Por Diego Añaños
Por Diego Añaños
Si bien es cierto que buena parte de los analistas coincidían en que el gobierno argentino estaba cerca de llegar a un acuerdo con los tenedores de deuda argentina bajo legislación extranjera, pocos imaginaban un escenario en el que se llegara al 4 de agosto con la negociación virtualmente resuelta. Y así fue, en la madrugada del día previo de la apertura de las adhesiones, se cerró un acuerdo de palabra para que antes del 24 de agosto, cuando se cierra la oferta, se consigan las mayorías necesarias para finalizar definitivamente con la amenaza del default.
El éxito en la renegociación de la deuda externa es, sin lugar a dudas, la primera gran victoria política de la gestión de Alberto Fernández. Se planteó como el objetivo prioritario de la política económica desde la conferencia de prensa que inició la relación entre el Ministro Martín Guzmán y los medios de comunicación. Si hacemos un poco de memoria, recordaremos que los comités de deudores exigían que el gobierno argentino diera a conocer su plan económico, para luego sentarse a la mesa de las negociaciones. Primero el plan, decían, luego un arreglo. La estrategia de los negociadores argentinos, encabezados por el ministro Martín Guzmán fue clara: no es posible diseñar un plan económico sin tener definido claramente el perfil de la deuda con la cual se debe gobernar. Primero un arreglo, respondían, luego un plan. Es un éxito político, es cierto, pero también es un éxito estratégico. Si el plan precede al arreglo, queda claro que aquellos que se sentarán luego a negociar la deuda, van a imponer las condiciones del armado del mismo. Muchos discuten cuál fue o dónde reside la victoria: yo creo que, más que en la negociación en sí, está en haber doblegado las condiciones de la negociación. Ahora la Argentina logró un acuerdo, y el diseño del plan se hará desde la Casa Rosada, sin intervención de agentes exógenos.
Es también una victoria personal para Martín Guzmán. La elección de un ministro casi desconocido y sin un historial relevante en la gestión pública sorprendió a la mayoría de los argentinos, expertos o no. Muy joven, además (menos de 40 años), y sólo respaldado por un brillante pasado académico en los EE.UU., Guzmán debió enfrentar el desprecio de la clase política y de los medios que, cuando hacían uso de la opción por la ternura, lo condenaban a un previsible fracaso. Han dicho cosas mucho peores, claro. Pues bien, ese jovencito, tímido, sin antecedentes en la gestión, un nerd, en síntesis, condujo una negociación extremadamente compleja a buen puerto.
Si quieren también un triunfo para Cristina. Los medios masivos opositores anunciaban con bombos y platillos que el ministro Guzmán, antes de cerrar el acuerdo, había visitado a la ex presidenta en su casa para recibir sus consejos. Se jugaron un pleno: si las cosas no salían bien, tenían una razón más para esmerilar su imagen. Perdieron por goleada. No hay que tensar demasiado los argumentos para decir que Cristina le dio el toque final a la negociación. Antecedentes de golpes de timón exitosos a último momento no le faltan.
Luego de la comunicación pública del éxito de las negociaciones, el presidente Fernández mantuvo un diálogo con C5N, en el que trazó un bosquejo de la política macroeconómica que se viene. Sostuvo que existen cinco pilares que nos permiten pensar en salir de la crisis: Desendeudamiento, acumulación de reservas, dólar competitivo, equilibrio fiscal y balanza comercial positiva. Suena bien, y ninguna de las variables citadas atenta contra el objetivo de conducir al país hacia una senda de desarrollo autónomo y autosostenido. Pero cuidado, si no se toman las medidas adecuadas, todos esos objetivos son alcanzables en un contexto signado por la caída de la actividad económica y el aumento del desempleo y la pobreza. Son el manual de la corrección política, pero no aseguran nada. Tal vez la observación suene demasiado quisquillosa en éste contexto de festejo por el triunfo, pero ahora somos los argentinos los que necesitamos un itinerario de viaje. Seguramente en los próximos días el gobierno lo dará a conocer.
Alberto Fernández consiguió su triunfo mediante elecciones libres, abiertas y competitivas, por lo que nadie puede poner en duda su Legitimidad de Origen. El éxito en la negociación con los bonistas es el primer paso importante hacia la construcción de la Legitimidad de Ejercicio. Nadie lo dijo mejor que Mario Wanifeld desde su columna en Página 12: Alberto Fernández compró gobernabilidad, pero no cualquier gobernabilidad. Compró gobernabilidad de corto plazo, la única relevante como sugiere el autor, recordando la vieja máxima keynesiana, que sostiene que el largo plazo es irrelevante, porque en el largo plazo estaremos todos muertos. Es cierto que la crisis internacional y la pandemia producen tantas opacidades en el sistema económico global, que es muy difícil distinguir con claridad los efectos exógenos de los efectos endógenos. Sin embargo, para la gestión Fernández se abre un tiempo de grandes expectativas, donde deberá demostrar qué es lo que vino a hacer. El triunfo obtenido esta semana con la renegociación de la deuda, le pone mucho más presión. Ahora hay que jugar en serio, y la pelota está en su cancha.