La pregunta por el clima, el territorio y el cuidado del medioambiente es omnipresente en Rosario, una ciudad marcada por el imaginario del río Paraná pero también por la quema de pastizales
Por Ana Clara Pérez Cotten – Télam
Para dar cuenta de las narrativas de tierra adentro y la territorialidad en la literatura, del ecocidio y de cómo un autor consigue una estética propia vinculada a un mapa, los escritores Mariano Quirós, Selva Almada y Fernando Chulak dialogaron y compartieron fragmentos de sus obras, en uno de los encuentros que marcó el pulso del primer sábado de la Feria del Libro de Rosario.
Con la moderación de Cristian Molina y ante un auditorio colmado y atento en la sala Angélica Gorodischer del Centro Cultural Roberto Fontanarrosa, los autores contaron cómo transitan aquello de escribir sobre el interior y cómo el paisaje y el clima influyen en su obra.
La pregunta por el clima, el territorio y el cuidado del medioambiente es omnipresente en Rosario, una ciudad marcada por el imaginario del río Paraná pero también por la quema de pastizales. Atenta a esa problemática, la escritora Claudia Piñeiro decidió abordar el ecocidio en la conferencia que dio el pasado jueves, al inaugurar la Feria. De manera velada o tal vez más lateral, el tema reaparece en muchas de las mesas del encuentro y también en los títulos que pueblan los stands.
Los primeros minutos se dedicaron a debatir la consigna del encuentro, «Narrativas tierra adentro», una expresión que habían discutido previamente por email antes de la feria. «Cuando vi ´Narrativas tierra adentro´ pensé ¿Y por qué no ´campo afuera´?, una expresión que se usaba mucho en mi pueblo para jugar con esta idea del interior y el cambio de la geografía. ¿Cómo le decimos? ´el interior´, ´la Argentina profunda´. Siempre hay una dificultad para nombrar a esa literatura que no es del Río de la Plata», advirtió Almada.
Quirós, por su parte, sostuvo que ese problema para nombrar es propio de lo que se quiere abarcar: «No es una literatura rural, no es periférica, no es del interior. La heterogeneidad es lo que mejor la define».
Molina, en su rol de moderador, los interrogó sobre cómo construyen la «atmósfera narrativa» en su obra y sobre cómo el calor moldea muchas de las historias. «En el Nordeste el calor se impone y la religiosidad es retorcida. Con ese calor y con esos personajes que no terminaban de acoplarse a ese clima armé mi propio gótico, hay un conflicto que siempre funciona como punto de partida para una historia», contó Quirós, quien nació y creció en Chaco.
Después, le robó una risa al público con una reflexión literaria de tono utilitario: «Ya que sufrí tanto el calor, voy a sacar algo de provechoso».
Chulak, nacido en Buenos Aires y representante de la «territorialidad urbana» en la mesa, aceptó que el calor es uno de los causantes de los conflictos, también literarios.
«En mis relatos siempre hace calor -reconoció Almada-. Creo que el verano es la época de los mejores recuerdos: andar afuera, ir a pescar, la lectura, la llegada de mi primo que venía y se quedaba tres meses. Cuando escribí ´El viento que arrasa´ me hizo bien escribir desde la incomodidad, tratar con personajes que viven la expulsión del calor y del paisaje. En todos mis relatos hay mucha exposición del cuerpo y de los fluidos y creo que el verano es lo que me lo permite».
Después, Almada fue invitada a leer y compartió la primera página de «No es un río», su última novela. «¿Les ha pasado leer cada tanto la obra de un autor y sentir que te estuvieran dando permiso para escribir algo que tenían ganas?», les preguntó a sus compañeros de mesa y confesó que ella había tenido esa experiencia con «El camino del tabaco» de Erskine Caldwell, sobre los campesinos del algodón en Georgia.
«Sí, me pasa todo el tiempo», le respondió Quirós. «Y creo que el primer registro que tengo de eso fue cuando empecé a leer a autores de mi edad como Federico Falco o Francisco Bitar. Claro, pensaba, encontraron cómo narrar el territorio con el lenguaje cruzado con lo urbano», recordó sobre esa operación que le permitió ver como otros lograban apropiarse de su territorio desde un lenguaje que «choca con el mito, que parece exógeno». Chulak, por su parte, contó que le había pasado algo similar con los personajes «border» de Ariana Harwicz.
Después, fueron consultados sobre cómo conjugar la obra con los premios y en qué medida influyen en la carrera de un escritor.
Almada respondió con cierta honestidad brutal: «Yo soy una gran finalista pero no llego nunca. Está esa cosa de que tenés que ir a la final, perder y poner cara de contenta porque ganó el otro. No es un tema de ego, a mí lo que me interesaría de un premio es el dinero. Para los que escribimos es muy difícil ganar plata escribiendo y también ganar tiempo para escribir». Después, reconoció que a pesar de ese pragmatismo, llegar a finalista también permite que un libro se abra a nuevos lectores y ediciones.
Chulak se sintió representado por ese sentimiento de frustración que reflejó Almada: «Una vez llegué a ser finalista y después tenía el sinsabor de no haber ganado y además, tenía que soportar que me dijeran que tenía que estar contento por haber llegado a la final. Insoportable». Sin embargo, marcó una distinción y confesó que a él los premios lo ayudaron mucho a publicar: «Yo no sabía cómo publicar y no me sentía avalado. Encontré en ellos cierta legitimación, aunque sea una estupidez. No es lo mismo decirle a una editorial que el libro viene de ganar un premio, que mi viejo me dijo que es buenísimo».
Quirós, en cambio, contó que su experiencia con los premios es casi deportiva. «Yo, como seguidor de Bolaño que vivió toda su vida de los concursos, mandé a troche y moche. Sería estúpido si hablara mal de los premios porque casi todos mis libros, menos dos o tres, los publiqué por concursos. Implican dinero, abren la posibilidad de publicar y además, son una gran forma de homenajear a Bolaño», dijo.
Chulak leyó un tramo de «Tilde, tilde, cruz» -su última novela, editada por Beatriz Viterbo, ganadora del Premio Gombrowicz y una de las 10 finalistas del Premio Fundación Medifé Filba- y les preguntó a sus interlocutores si acaso hacían el ejercicio de traspolar sus historias o sus ideas a otros territorios. «No. Y creo que eso no pasa porque más que el paisaje o el ambiente, a mí me interesa encontrar un tono y ahí realmente siento que estoy en la escritura. Hay montones de historias buenas que intenté escribir y que no prosperaron porque tenía el paisaje y los personajes pero no encontraba la voz», confesó Quirós.
Almada abordó la pregunta como si fuera un desafío y tras pensar unos instantes descartó esa posibilidad de extrapolar sus historias a otras geografías: «Quienes damos taller pensamos mucho la cuestión del tema. Pero en verdad, me cuesta mucho pensar las cosas por separado. Se me aparecen epifanías o revelaciones. Y cuando se me aparece una escena, también viene el donde y el tono», sostuvo.