Por Manuel Antín (*)
¿Quién puede dudar de que el cine argentino es hoy día y desde hace mucho tiempo uno de los más indudables factores de prestigio de la Argentina?. ¿Quién puede no saber que el factor principal de ese prestigio es el talento de los argentinos para el cine, una industria casi tan antigua como el cine mismo y la inteligente existencia del Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales, INCAA, creado a mediados del siglo pasado? Una Institución que al país no le cuesta nada, que se financia con fondos propios que provienen del cine, que existe porque los argentinos queremos que exista y que es tan inteligente que sobrevivió indemne a muchos de los males que padecimos los argentinos en el siglo XX. Ni los militares que gobernaron el país durante la última dictadura se atrevieron a desnutrirlo ni a desviar su existencia. Tuve el honor de dirigirlo durante la presidencia de Raúl Alfonsín, desde el primer día hasta el último. Sólo yo sé el respaldo que recibí durante todo ese tiempo del primer presidente de la Democracia surgida en 1983.
Manuel Antín
La Política (con mayúscula) siempre comprendió la importancia del cine. Baste recordar dos luminosas frases de políticos norteamericanos que defendieron la importancia del cine. Hace muchos años Herbert Hoover y Franklin Delano Roosevelt lo definieron con notable lucidez y con argumentos similares: «Primero irán nuestras películas, después irán nuestros productos», sentenciaron. La claridad del concepto nos libera de todo comentario. Está casi de más afirmar que crearon así una de las industrias más poderosas e influyentes de los Estados Unidos y del mundo.
Hoy el cine argentino se ha ganado un lugar primordial en la cinematografía mundial. Ello es el fruto del talento de muchos argentinos que han contribuido desde hace muchos años a crear uno de los motivos permanentes de orgullo de los argentinos. ¿Qué duda cabe acerca de la importancia de nuestro cine? Ello tiene que ver con el talento pero también con el respaldo de un organismo de fomento ejemplar que lo apoya y lo difunde y de cuya existencia los argentinos también nos enorgullecemos. Es una de las instituciones más prolíficas, estables y duraderas de nuestro país.
También la enseñanza del cine se ha difundido de un modo asombroso en los últimos años y numerosas y prestigiosas escuelas abren sus puertas a jóvenes argentinos y extranjeros que estudian cine en el país y que han encontrado así un destino ejemplar. El número de estudiantes que cursan en sus aulas es motivo de sorpresa en todo el mundo. Otro aspecto fundamental que se origina en el cine y ante el cual no podemos permanecer indiferentes. ¿Es que tantos pueden estar equivocados al mismo tiempo?.
Hay que comprender que a veces las circunstancias, otras veces la misma política y casi siempre las posiciones desmesuradas, suelen oponerse como un filtro entre la realidad y cada uno de nosotros. Los sueños, hay que admitirlo, suelen levantar límites cuando de los temas específicos se trata. La Argentina bregó siempre por su prestigio internacional. No sorprende, un país singular con tantos Premios Nobel posee la fuerza intelectual suficiente para mantener despiertas ilusiones profundas y verdaderas. La conflictividad política suele arrastrar a errores, el error de la ceguera y la parcialidad en este caso. Pero el cine argentino ha sabido siempre recuperarse de los momentos difíciles, de la censura por ejemplo, por mencionar sólo una, pero el esplendor no por eso se apaga. Talento sobra, se ha demostrado, como para levantarse y continuar de pie, siempre. Y así volverá a ocurrir, con seguridad.
¿Qué más agregar para expresar nuestra devoción por el cine y por las instituciones que para el cine hemos creado y sostenemos, todos los argentinos sin excepción?. Quizá nada más, salvo añadir -sin levantar la voz-, que el consenso siempre es mejor que el conflicto, que la transparencia es preferible (debe serlo) a los procedimientos confusos, y que los practicantes de este arte inimitable solo podemos compartir la aventura de la creación artística e industrial, nunca distanciarnos por ideologías sin alma.
(*) Cineasta. Rector de la Universidad del Cine.