La parte superior del cohete Ariane soltó, tras 27 minutos de vuelo, el telescopio que demorará un mes en alcanzar su punto de observación, a unos 1,5 millones de kilómetros de la Tierra para estudiar las primeras galaxias, estrellas y planetas
El telescopio espacial James Webb, una revolución en la observación del universo que los astrónomos de todo el mundo esperaban desde hace treinta años, despegó con éxito el sábado a las 9 (hora local) a bordo del cohete Ariane 5, y se situará en un mes a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra para estudiar las primeras galaxias, estrellas y planetas.
«Buena separación telescopio Webb, Go Webb», anunció Jean-Luc Voyer desde la base espacial de Kurú, localidad de la Guayana francesa.
El presidente estadounidense Joe Biden felicitó a la NASA y el equipo del Webb, señalando en Twitter que el telescopio «es un gran ejemplo de lo que podemos lograr cuando soñamos en grande».
La parte superior del cohete Ariane soltó, tras 27 minutos de vuelo, el telescopio que demorará un mes en alcanzar su punto de observación, a unos 1,5 millones de kilómetros de la Tierra, según informó este domingo la agencia AFP.
Esa distancia con la Tierra se contempla para que esté protegido de la radiación solar, por un escudo térmico que disipará el calor y reducirá la temperatura (que es de 80º Celsius) a -233º C.
La ingeniera jefa de sistemas del telescopio James Webb, Begoña Viña, quien trabaja en el centro de vuelo espacio Goddard de la NASA, informó a través de Youtube, que el telescopio permitirá estudiar la formación de las primeras galaxias y estrellas, después del Big Bang, hace 13.800 millones de años, así como de los planetas dentro y fuera del sistema solar.
Desde el centro Goddard se dirigió la construcción y se coordinará las operaciones del telescopio los primeros meses en órbita.
James Webb seguirá los pasos del telescopio Hubble, el cual revolucionó la observación del universo, y gracias al que los científicos descubrieron la existencia de un agujero negro en el centro de todas las galaxias o de vapor de agua alrededor de exoplanetas.
Concebido por la NASA después del lanzamiento de Hubble en 1990 y construido a partir de 2003, con la colaboración de las agencias espaciales europea ESA y canadiense CSA, el James Webb se distingue en más de un aspecto.
El tamaño de su espejo, de 6,5 metros de diámetro, le confiere tres veces más superficie y siete veces mayor sensibilidad, suficiente para detectar la señal térmica de un abejorro en la Luna.
Otra diferencia es su modo de observación. El Hubble escruta el espacio a través de la luz visible, pero el James Webb se aventura a una amplitud de onda que escapa al ojo humano: el infrarrojo cercano y medio, una radiación que emite naturalmente todo tipo de cuerpos, desde astros a humanos o flores.
Esta luz será estudiada por cuatro instrumentos, equipados de procesadores de imágenes y espectrómetros para diseccionarla mejor y su desarrollo movilizó a multitud de ingenieros y científicos, dirigidos por laboratorios e industriales estadounidenses y europeos.
Según el astrónomo Pierre Ferruit, uno de los científicos a cargo del telescopio para ESA, «mirando los mismos objetos, que con Hubble, veremos cosas nuevas».
Antes de arribar, la máquina debe desplegarse sin fallo, con una serie de operaciones que implican, por ejemplo, 140 mecanismos de apertura, 400 poleas y casi 400 metros de cables solo para el escudo protector.
Y es que el telescopio, con 12 metros de alto y un parasol con la talla de una cancha de tenis, tuvo que plegarse para ser colocado en la nave Ariane 5.