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Opinión

LA FONDUE DE LA VIDA

El sentido de todo, gasto inútil e inversión productiva


Por Candi

Hace un tiempo, un famoso restaurante de París organizó una jornada de arte culinario, invitando a participar a famosos chef de la maravillosa y siempre extrañada ciudad. El tema elegido era “Postres y delicatessen”, y los participantes disponían de un máximo de 40 minutos para presentar la receta y preparar el producto.
Uno de los invitados, una eminencia en lo suyo, decidió que ese día presentaría una nueva receta de su autoría, muy simple, pero riquísima. Se trataba de un postre de invierno, una fondue de chocolate “con aplicaciones”. Tan simple era la receta, que en apenas 20 minutos no solo que estaría preparado el postre, sino que el público estaría ya degustando la exquisitez. Los 20 minutos extras, nuestro chef los había imaginado recibiendo felicitaciones y aplausos paseándose entre la concurrencia.

El secreto del chef no solo estaba en los ingredientes “complementarios”, en su creatividad y en sus manos, sino en el recipiente que utilizaría para fondue. Un novedoso artefacto que había adquirido días atrás, realizado en cobre y una aleación que le daba al preparado un sabor extraordinario.
Lo cierto es que el hombre estaba fascinado con su raro y único recipiente para fondue. No más comenzar su tarea, una mujer lo distrajo alabando el sofisticado y vistoso aparato para hacer la fondue. Fue el de la mujer un breve comentario, pero que detonó en el chef su ego y orgullo por haber descubierto y adquirido un utensilio que hasta el momento era desconocido por sus pares. De modo que tomó el recipiente y comenzó una pormenorizada explicación de cómo estaba confeccionado y cuáles eran sus cualidades. De chef, el hombre pasó a ser vendedor de la fondue involuntariamente, de seguro.
Veinte minutos pasó el cocinero en su explicación técnica, olvidándose de su receta. Cuando cayó en la cuenta de que su propósito era presentar la fondue y hacérsela probar a los presentes, solo le quedaban 15 minutos de su tiempo para realizar la preparación.

La experiencia y la mano permitieron que en tan poco lapso explicara la receta y el modo de prepararla, pero se quedó sin tiempo para más. La fondue la sirvió tibia en el crudo invierno parisino, no recibió ninguna ovación, no se paseó triunfante entre el público y apenas si recibió de la señora que había halagado su recipiente un tibio… “está rico”, de compromiso. Tan tibio como la misma fondue.

La historia del chef es muchas veces la historia de nuestras propias vidas. Nos la pasamos poniendo atención a los medios olvidando los fines; malgastamos vida en cuestiones que apenas si son una herramienta para realizar la obra, en lugar de enfocarnos en la obra misma. Nos pre-ocupamos en cosas futuras que por supuesto no han llegado, en lugar de ocuparnos en aquellas determinantes que nos reclama imperiosamente el presente. Estamos pendientes y con el corazón en la boca por minucias, mientras lo importante se marchita sin que nos demos cuenta. Nos devanamos los sesos y achicamos amargados el corazón por la actitud que tuvo un mal bicho hacia nosotros, mientras nos perdemos el abrazo con gente buena que nos reclama y necesita. Y, por supuesto, permanecemos tan compenetrados con las cosas materiales que nos ofrece el maldito mercado y sistema, que cuando queremos acordar que la verdadera felicidad está en lo que no se ve, el filo de la guadaña comienza a avanzar sobre nuestro cuello con prisa y sin pausa.
Así es, amigo mío, tan volados en lo vano estamos, tanto gastamos en lo inútil y tan poco invertimos en lo necesario y productivo, que la fondue de la vida con frecuencia o nos sale fría o se nos quema.