El 31 de octubre de 1993 murió el reconocido director de cine italiano Federico Fellini. A lo largo de su carrera recibió cuatro Premios Oscar a mejor película extranjera y un galardón honorífico a la trayectoria. Director de recordadas películas como La dolce vita, Amarcord o Los inútiles, hoy se cumplen 25 años de su muerte.
«No me parece que deforme la realidad, en todo caso la represento. Basta con mirar en el espejo o en el alrededor para advertir que estamos rodeados de rostros cómicos, horrorosos, deformes, siniestros, atónitos. Nuestros rostros, los mismos rostros de la vida» comentaría Federico Fellini a propósito de su cine. La suya era una interpretación fantasiosa, a menudo barroca y festiva, por muy grotesca o decadente que fuera.
La realidad es un sueño, o al menos el modo que tenemos de recordarla. Era su particular mirada a los personajes y fue pionero y único en la forma de contar sus historias. Es de los pocos cineastas cuyo apellido incluso ha dado lugar a un adjetivo, el de «felliniano». Barroco, excesivo, onírico, caricaturesco y libre.
Se le puede recordar por todo esto o incluso por la opulencia carnal de su personajes femeninos, con especial predilección por los pechos voluminosos. Eran sus maggioratas como Anita Ekberg refrescándose en la Fontana de Trevi de Roma en La dolce vita (1960) o la rotunda estanquera de Amarcord (1973). «La belleza de la vida son las mujeres, nadie las ama tanto como yo. Las adoro a todas, las feas, las guapas, las frígidas, las sexis y especialmente las que son material para el cine, sombras y luz», aseguraría Fellini. También adoraba rodar en los estudios romanos de cinecittà.
La dolce vita fue prohibida en varios países al momento de su estreno luego de que el periódico de la Ciudad del Vaticano, L’Osservatore Romano, catalogara su contenido como obsceno, prohibición que se mantendría por varios años; por ejemplo, no se estrenó en España hasta 1980, veinte años después de su estreno original en Cannes.
Marcello Mastroianni fue su actor fetiche, su más perfecto alter ego en la pantalla como el periodista ocioso de La dolce vita, el director de cine en crisis de Ocho y medio (8 1/2) de 1963, el hombre de negocios abrumado de La ciudad de las mujeres (1980) o el veterano bailarín de Ginger y Fred (1986).
Y su actriz más emblemática fue su propia esposa, Giulietta Masina. Ambos se conocieron y enamoraron en su etapa primeriza, cuando trabajaban en la radio. Juntos colaboraron en siete películas, La Strada (1954), Las noches de Cabiria (1957), Giulietta de los espíritus (1963) o la misma Ginger y Fred entre ellas. Giulietta era en gran parte su musa, pero la banda sonora de su vida la pondría el gran compositor Nino Rota. Algunas de sus partituras son de las más emblemáticas de la historia del cine.
Los inútiles (1953) se convirtió en la primera de las grandes películas de Fellini. También disfrutó rodando entre los ostentosos decorados y vestuarios de Satiricón (1969), Casanova (1976) o E la nave va (1983). La voz de la Luna, de 1990 y protagonizada por Roberto Benigni, sería su última película.
En total 19 largometrajes, además de tres segmentos para películas de episodios (uno de ellos icónico, Toby Dammit, y su única incursión en el terror puro para Historias extraordinarias, de 1968), y unos pocos trabajos para televisión.
Y en el fondo todas trataban sobre el artista hablando de sí mismo. «Me parece haber rodado siempre la misma película» diría. Y de ser así no lo hizo nada mal. Sus obras le hicieron ganar el Óscar a la mejor película de habla no inglesa en cuatro ocasiones; y el reconocimiento no se limitaría a la crítica o estudiosos, también el público lo encumbró.
El 31 de octubre se cumplen 25 años de su muerte. Falleció a los 73 en Roma a causa de un infarto de miocardio cuando aún estaba hospitalizado. Giulietta le seguiría unos meses después, en marzo del año siguiente.