Por Carlos Duclos
Que la mala conducta supone el pésimo destino, es una verdad incontrastable. La mala conducta individual y social tiene efectos nefastos e imparables. Las acciones que no están acompañadas por el deseo de que todo se encamine hacia el bien común, que no estén despojadas de mezquindades y sentimientos aberrantes, tarde o temprano se cobran lo que les corresponde: la aflicción del ser humano. La actual pandemia en el mundo, en nuestro país y en la ciudad de Rosario, claro, muestran esto a carta cabal: las conductas inadecuadas son causas de efectos desastrosos, trágicos. Por estas horas, este diario ha dado cuenta de que la situación en cuestión de infraestructura sanitaria es caótica: en muchos hospitales y sanatorios del país, sobre todo en la ciudad de Buenos Aires y de la provincia de Buenos Aires, así como en Rosario, la ocupación está al límite. En algunos hospitales públicos rosarinos, se desarman consultorios para usarlos de salas de internación y las salas de pediatría del Centenario son trasladadas a otros lugares para alojar en ellas a gente con Covid. Esto confirmado por personas allegadas al sistema de salud. Los médicos, enfermeros, camilleros y personal de limpieza están arriesgando su salud y sus vidas, viven estresados y naturalmente angustiados.
A este panorama se suma otro que es también triste y a la vez indignante: gente que anda como si nada sucediera, amontonándose, sin usar mascarilla o usándola indebidamente, sin respetar distancias ni protocolos, como si el virus mortal fuera misericordioso con los insensatos, con esos que, como decía Camus en su genial obra, salen a mostrar su verdadera naturaleza estúpida en tiempos de peste. Lo trágico, es que a veces no pagan ellos las consecuencias, sino ese prójimo bueno, inocente, que ha querido hacer las cosas bien y se ve injustamente arrastrado por el pecado del otro.
El respeto por los protocolos en muchos casos no se observa y los controles no existen
Pero a los irresponsables, a los cultivadores de la “picardía criolla”, de estos vivos con esqueletos de estúpidos, se le suma la inacción de muchas autoridades que hablan mucho y hacen poco, que no entienden o no quieren entender, que hay ciertos argentinos (de arriba, de abajo y de todas partes) a los que la palabra empatía, solidaridad, buena conducta, no los mueve y solo son hijos del rigor. Es histórico, forma parte del acervo cultural de una porción social que posiblemente sea mínima, pero que hace ruido y compromete. Hace unos pocos días atrás, una ciudadana de Israel contaba que en aquella nación a quienes no respetan los protocolos (incluido el uso adecuado de mascarilla) se les aplican multas y si son reincidentes los castigos son mayores. Pero claro, estas multas son escasas o no existen, porque a nadie se le ocurre en Israel, sobre todo en una situación de desastre, burlar las normas. Tampoco se le pasa por la cabeza a los gobernantes no hacerlas cumplir. Por ese orden existente, y por adecuadas medidas sanitarias adoptadas, esa nación ya entra en la normalidad.
Aquí, en este país, en esta ciudad, el respeto por los protocolos en muchos casos no se observa y los controles como la situación demanda no existen. Las consecuencias están a la vista. No es nuevo, por supuesto; esta situación no es patrimonio exclusivo del Covid, pues el desorden se advierte en muchos otros aspectos de la vida urbana y cotidiana. Se ha confundido (¿involuntariamente?) libertad con vale todo, impunidad con derechos. Anomia, degradación de las normas sociales.
El virus no es un búho de hábitos nocturnos
A la par, se adoptan medidas que, como suelen decir los sabios parroquianos de la mesa del café del barrio, “no son ni chicha ni limonada”. Parecen adoptadas para la vidriera, para el escaparate. El virus no es un búho de hábitos nocturnos que sale a cazar en las sombras de la noche, ni un escondido pasajero de auto particular, moto o bicicleta. Anda por todas partes y a toda hora. Pero claro, es difícil decirle hoy a la gente que hay que cerrar todo, porque de otro modo se cierra la salud y hasta la vida. Es difícil luego de largos meses de cuarentena en donde las mentes se trastrocaron, y hasta se perdieron confundidas en una situación inédita y aflictiva. No es cuestión tampoco de hacer politiquería con aquella larga cuarentena, porque también debe considerarse que nadie sabía sobre el comportamiento del virus y muchos abrigaban la esperanza de que a finales del año pasado o principios de este 2021, se iban a mitigar los efectos del mismo. Se soñaba con una vida normal, pero lamentablemente eso no sucedió. Todo esto, en una crisis económica histórica, en un país que no tiene las espaldas para soportar más aflicciones que las que carga desde hace ya décadas.
Y en este escenario, se advierte a ciertos ciudadanos inescrupulosos burlarse de las normas; a algunos funcionarios no haciéndolas cumplir en su terruño, y a fatuos dirigentes de uno y otro signo peleándose, disputando poder en arenas políticas de baja calidad, mientras la gente sufre y el personal de salud, exhausto, hace espacio en los últimos reductos de los nosocomios para salvar vidas. En fin, que una recorrida por las calles y por la información desmenuzada, pone de manifiesto que el virus, lamentablemente, tiene aliados.