A través del motu proprio "Traditionis custodes", Francisco dejó reservada a ocasiones especiales la posibilidad de celebrar misas en latín
Con un decreto en el que criticó las formas de los sectores conservadores de la Iglesia, el papa Francisco decidió este viernes restringir la posibilidad de que los obispos de todo el mundo celebren misas en latín, un bastión simbólico de los tradicionalistas de la Iglesia, y reafirmó los principios progresistas del Concilio Vaticano II.
Según el Papa, la posibilidad de regirse por los misales y ritos anteriores al Concilio de 1969 fue «una posibilidad usada para aumentar las distancias, endurecer las diferencias, construir oposiciones que hieren a la Iglesia y obstaculizan su camino, exponiéndola al riesgo de la división».
A través del motu proprio «Traditionis custodes», Francisco decretó hoy que los grupos conservadores no deben excluir la legitimidad de la reforma litúrgica, los dictados del Concilio Vaticano II y el Magisterio de los Pontífices y dejó reservada a ocasiones especiales la posibilidad de celebrar misa en latín admitidas en el Misal Romano de 1962, siete años anterior al Concilio.
Con su nuevo decreto, Francisco, tras consultar a los obispos del mundo, decidió cambiar las normas que rigen el uso del misal de 1962, que fue liberalizado como «Rito Romano Extra-Ordinario» hace catorce años por su predecesor Benedicto XVI.
Con el escrito, el Papa enfrentó de hecho una decisión de Benedicto XVI, que con el motu proprio «Summorum Pontificum» (2007) había declarado infundados los temores de escisión en las comunidades parroquiales, porque, escribió, «las dos formas de uso del Rito Romano pueden enriquecerse mutuamente».
«Es para defender la unidad del Cuerpo de Cristo que me veo obligado a revocar la facultad otorgada por mis Predecesores. El uso distorsionado que se ha hecho de ella es contrario a las razones que les llevaron a conceder la libertad de celebrar» la misa en latín, argumentó Francisco.
Sin embargo, una encuesta promovida por la Congregación para la Doctrina de la Fe entre los obispos aportó respuestas que revelan, escribió Francisco, «una situación que me apena y me preocupa, confirmándome en la necesidad de intervenir».
En el escrito dado a conocer esta mañana por el Vaticano, la responsabilidad de regular la celebración según el rito preconciliar que defienden los tradicionalistas recaerá sobre el obispo de cada diócesis.
«Es de su exclusiva competencia autorizar el uso del Missale Romanum de 1962 en la diócesis, siguiendo las orientaciones de la Sede Apostólica», planteó Jorge Bergoglio.
El obispo, agregó el Papa, debe asegurarse que los grupos que ya celebran con el misal antiguo «no excluyan la validez y legitimidad de la reforma litúrgica, los dictados del Concilio Vaticano II y el Magisterio de los Sumos Pontífices».
El obispo también será responsable de verificar si es oportuno, o no, mantener las celebraciones según el antiguo misal, comprobando su «utilidad efectiva para el crecimiento espiritual».
Otra de las novedades es que los sacerdotes ordenados después de la publicación del Motu proprio que quieran utilizar el misal preconciliar, «deberán presentar una solicitud al obispo diocesano, que consultará a la Sede Apostólica antes de conceder la autorización».
En una carta que acompaña al documento, Francisco explicó a los obispos de todo el mundo que las concesiones establecidas por sus predecesores para el uso del misal antiguo fueron motivadas sobre todo «por el deseo de favorecer la recomposición del cisma con el movimiento liderado por el arzobispo Lefebvre».
El marco, según el Papa, es que con el uso extendido del Misal de 1962 el deseo de unidad ha sido «gravemente despreciado», y las concesiones ofrecidas fueron utilizadas «para aumentar las distancias, endurecer las diferencias, construir oposiciones que hieren a la Iglesia y obstaculizan su camino, exponiéndola al riesgo de la división.»
El Papa se mostró apenado por los abusos en las celebraciones litúrgicas «de un lado y de otro», pero también por «un uso instrumental del Missale Romanum de 1962, cada vez más caracterizado por un creciente rechazo no sólo de la reforma litúrgica, sino del Concilio Vaticano II, con la afirmación infundada e insostenible de que traicionaba la Tradición y la ‘verdadera Iglesia'».