Por Carlos Duclos
Las estadísticas son intangibles, no se sienten, pero los datos que transmiten a veces pueden hacer meditar profundamente a las mentes dispuestas, con sentido común y abiertas. En apenas 24 horas en Italia, desgraciadamente, han muerto más de 620 personas por Coronavirus. Estas son las cifras oficiales, claro. Las otras, si las hay, mejor no enterarnos.
La cantidad de muertos en Italia ya supera, en pocos días, los cuatro mil y si el gobierno no hubiera adoptado las medidas restrictivas que adoptó (tarde, aunque mejor tarde que nunca) la península y Europa hoy asistiría a una catástrofe imposible de imaginar.
España, otro de los países seriamente afectados y que se demoró en dictar el aislamiento, ya tiene en pocos días más de 1.000 muertos y ya se advirtió que las “Unidades de Cuidados Intensivos darán prioridad a los enfermos que tengan más esperanza de vida si se colapsan” (título del diario español El País de hoy). Es angustiante, lamentable, los médicos tendrán que dejar morir a los pacientes, como ya sucede en Italia.
Doblemente penoso, porque los seres queridos no se podrán despedir de sus familiares infectados si mueren. Sin despedida, sin funeral, sin adiós, sin últimas miradas, sin nada. Es crudo, pero es la realidad que hay que explicarle a ciertos pelotudos (con todas las letras “pe-lo-tu-dos”, cabezas de popó y mala gente) que en Argentina no acatan las directivas que bajan del gobierno: aislamiento para combatir el virus.
En Argentina, gracias a que el presidente Alberto Fernández tomó una iniciativa acertada adelantándose al pandemónium, y a que el frío aún no llega, se está a tiempo de evitar una catástrofe. Pero no depende por el momento solo del gobierno ni de la gente de buena voluntad y responsable que es la mayoría, sino también de los estúpidos; pocos, pero que contagian mucho.
China está venciendo a la pandemia; hasta el jueves llevaba dos días libres de nuevos contagios. Un éxito que se debió a dos razones según los expertos: el estricto aislamiento y los tests realizados a granel para detectar portadores sin síntomas que también contagian. La misma estrategia desplegó Corea del Sur quien está venciendo a este tremendo flagelo.
Algunas noticias son una tenue luz en la probable oscuridad: el gobierno argentino ha adoptado medidas a tiempo (a destacar la firmeza del presidente, en este caso Comandante en Jefe porque estamos en guerra contra un enemigo invisible y poderoso); en los próximos días los análisis para detectar el virus se harán también en centros provinciales (no se centralizarán solo en el Malbrán); se tomó contacto y se trabaja con expertos coreanos; el invierno aún no ha llegado y estamos en una latitud que parece (según algunos estudiosos) no favorecer demasiado al virus.
Pero (siempre hay un pero) el virus podría encontrar en nuestro país otro virus que le serviría justo para sus fines mortales: los pelotudos, esa clase de imbéciles que no toman conciencia del desastre que pueden causar a quienes los rodean y a gente inocente, miles y miles, que quieren vivir, tener salud, porque tienen sueños y metas por alcanzar.
Para este espécimen argentino, hay dos caminos: que reflexionen o que, como en algunos países, los hagan entrar en razón a garrotazos. Con ciertos idiotas no cabe otra. No entienden que es mejor perder 14 días, o más si fuera necesario, a perder la vida. Tal vez supongan que porque hay sol y hace calor, porque los pájaros siguen cantando y hay feriado largo el virus va a esperar.