Por Ricardo Lilloy*
Mucho se habla acerca de un presunto fracaso de la cuarentena, porque se pensó que su implementación temprana y su vigencia en el tiempo disminuiría el número de contagios.
Desde esta mirada, la cuarentena en la Argentina podría ser rotulada como un fracaso ya que, pese a ser la más larga del planeta, no evitó que hoy ostentemos el 10º lugar entre los países con más contagios.
La posición en el ranking podría ser más dolorosa aún, si tenemos presente que Argentina realiza el 10% de los testeos que se concretan, por ejemplo, en Chile.
Es posible que la población no haya sido bien informada de la finalidad de la cuarentena, con la que no se preveía resolver el problema, sino ralentizarlo.
Invertir el tiempo de modo que el sistema de salud fuera actualizado y preparado para soportar los casos de coronavirus.
Demorar, no evitar la inexorable llegada de la pandemia.
Este llamado «aplanamiento» fue exitoso; hoy el país ocupa el lugar 18º en número total de fallecidos por Covid-19 gracias a que los servicios se reforzaron y hasta el momento, no colapsaron, aunque estén estresados y en algunos lugares al límite.
La cuarentena es una de las medidas más antiguas que conoce la humanidad como herramienta para protegerse de enfermedades para las cuales no hay tratamiento.
Vista desde el punto sanitario, y haciendo analogía, es una medida comparable con un torniquete, que sirve para controlar una hemorragia hasta recibir un tratamiento que resuelva el problema, pero debe apretarse y aflojarse por momentos para evitar la pérdida del miembro afectado. Es decir, se debe regular la presión.
Podemos concluir que las cuarentenas son útiles, pero deben ser utilizadas teniendo en cuenta la capacidad que tienen las personas para soportar largos confinamientos.
En la Segunda Guerra Mundial, cuando Londres era bombardeada por Alemania, la gente concurría a los refugios ante cada alerta. Pero transcurrido un tiempo de confinamiento, empezaron a salir de los refugios a riesgo de morir, solo para mitigar la angustia que les producía el encierro.
Ante el impacto en todos los órdenes de esta larga cuarentena, nos preguntamos qué está pasando, como aquel médico que se interroga frente al agravamiento de la enfermedad de su paciente, porque la terapia elegida no resultó efectiva.
Muchas veces ese médico tiene la tentación de atribuir el fracaso del tratamiento al propio paciente por su supuesta no colaboración, y es posible que así sea si la indicación afecta de un modo insoportable la voluntad de cumplirlo.
La sociedad reclama recuperar normalidad. No solamente porque no admite la pérdida de la libertad, sino porque esta cuarentena, independientemente de los resultados obtenidos, minimizados o exagerados según se trate de oficialismo u oposición, se erige muy costosa por las consecuencias en el plano de pérdida de empleos y desaparición de empresas.
Se corroboró que es falsa la dicotomía «vida versus economía».
El ser humano necesita conservar la vida, sí; pero para que ésta tenga sentido son imprescindibles otros bienes esenciales como la posibilidad de procurarse sustento a través del trabajo.
Para saber qué países implementaron las medidas más acertadas, habrá que esperar al fin de la pandemia. Ahora se impone revisar y reprogramar las acciones teniendo en cuenta, sin prejuicios, no sólo los datos de la propia realidad sino también las experiencias de otros países.
Alemania, Suecia, Noruega y Finlandia, a título de ejemplo, confiaron más en la población que en el confinamiento, proveyeron información fidedigna y generaron educación e información para el autocuidado.
La cuarentena intermitente, liberación de la mayor cantidad de actividades sin abandonar las precauciones e insistir en el necesario cuidado personal y familiar, es la etapa que se viene.
Ante la pandemia, todos en el mundo están improvisando y aprendiendo, nadie es dueño de la verdad. Tuvimos la suerte de que la epidemia llegó algunos meses después que a Europa, eso nos permitió aprovechar la experiencia terapéutica de muchos países e imitar lo que funcionó allí.
Es ineludible respaldar a nuestros equipos de salud que están soportando el esfuerzo con éxito y que, postpandemia, sufrirán las consecuencias de los problemas estructurales que desde hace muchos años vienen deteriorando el sistema sanitario.
(*) Presidente de la Cámara de Medicina Privada (CEMPRA).