilo más sensible y último del alma humana. Cientos de inocentes, tras el nacimiento de la Luz del Mundo, fueron asesinados sin piedad, sin misericordia, mientras se escuchaba el grito desgarrador de cientos de madres.
Han pasado ya más de dos mil años desde aquellos fatales días que siguieron al nacimiento de Jesús (sea de bendita memoria eternamente) y, sin embargo, los Herodes de todos los tiempos siguieron y siguen asesinando, de una u otra forma, a los pobres inocentes incapaces de defensa. Y sigue escuchándose en todo el universo el llanto de Raquel (figura representativa de millones de padres) que no puede ser consolada porque sus hijos ya no viven.
Y en esta acción demoníaca, hay que decirlo, se confabulan hombres y mujeres poderosos de todas las razas, de todas las ideologías y de todas las creencias. Muchos de ellos, hipócritas, pronuncian el Santo Nombre y dicen seguir sus enseñanzas, pero sumen en las desgracias más atroces a los “hijos de Raquel”, esta pobre Raquel bíblica que personifica a todas las madres y padres del mundo de todos los tiempos y a la misma vida que puja por ser (y por ser digna) y los Herodes de siempre no lo permiten.
Hambre, pobreza, enfermedades, ausencia de educación y de servicios de salud adecuados, sojuzgamiento, homicidios, narcotráfico, contaminación, privación de derechos fundamentales, cuando no la muerte literal de los inocentes que los perversos producen de todas las maneras imaginables, son la realidad de siempre y de estos días.
En la Argentina, uno de los países con más riquezas naturales del mundo, la mitad de los chicos son pobres e indigentes; la delincuencia y sus devastadores efectos son la nueva cultura social. Si estuviera entre nosotros en la carne, como lo estuvo en el antiguo Israel, el Gran Rabí, cuyo nacimiento se celebra en estos días, no caben dudas, les diría a los responsables, como entonces, “¡Generación de víboras!”
La verdad pronunciada, desde luego, atraganta las burbujas de champaña en la garganta de los poderosos; la verdad pronunciada molesta a algunos. Pero es siempre preferible molestar a los hijos del demonio, a los Herodes y sus serviles, que traicionar a Dios. Hoy, como ayer, “un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven”… en muchos casos apenas si sobreviven.