Opinión

Especuladores extranjeros: pasen que vale todo


Por Carlos Duclos

La conquista española en territorios de América fue una verdadera paradoja; como suele decirse, los “colonizadores” vinieron con la cruz en la mano izquierda y la espada en la derecha. Por un lado se llevó a cabo la propalación de la palabra de Cristo, es decir la divulgación del amor, y por otro a sangre, filo y fuego se diezmó y sometió a las comunidades aborígenes. Hay que recorrer territorios habitados hace 400 años por aborígenes para escuchar narraciones espeluznantes que difieren de la que cuenta la “historia oficial”. Por ejemplo, el pueblito de Comenchingones en Ongamira, Córdoba, cuyos habitantes (hombres, mujeres, niños, ancianos) prefirieron arrojarse desde la cumbre de una elevación antes que ser tomados por los españoles. Sabían lo que les esperaba.
Los españoles a la orden de la corona, esos que a cambio de la vida espiritual, a cambio de la salvación del alma, se llevaron oro, plata, y todas las riquezas habidas en el suelo descubierto. Y si no es así que lo digan los descendientes del inca Atahualpa, y otros. Por supuesto que hubo cosas buenas ¿por qué negarlo? Los jesuitas son un ejemplo, entre varios. Claro que cuando quisieron defender su obra y los destinatarios, esto es los pobres, fueron arrasados por el rey Carlos III. Que los aborígenes tenían el mismo estatus de hombres libres del que gozaban los ciudadanos españoles es verdad, pero como en la península poco se sabía de lo que ocurría aquí, en la realidad cotidiana de la colonia la cosa era distinta.
¿Y a qué viene el préambulo histórico? A que transcurridos quinientos años nada ha cambiado.
La historia oficial sigue mintiendo, y los colonizadores, que hoy no son solo los españoles, por supuesto, vienen a llevarse las riquezas, pero de producción nada, de fuentes de trabajo menos y de salvación del alma ni qué hablar.
Como informó Con la Gente hace unos días, en los últimos dos años, según un estudio realizado por la Universidad de Avellaneda con el que coinciden otros informes, la inversión extranjera y vernácula para especulación financiera aumentó un 790 por ciento y en cambio la inversión para producción cayó un 14 por ciento. Cada 4 dólares que ingresaron al país para especular financieramente, solo entró 1 para labores productivas. Es decir, vienen capitales para hacer bicicletas financieras, obtener ganancias rápidas y retornar a sus orígenes y pocos, casi ninguno, para fomentar la producción.
Claro que esto no es de ahora, esto es histórico ¿Son culpables los nuevos colonizadores? En principio no, son culpables los criollos que permiten esto. Y lo permiten a partir de la ausencia en el país de una base indispensable para la inversión productiva: la seguridad jurídica, la falta de políticas fundamentales, gobierne quien gobierne; la carencia de políticas que transmitan confianza al mundo. Y la presencia, eso sí, del premio que se otorga mediante el lábil o debilucho impuesto a la renta financiera especulativa.
Hace ya unos años preguntábamos y respondíamos: ¿Quién habrá de invertir su capital para producción en un país en donde oficialismo y oposición se sacan los ojos (aunque a veces negocian y se los vuelven a poner), en donde el que llega al poder desarma todo lo que hizo su predecesor, en donde la política hoy es una y mañana otra? Nadie invierte en un país semejante. Entonces los grandes capitales, a menudo piratas de levita, encuentran aquí el “pase que vale todo”. Posiblemente el “vale todo” tenga un precio, claro, pero que nunca cobra la sociedad argentina.