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El incendio en Notre Dame

«Fui testigo de la tragedia que derrumbó cientos de años de historia»


Por Belén Escobar (*)

Eran las diez de la mañana de un lunes corriente en París cuando ingresé a la catedral de Notre Dame como una turista más, sin saber que sería una de las últimas en pisar ese magistral templo tal como lo conocían las cientos de personas que diariamente lo solían visitar.

Tras realizar un típico recorrido tras una breve fila para entrar, me detuve cada vez que pude para tomar fotografías dada la impactante arquitectura gótica de la catedral.

Ante la proximidad de la Pascua, algunas imágenes estaban cubiertas con un manto violeta, lo cual no tornaba menos atractiva la visión para quienes tuvimos la dicha de visitar la iglesia a pocas horas de uno de los sucesos más trágicos para la historia de Francia y el catolicismo en este siglo.

Dentro del templo se encontraban símbolos sagrados para los católicos como la corona de espinas, un trozo de madera de la cruz y un clavo; todos elementos que los creyentes afirman fueron utilizados para crucificar a Jesús.

Quienes quisieran, podían prender una vela, cuyo valor variaba según el tamaño; mientras que también se podían adquirir recuerdos en stands o máquinas expendedoras. Al salir, obtuve una pequeña medalla para llevar de regalo de aquí de París a Buenos Aires a cambio de dos euros y que hoy sin dudas ya aumentó su valor.

El paseo por el templo terminó y el recorrido programado por la imponente Ciudad de las Luces siguió su curso hasta que recibí un mensaje desde la Argentina: mi mamá me contaba la triste noticia.

Al instante, relacioné las demoras del subte que había experimentado minutos atrás, ese que me venció y me impulsó a caminar para evitar el clima de tensión.

Reuters

También recordé la presencia policial, las charlas entre el personal del subte, quienes debieron controlar la multitud de usuarios ansiosos por viajar. Ninguno de esos hechos me habían llamado la atención. En principio pensé que eran elementos habituales de París.

Al emprender la caminata, observé como una enorme nube de humo se adueñaba del paisaje sobre el río Sena.
Conmocionada, decidí continuar con las actividades al saber que no se podía acceder a la zona tras la evacuación, pero las ambulancias que iban a alta velocidad y las luces de la Policía eran incesantes.

Involuntariamente, me había convertido en testigo de la tragedia que derrumbó en pocas horas cientos de años de historia.

Pero la vida parisina también siguió su curso: algunas personas realizaban actividad física y otras tantas disfrutando de los juegos de la Torre Eiffel.

En algunas pizzerías, los televisores transmitían un partido de fútbol como si se tratara de una ciudad paralela y así hasta el final del día, mientras el fuego continuaba.

Minutos antes de la medianoche, el presidente Emmanuel Macron se hizo presente junto a funcionarios en la puerta de la catedral.

«Lo peor se ha evitado», expresó en una breve conferencia ante la prensa y ciudadanos, en la que se mostró esperanzado por la posibilidad de conservar la estructura de la catedral, mientras los bomberos continuaban su trabajo detrás.

A última hora continuaba afectado el recorrido de trenes, subtes y barcos turísticos, los cuales tuvieron que improvisar recorridos para evitar la zona y satisfacer a quienes ya habían pagado el paseo.

Tras el discurso del primer mandatario, la televisión local reemplazó la transmisión desde la catedral por contenido enlatado.

(*) Periodista de la sección Economía de la agencia Noticias Argentinas (NA).