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El G20 podría fracasar por la guerra comercial y la tensión con Rusia


A pesar de las galas, los saludos y las risas, no hay dudas de que el clima que se vive en el G20 es de tensión. La guerra comercial entre Estados Unidos y China, el escándalo del príncipe saudí Mohámed bin Salmán y el conflicto entre Rusia y Ucrania. Y es justamente Vladimir Putin, el presidente ruso, quien se siente más cómodo en este ambiente.

Putin lleva 18 años en el poder y no hay mandatario en esta cumbre que se le pueda comparar en veteranía. Ni en cinismo, ni en habilidad para provocar y manejar conflictos, ni en crueldad cuando se trata de exterminar a adversarios, ni en brutalidad bélica. El mandatario ruso ahora parece haber iniciado una nueva etapa en su estrategia de devorar Ucrania y despliega sus talentos en la cumbre: vincula las sanciones contra su régimen con el proteccionismo, festeja con Bin Salmán (su enemigo en Siria) y se muestra indiferente cuando se habla de la nueva crisis entre Moscú y Kiev.

La fotografía de la apertura del G20 muestra al príncipe Bin Salmán relegado en un extremo, al lado del presidente del Banco Interamericano de Desarrollo y los primeros ministros de Australia e Italia. Le toca cumplir el rol de apestado. El asesinato del periodista Jamal Khashoggi (que Estados Unidos considera un asunto menor) y la guerra con la que devasta Yemen (apoyado por Estados Unidos) lo convirtieron en un excluído dentro de la comunidad internacional. Aunque lo proteja, Trump prefiere no mostrarse en actitud amistosa junto a él. En esa misma fotografía grupal, Putin posa impasible. Conoce bien los ritos y los trucos de estas cumbres.

El príncipe Bin Salmán no ha recibido otros abrazos que los Mauricio Macri, anfitrión y por lo tanto obligado, y los de Putin, su enemigo en el tablero sirio (si se puede llamar tablero a tal matanza) y su aliado ocasional en el terreno energético. El francés Emmanuel Macron intercambió unas palabras con el príncipe saudí “sobre petróleo”, según el palacio del Elíseo; en realidad, fue un diálogo tenso lleno de sobreentendidos (“no me escuchas cuando hablo”, “soy hombre de palabra”) y falto de sonrisas. La primera ministra británica, Theresa May, se reunió anoche con el hombre fuerte del régimen de Riad. Según un portavoz de Downing Street, May le planteó la necesidad de poner fin a la guerra de Yemen (un gran negocio para los fabricantes de armas europeos, con la salvedad de los alemanes) y de “tomar medidas” para que “un incidente tan lamentable” como el brutal asesinato de Khashoggi no volviera a suceder.

Donald Trump, evidentemente, está en el centro de los conflictos más graves. Resulta inevitable. Es el presidente de Estados Unidos, y es Donald Trump. En cuanto subió al Air Force One con destino a Buenos Aires, envió un tuit para anunciar que cancelaba su previsto encuentro con Putin. La causa, supuestamente, era el ataque ruso contra naves militares ucranias y el secuestro de sus tripulantes. Pero hay mucho más entre Trump y Putin. Sigue avanzando la investigación sobre la posible complicidad del Kremlin con la campaña electoral del hoy presidente de Estados Unidos, y Trump, que en su juego amigo-enemigo con Moscú utiliza instrumentos tan peligrosos como los arsenales nucleares (se ha retirado del desarme), prefiere no exhibirse demasiado en compañía del presidente ruso.

Trump también protagoniza uno de los conflictos potencialmente letales para esta cumbre: su guerra comercial con China ha frenado ya el crecimiento económico mundial. Pero, como prueba de que en estas cumbres supuestamente igualitarias mandan los de siempre, la cuestión comercial se resolverá, bien, mal o regular, fuera de tiempo: con el comunicado oficial ya emitido, Donald Trump y el presidente chino, Xi Jinping, se reunirán para cenar (salvo imprevistos) el sábado por la noche y decidirán por su cuenta. Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo y representante de un tercio de la economía mundial, proclamó este jueves que la Unión promueve un comercio libre y justo. Su voz quedó ahogada por la fricción entre las dos hiperpotencias.

Trump no quiere saber nada del cambio climático y en esa disputa se encuentra solo. Incluso Xi se suma, al menos verbalmente, a quienes consideran necesario actuar con urgencia contra el calentamiento global. El presidente Macron maniobra para liderar, en lo que se refiere al clima, el campo anti-Trump.

¿Qué puede esperarse de la reunión plenaria de hoy y del comunicado final? Los técnicos de Washington y Pekín trabajan contra el reloj para lograr un mínimo consenso, al margen de la agenda oficial. Y Putin esgrime cínicamente el libre comercio como argumento para descalificar las sanciones económicas con que Estados Unidos y la Unión Europea le presionan para que deje de morder territorio ucranio: esas sanciones, dice, son maniobras proteccionistas. Para saber si la guerra comercial sigue agravándose o si se alcanza una tregua, será necesario esperar hasta el sábado, muy entrada la noche. Sobre el clima habrá palabras vagas, si se logra encontrar palabras lo bastante vagas como para no irritar a Trump. Los acuerdos menores (promesas para los países en desarrollo, renovación del sistema de cuotas del Fondo Monetario Internacional, reflexiones sobre el futuro del trabajo y ese tipo de cosas) podrían convertirse en lo más relevante de Buenos Aires.

Fuente: El País