Ni Gran Bretaña entre 1839 y 1842, ni la desaparecida Unión Soviética entre 1979 y 1989, pudieron doblegar la tenaz voluntad de Afganistán, conocido por su producción de amapolas, de cuyas plantas verdes se obtiene el opio
A 20 años de la invasión de Afganistán, iniciada el 7 de octubre de 2001, las heridas de aquella guerra sangran aún en la conciencia de Estados Unidos, cuyo concepto de imponer por la fuerza la democracia ha chocado contra el fundamentalismo religioso que rige desde hace siglos en ese país asiático.
Ni Gran Bretaña entre 1839 y 1842, ni la desaparecida Unión Soviética entre 1979 y 1989, pudieron doblegar la tenaz voluntad de Afganistán, conocido por su producción de amapolas, de cuyas plantas verdes se obtiene el opio.
El 7 de octubre de 2001, casi un mes después de los atentados del 11 de septiembre contra el World Trade Center, el Pentágono y un campo en Pensilvania, que causaron 3.000 muertos, la Casa Blanca invadió Afganistán e inició un conflicto bélico que duraría dos décadas, el más largo de los emprendidas por Washington, en el que los estadounidenses se retirarían vencidos y humillados.
El pasado 30 de agosto, Estados Unidos completó el retiro de sus soldados de Kabul, tras liderar una coalición internacional que, a pesar de su superioridad tecnológica y militar, no pudo derrotar a la milicia talibán.
La guerra más larga librada por la Casa Blanca, para derrotar primero a Al Qaeda y luego a las milicias del grupo Estado Islámico (EI), comenzó a finalizar tras un plan impulsado por el expresidente Donald Trump y completado luego por el actual mandatario demócrata, Joe Biden.
El 29 de febrero de 2020, Trump y los jefes talibanes firmaron en Doha, Qatar, un convenio que fijó la retirada definitiva de Estados Unidos de Afganistán a cambio de un compromiso de la milicia fundamentalista de no permitir que el territorio afgano sea utilizado para planear o llevar a cabo acciones que amenacen la seguridad de Estados Unidos.
Pero ese acuerdo incentivó a los talibanes a emprender una rápida ofensiva por todo el país que se coronó con el ingreso en Kabul y la reconquista del poder.
Esto provocó la huida del expresidente afgano, Ashraf Ghani, mientras crece en la actualidad el temor de que los talibanes instauren un regimen donde se aplique la sharia, una versión primitiva de la ley islámica, como ocurría antes de la invasión de Estados Unidos.
Según cifras del Gobierno de Biden, un total de 2.455 estadounidenses murieron en la guerra de Afganistán, incluidos 13 soldados que fallecieron tras un atentado del grupo Estado Islámico de la provincia de Khorasán (ISIS-K), realizado en el ataque al aeropuerto de Kabul, el pasado 26 de agosto.
Al conmemorarse el cuarto aniversario de la invasión, el expresidente republicano, George W. Bush, dijo a la cadena pública británica BBC: «Dios me ordenó invadir Irak (en 2003) y Afganistán».
Bush también reflexionó: «Dios me ha dicho, ´George, ve y lucha contra los terroristas en Afganistán´. Y yo lo hice. Y Dios me dijo, ´George, pon fin a la tiranía en Irak´», donde gobernaba en aquellos años el presidente Saddam Hussein.
El exdictador iraquí fue condenado luego a la horca por ordenar la muerte de 148 civiles chiitas en Dujail, 65 kilómetros al norte de Bagdad, el 8 de julio de 1982.
Pero en Afganistán, donde por estos días el nuevo gobierno talibán trata de reconciliarse con algunos países de Occidente, entre ellos el Reino Unido, el presidente Biden pagó un precio alto por el retiro de una guerra que no trajo beneficios para Estados Unidos.
Los republicados están convencidos de que la retirada, algo desorganizada, según su opinión, les dará algún tipo de beneficio en las elecciones legislativas de noviembre de 2022.
Para Trump, la partida de las tropas de Kabul «pasará a la historia como una de las grandes derrotas militares de todos los tiempos, y no tendría por qué haber sido así» dado que «no ha sido una retirada sino una rendición absoluta y sin motivo alguno».
El 1° de septiembre, el papa Francisco, citando a la canciller alemana Angela Merkel, condenó «la política irresponsable (de Estados Unidos) de intervenir e imponer la democracia» en Afganistán.