Opinión

Entre Batistuta, el Papa y Alberto: ¿da lo mismo un burro que un gran profesor?


Por Carlos Duclos

El Bati tiró un centro con el balón de la meritocracia y la redonda quedó picando en las redes sociales para que la patearan los hinchas del equipo opositor y oficialista. “Se me viene a la mente una pregunta -dijo el ex Boca y Selección Nacional- mis padres me criaron en una casa de 5 x 3 metros; trabajando, estudiando, confiando en la justicia, me dieron un hogar más amplio. Yo continué sus ejemplos sacrificándome y respetando al prójimo. ¿Fui un idiota por respetar estos ideales?”. Claro, todo devino a partir de la controversial aseveración presidencial cuando dijo que “lo que nos hace evolucionar o crecer no es verdad que sea el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años. El más tonto de los ricos tiene más posibilidades que el más inteligente de los pobres”.

Un error presidencial, pues al intentar un tiro contra Macri confundió el valor del mérito con la injusticia social. Lo extraño y preocupante es que también el Santo Padre, muy posiblemente sin querer vincular sus dichos con la polémica argentina, haya dicho en un tuit y por las mismas horas que “quien razona con la lógica humana, la de los méritos adquiridos con la propia habilidad, pasa de ser el primero a ser el último. En cambio, quien se confía con humildad a la misericordia del Padre, pasa de último a primero”.

La parábola de Jesús

Francisco se ha basado en el pasaje de Mateo, Capítulo 20, que dice exactamente: “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: «Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.» Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: «¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?» Le respondieron: «Nadie nos ha contratado.» Él les dijo: «Id también vosotros a mi viña.» Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: «Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.» Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: «Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.» Él replicó a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?» Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»

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Dios no amerita la vagancia

Está claro, para quien quiera interpretar debidamente a Jesús, que solo se trata de una metáfora, de una parábola, que encierra el gran significado metafísico: vale lo mismo para la salvación del alma un pecador arrepentido minutos antes de su muerte, que aquel justo que vivió piadosamente toda su vida. Nada habla la parábola de las habilidades, conocimientos y calidad del esfuerzo de los trabajadores, sino del tiempo trabajado y la disposición al trabajo. Y es más, hasta podría decirse que hay mérito en todos ellos: ¿cuál? El disponerse a trabajar. El dueño de la viña (Dios) no amerita la vagancia, no les paga por no trabajar. Queda claro.

Que el Papa haya aludido a lo innecesario del mérito, entendido este como el reconocimiento a una persona por su voluntad y esfuerzo por elevarse material y espiritualmente, es peligroso e injusto. Pone en entredicho al mismo Jesús cuando dice (Mateo 5, Sermón del Monte) “Por tanto, sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (entiéndase por ser perfectos como el andar por el camino hacia la perfección, hacia la purificación, que solo puede ser dada por Dios, pero que es un compromiso del hombre) ¿Acaso no demandó esfuerzo, sacrificio, conocimiento, la santidad de hombres tales como Santo Tomás, San Agustín, la Madre Teresa y tantísimos otros? ¿No hubo mérito en ellos?

Palabras al servicio de políticas de subsuelo

Lo que sucede es que a veces ligeramente las expresiones se ponen al servicio de la política de bajo nivel, de subsuelo, y se confunde todo. Se confunde ausencia de derechos y de igualdad de oportunidades, con el merecer reconocimiento por la virtud, por el conocimiento adquirido, por el esfuerzo realizado que permite al hombre ser mejor.

El término “meritocracia” ha sido bastardeado a partir de la pésima interpretación de un sociólogo hace décadas, quien confundió la aberración del gobierno elitista, sectario, de los mejores, con la imposibilidad de que todos los hombres accedieran al gobierno por falta de oportunidades para ser meritorios ¿Se entiende?

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No es mala la meritocracia entendida como el gobierno de los mejores; de hecho, estadistas como Napoleón apelaron a ella. En Francia, por ejemplo, funciona La Escuela Nacional de Administración ubicada en Estrasburgo y muy difícilmente un gobernante francés no haya pasado por ella para mejorar antes de acceder a la función pública. Lo que es malo, es que se les niegue a ciertas personas la posibilidad de ser mejores y también dirigir, algo que muchos políticos de uno y otro signo (hay que decirlo) avalan con sus acciones u omisiones a pesar de sus palabras. Es que al sistema no le conviene, de ningún modo, seres realizados material, intelectual y espiritualmente. Por eso tantos pobres, tantos ignorantes, tantos desinformados. El sistema no tolera la iluminación de la masa, y el sistema (y para finalizar) está en todas partes: en la derecha, en la izquierda, en el centro y allí donde le convenga. Pero, como decía Discépolo, hoy da lo mismo un burro que un gran profesor.