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En el Día de la Tradición, un artículo donde José Hernández reclama llevar la capital a Rosario


A 186 años de su nacimiento y como homenaje, se reproduce en esta nota un potente texto del autor del Martín Fierro que fue publicado en 1868 el diario La Capital

José Hernández nació un 10 de noviembre de 1834 en Chacras de Perdriel, que en aquel momento formaba parte de la Confederación argentina. Fue militar, periodista, poeta y político argentino, pero es recordado por todos como el autor del Martín Fierro, obra máxima de la literatura gauchesca. En su homenaje, cada 10 de noviembre —aniversario de su nacimiento— se festeja en la Argentina el Día de la Tradición.

Más allá de su obra poética, Hernández tuvo una importante trayectoria como periodista. Formó parte de muchos periódicos del país a lo largo de su vida. Su primer acercamiento fue cuando se unió al diario del Partido Federal Reformista y, entre otros medios, pasó por La Capital, donde sus escritos estaban firmados como J.H y defendió la idea de que la capital argentina fuera de Buenos Aires se ubicara en Rosario.

A continuación, un artículo publicado en la página 2 del diario La Capital el sábado 4 de julio de 1868:

El Rosario debe ser la capital de la República

Hacen quince años que vivimos en un provisoriato funesto respecto de la Capital. Y este provisoriato amenaza continuar.

¿Qué? ¿Solo lo provisorio habrá de ser siempre permanente entre nosotros?

Ya basta de incertidumbre. Ya es época de decidir de una manera definitiva y concluyente, donde deben tener su asiento las autoridades nacionales, ofreciendo así esa seguridad más a los grandes intereses que aguardan impacientes esa resolución.

Ningún pueblo de la República puede sostener con el Rosario la competencia, sobre las condiciones y ventajas positivas que reúne para ser el punto de residencia de las autoridades nacionales.

La cuestión presenta faces variadas y complejas, pero bajo cual quiera de ellas que se estudie, el Rosario será siempre el que mejor responda a todas las grandes conveniencias que deben consultarse para decidir en tan grave cuestión.

En la solución de la cuestión Capital, deben tenerse en vista, no sólo los beneficios que ella puede ofrecer al país, sino también los males que es necesario prever y que es prudente evitar.

La situación geográfica del Rosario lo coloca en condiciones ventajosas para hacer fáciles, realizables y fecundas para los pueblos esas ventajas, y para alejar también los peligros que pueden amenazarlos en lo futuro.

Las fuerzas activas de la República, las fuerzas que pesan más decisivamente en el orden de todos los acontecimientos políticos y socia les, residen en la gran línea del Litoral, formada por las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes.

Colocado como se halla el Rosario en el centro de esa gran línea, es decir en el centro de todas esas fuerzas, el Gobierno aquí, regularía sus movimientos y trazaría a esos grandes centros de poder, la órbita en que deberían girar para bien general de la República.

El poder de Buenos Aires, que ha de ser siempre una amenaza para los pueblos mientras aquella provincia se mantenga como hasta aquí dominada por un circulo exclusivista y anárquico, ese poder se encontraría contenido por la proximidad del Gobierno Nacional, establecido en un punto fuera del alcance de su influencia; se hallaría observado de cerca, y forzosamente estrechado dentro de los limites territoriales de su provincia.

Buenos Aires se vería detenido por la presencia de la Autoridad Suprema de la República, y sujeta a la Unión Nacional por la ley de las conveniencias y de la necesidad.

Por este lado, la capital en el Rosario neutraliza el poder de Buenos Aires, garante a los pueblos contra toda tentativa anárquica cuya iniciativa puede partir de aquel centro, y asegura también a la República contra las criminales tentativas de desmembración.

Entre Ríos y Corrientes no ofrecen por hoy ningún peligro, pero el Gobierno General debe hallarse en condiciones de estrechar más y más los vínculos que ligan esas Provincias a la nacionalidad argentina.

Ellas que son de las más productoras y ricas de la Confederación, demandan también el cuidado y dedicación esmerada de parte de la autoridad nacional para comunicar mayor impulso a su prosperidad y riqueza, a la vez que con su poder son para él una verdadera garantía, un respeto que ha de contener siempre la anarquía y dar seguridades de permanencia sólida y estable de esa misma autoridad nacional.

Por este lado también, la capital en el Rosario ofrece todas las ventajas apetecidas, y funda así un gobierno fuerte, colocado fuera del alcance de la amovilidad que traen las luchas políticas, y estrecha más y más los vínculos de la fraternidad que deben ligar siempre a los pueblos. aproximándolos para que se conozcan, y se enlacen por reciprocas relaciones políticas y comerciales que hagan más firme y duradera la paz.

Por lo que respecta al Litoral, pues, estudiando la cuestión bajo el punto de vista político y administrativo, el Rosario es el único punto en que puede ventajosamente situarse el Gobierno Nacional respondiendo a todas las ventajas, a todas las necesidades y conjurando todos los peligros.

Cualquier otro punto que no fuera éste, ofrece inconvenientes que sería en extremo fácil señalar.

Por lo que hace al Interior, las Provincias necesitan un Gobierno que vigile de cerca por ellas, que oiga la voz de sus necesidades, que repare solícito los desastres que les ha causado la anarquía, que impulse su comercio, que promueva su industria, que propenda al desarrollo de su riqueza, que fomente la fundación de instituciones útiles, que lleve hasta ellas el espíritu de mejora y de progreso, que las ponga en fácil contacto con las plazas comerciales activas y ricas, y que con las fuerzas del Litoral garanta la paz, el orden y su quietud interior.

Solo del Rosario pueden partir para los pueblos estos grandes beneficios. El Gobierno establecido aquí sería el primer interesado en la paz de las Provincias, porque toda perturbación sería para él una amenaza y un peligro.

No comprendemos cómo haya en el Congreso quien vacile el dar su voto en la cuestión.

Con examen detenido, con espíritu patriótico, con amor al adelanto y progreso de nuestros pueblos, con ánimo desapasionado, nadie puede dejar de convenir en que el Rosario es el punto señalado por la naturaleza y por la política, para ser capital de la República.

De aquí debe partir para todas partes la palabra de unión y el espíritu de orden que han de fundar la paz, estrechar la unión, impulsar a la República en el camino de su engrandecimiento moral y material, y regenerar a los pueblos por el trabajo, por la industria y por la riqueza.

La capital en el Rosario sería la única solución conveniente que pue de darse a las grandes cuestiones políticas y administrativas que nos han agitado y dividido hasta hoy.

Cada provincia argentina tiene un interés positivo, sólido, perfecto en que este hecho se realice.

La palabra del Congreso que así lo determinara, seria el fiat luz para esta República que vaga hace 50 años en el caos de las tinieblas y de las vacilaciones.

Dese al fin un paso firme.

Sancione el Congreso esa ley que tiene en estudio desde hace tanto tiempo

Este proyecto que se eterniza entre los empolvados legajos de la Secretaria, debe al fin salir a luz.

La capital en el Rosario haría la prosperidad de la República La capital es Buenos Aires sin traer grandes beneficios para aquel pueblo, hace la ruina del resto de la Nación.

Aun cuando fuera posible el ridículo de fenómeno de la coexistencia en Buenos Aires de los dos Gobiernos, Nacional y Provincial, esa coexistencia trae en si misma aparejados inconvenientes de tal naturaleza que la convierten en un absurdo, en una extravagancia política.

Hoy que la coexistencia ha desaparecido, el fenómeno es mayor todavía.

El Gobierno Nacional no tiene residencia, se encuentra en Buenos Aires como huésped, sin jurisdicción alguna sobre el territorio en que tiene su asiento; y sólo no teniendo ni la más ligera noción de Gobierno, puede pretenderse posible el Gobernar sin tener un pedazo de tierra, centro de poder y de recursos, teatro de acción donde se ejerza una jurisdicción propia exclusiva y amplia.

Al Congreso Argentino toca poner de una vez el sello a nuestras vacilaciones, el único punto final que hoy es posible a los males que afligen a los pueblos, dotando al país definitivamente de una capital que ejerza en él una influencia bienhechora y fecunda.

Inspírense los representantes de los pueblos argentinos en las gran des conveniencias de la República, y echen su voto en la balanza de nuestros destinos futuros, para asegurar para siempre los beneficios que los pueblos aguardan impacientes.

Óigase su voz, como la palabra de redención para los pueblos mártires!