Por Carlos Duclos
¿85 personas muertas? Hay que decirlo con pena, pero también con enojo e indignación: fueron muchos más los muertos, porque en aquella mañana de invierno también murieron los corazones de muchos de los seres queridos de los 85. Y murieron también otras cosas importantes: murió la posibilidad de descendencia de los jóvenes que perecieron en el atentado, con lo que muchas vidas que pudieron haber sido a partir de ellos jamás fueron ni serán. Murieron sueños, proyectos, familias como tales. Murió el destino. Todos ellos, todas esas cosas fueron asesinadas.
¿85 personas muertas? Ese es apenas un número simbólico, porque a las 9.53 de aquella mañana, la Patria también recibió una herida mortal que la ha dejado en coma. En ese preciso momento también empezó a morir definitivamente la justicia, una justicia que si bien no gozaba de entera salud, hoy está moribunda, suplicando por el piso por un poco más de vida que le arrebatan con sus disparatadas y cuestionables acciones muchos jueces, fiscales, políticos, dirigentes que son serviles a su majestad la impunidad.
Serviles a sus pasiones, a su fanatismo, a sus ideologías cerradas; tan cerradas como sus propios corazones. Serviles a sus intereses y a los intereses de sus amigos y compinches de adentro y de afuera. Para las personas buenas, inocentes, que quieren una sociedad en paz y con derechos, para esas muchas veces no hay justicia; no hay justicia penal, civil, laboral o social. La que manda es la impunidad, la injusticia de todo tipo y en todo orden.
Los 85 muertos de la AMIA que algunos recuerdan hoy de corazón y otros por puro protocolo (y que otros ni recuerdan porque no les interesa), son el símbolo, el reflejo trágico y nefasto de decenas de miles de inocentes muertos en este país en las últimas tres décadas, de los que nadie se acuerda. Muertos inocentes a mano del delito y de delincuentes que gozan de impunidad total o parcial, muchas de cuyas familias se han quedado esperando en vano la mano de la justicia y solo han visto pasar a los delincuentes homicidas por el frente de sus hogares haciendo de las suyas y como si nada. En los últimos 30 años la cantidad “oficial” de homicidios en el país supera las 75 u 80 mil personas. Muchas de esas familias se han quedado doloridas y boquiabiertas ¿Por qué? Porque en este país la justicia está siendo aniquilada por una corporación indigna. Y porque además aquí los esfuerzos para lograr justicia parece que se agotan en unos, pero no son para todos.
Los 85 muertos en el atentado terrorista contra AMIA es el símbolo de un país en donde la justicia social es un sueño de algunos y una mera declamación de otros.
El atentado a la AMIA en el que murieron 85 inocentes argentinos, y junto con ellos corazones y circunstancias de vida, es el símbolo de la impunidad repugnante, de una Patria en la que sufren injustamente los buenos corazones, aquellos que con trabajo, esfuerzo, sueños y perseverancia anhelan vivir en orden, en paz, con justicia y dignidad. Pero ello paradójicamente parece imposible; imposible cuando en un país tan rico hay corazones tan pobres.