La historiadora Valeria Carbone analizó el presente del país norteamericano, que en medio de la pandemia y las protestas antirracistas ya respira aire electoral
Para la doctora en Historia y especialista en Estados Unidos, Valeria Carbone, las masivas protestas antirracistas en ese país demostraron que «la gente no está ni desmovilizada ni desmotivada» y que, aunque «el voto sigue siendo muy importante para los afroestadounidenses», el reclamo no se agota en lo electoral, sino que cada vez se concentra más en «cambios estructurales concretos».
A poco de publicar su libro Una historia del movimiento negro estadounidense en la era post derechos civiles (1968-1988), de la editorial de la Universidad de Valencia (PUV), la investigadora del Instituto de Investigaciones Interdisciplinarias de América Latina y profesora de la cátedra de Historia de Estados Unidos de la UBA analizó en una entrevista con la agencia Télam la actual movilización antirracista en Estados Unidos.
— ¿Las protestas de los últimos 20 años son una señal de acotamiento de la vía institucional que se abrió en los 60 y recobró fuerza en 2008 con la victoria de Barack Obama?
— Para el colectivo afroestadounidense el voto, tener representantes, siempre fue importante, sino no hubiesen luchado por eso históricamente ni lucharían por eso ahora. Proporcionalmente, son una de las comunidades que más votan en Estados Unidos. Incluso hoy, el que lleva adelante los constantes reclamos por la supresión electoral es el colectivo afroestadounidense. El problema es que las mismas instituciones que dan el derecho para votar se las ingenian para restringir ese ejercicio.
— ¿La lucha por votar sigue?
— En el libro analizo la narrativa que dice que en la década del 70 y el 80 los afroestadounidenses se desmovilizaron y fueron todos a votar o no lo hicieron porque ya no tenían interés. Pero el interés está, no se desmovilizaron. Algo pasa a nivel estructural que ellos no pueden hacer pesar su influencia. Por ejemplo, después de 50 años de conseguir el derecho a votar gana el primer candidato afroestadounidense, arrasa en el voto de la comunidad, asume en 2009 y en el 2013 se viene una nueva oleada de leyes de restricción electoral en los 50 estados del país. No es solamente una cuestión racial, hay también un tema de clase ahí. El hecho de que haya problemas de votación en distritos mayoritariamente pobres donde la gente es principalmente afroestadounidense no es casualidad. Esta semana, en una elección primaria en Kentucky hubo un centro de votación para más de 600 mil personas empadronadas, con colas de espera de seis o siete horas. ¿Esa gente va a querer o poder votar en una elección general?
— Y además en medio de una pandemia.
— La gente protesta en la calle hace tres semanas en medio de una pandemia. Escuché en estos días «Dejen de marchar que pueden votar en noviembre». Pero, ¿van a poder votar en noviembre? Es la pregunta que me hago, porque las evidencias me demuestran que la mayoría no va a poder hacerlo.
— En las últimas semanas varios análisis hicieron un paralelo entre la victoria de Richard Nixos en 1968, tras el pico de violencia por los reclamos raciales y la posibilidad de que la represión de los disturbios de hoy beneficien la imagen de ley y orden que quiere imponer Donald Trump, ¿es válido?
— Esa lógica separa al manifestante del votante. Porque claramente si se expresa en las urnas el reclamo del manifestante tendría que ser de manera contraria al discurso de ley y orden. Cuando se hace esa disociación se puede ver que hay un sector que puede votar y otro que no.
— Pero Estados Unidos tiene voto optativo y tanto Nixon como Ronald Reagan vincularon sus triunfos con el despertar de una mayoría silenciosa que no siempre vota.
— Claro, pero en 1968 estábamos frente a un proceso electoral donde un montón de gente pudo ir a votar por primera vez: los afroestadounidenses. Por eso digo, esa disociación de que el manifestante no vota es interesante ¿Qué me revela quién puede votar y quién no? ¿O quién cree en el sistema y quién no?
— ¿Qué lugar tiene el desencanto político? En Minneapolis fue una de las explicaciones a las protestas tras la elección de dirigentes negros y progresistas en los últimos años.
— Las protestas son una forma de pedirle al Estado y las autoridades que rindan cuentas. El sistema de frenos y contrapesos no es solo entre instituciones, es también entre la base y la institución, y la protesta social en este caso fue eso. Los colectivos creen que el sistema puede funcionar a su favor, pero también desde arriba se producen respuestas para que eso no suceda.
— ¿Faltan candidatos negros que cuestionen el sistema racial y la economía?
— Ellos se tienen que insertar en un sistema en el que también son minoría. Por ejemplo, Obama. Si gobernas pero tenes un Congreso que no te sanciona una sola ley, ¿qué hacés? Por eso me parece que el sistema de las alianzas de clase ahora se hace más evidente y eso conduce a una desilusión, porque se pone en un candidato el peso de modificar un sistema y no se piensa el rol de los otros en ese sistema. El problema es estructural y sólo va cambiar cuando cambie la forma en la que funciona el sistema. En estas protestas se ve la necesidad de un cambio estructural que sobrepasa al voto. Ahí está la tensión. Elegir un candidato no es suficiente, necesitan ver cambios estructurales. El reclamo ahora es «queremos que esto cambie».
— Antes el movimiento negro parecía tener una hoja de ruta más clara con objetivos concretos. Hoy no parece ser así.
— No estoy tan de acuerdo, esa es una crítica que se le hacía al movimiento negro también: «Ya tienen el voto, ¿ahora qué quieren?». Hay listas de demandas, pero ahora son estructurales. Las leyes no son suficientes, necesitan que las ejecuten. Las últimas protestas son en contra de la brutalidad policial, punto. Los afroestadounidenses están diciendo que apelaron a todas las formas habidas y el sistema siempre se las ingenia para perjudicarlos. ¿Qué más pueden hacer? Y, además, cuando van a votar tienen que esperar seis horas y les cierran la puerta en la cara.