El término "síndrome de la hija mayor" se popularizó enormemente en TikTok, impulsado por un video de la psicóloga estadounidense Katie Morton
A menudo son las primeras en ponerse de pie, en ayudar, en calmar tensiones, en anticiparse a las necesidades de todos. Son las hijas mayores. Tras este lugar en la familia a veces se esconde una presión silenciosa, experimentada desde la infancia y que, sin hacer ruido, puede instalarse en la edad adulta.
Cuando la responsabilidad se convierte en un reflejo
El término «síndrome de la hija mayor» se popularizó enormemente en TikTok, impulsado por un video de la psicóloga estadounidense Katie Morton. Si bien no es un diagnóstico médico reconocido, la frase resonó con miles de mujeres. Reconocieron la constante sensación de tener que gestionarlo todo, de llevar la familia a cuestas, de priorizar a los demás antes que a sí mismas.
Este «síndrome» se refiere a un conjunto de comportamientos aprendidos desde la infancia: sobreinversión emocional, hiperresponsabilidad, necesidad de control y dificultad para establecer límites. Afecta principalmente a niñas mayores en contextos familiares donde se espera mucho, a veces demasiado, de ellas.
Una construcción social y de género
Como señala la psicóloga Héloïse Junier en una entrevista con Ouest-France , esta realidad no es universal: varía según la cultura, el género y el contexto educativo. En muchas familias, las niñas, desde muy pequeñas, tienen más demanda que sus hermanos para cuidar a los pequeños, ayudar con las tareas domésticas o resolver conflictos.
Estas expectativas, a veces inconscientes, configuran una postura de «anciano ejemplar» difícil de deconstruir. Así, las hijas mayores desarrollan habilidades prosociales (escucha, mediación, empatía), a menudo a costa de una carga mental temprana.
Presión que deja huella
En la edad adulta, este rol se arraiga profundamente: muchas mujeres mayores manifiestan dificultad para delegar, una tendencia a exigirse la perfección, una necesidad constante de validación o un sentimiento de culpa por decir que no. Esta postura también puede ir acompañada de ansiedad, agotamiento emocional o incluso la supresión de sus propias necesidades.
“A veces consideramos a las hijas mayores como pilares, pero olvidamos que no siempre eligieron este rol”, explica Héloïse Junier. Ser fuerte todo el tiempo no es una vocación; es una postura aprendida.
Mecanismos invisibles… pero compartidos
Si tantas mujeres se han identificado con este «síndrome», es también porque toca lo íntimo. Arroja luz sobre dinámicas familiares que han sido pasadas por alto, donde la hija mayor se convierte en adulta prematuramente, porque «hay que ayudar», «dar ejemplo», «no causar problemas».
Y, sin embargo, tras esta postura a menudo se esconde una sensibilidad exacerbada, una inmensa necesidad de reconocimiento y, a veces, una especie de agotamiento. La ternura con la que estas mujeres cuidan a los demás merece ser reflexionada.
¿Podemos liberarnos de ello?
Sí, pero requiere reconocer esta dinámica y hablar de ella. Comprender que este rol no es inevitable te permite ganar perspectiva. No se trata de rechazar tu pasado ni a tu familia, sino de reclamar tus necesidades, establecer límites y aprender a decir no, incluso con delicadeza.
Este trabajo puede complementarse con un enfoque terapéutico, pero también con conversaciones con otras mujeres mayores. Simplemente reconocer lo que sientes y descubrir que no estás sola puede ser liberador.
El síndrome de la hija mayor no es un trastorno psicológico: es el reflejo de una carga invisible, una ternura a veces explotada, un papel desempeñado demasiado pronto. Al nombrarlo, las mujeres recuperan el control de su propia historia. Y si continúan cuidando a los demás, ahora pueden aprender a cuidarse también a sí mismas.
