Militantes de las organizaciones armadas del ERP, FAR, Montoneros y Descamisados participaban hace 50 años de una operación conjunta para liberar a más de un centenar de presos políticos alojados en el penal de Rawson, y aunque ese ambicioso plan de fuga no alcanzó la totalidad de sus objetivos, significó un duro golpe para la dictadura militar que presidía el general Alejandro Lanusse.
Una semana después, 16 guerrilleros de los 19 que habían sido recapturados cuando intentaban abordar un avión con el propósito de llegar a Chile, eran asesinados en la base aeronaval Almirante Zar, en un hecho que se conocería como «la Masacre de Trelew».
A principios de junio de 1972, las cuatro organizaciones comenzaron a discutir y a analizar un plan de escape para los 116 presos políticos que se encontraban en Rawson.
Tras reconocer el terreno y relevar las dificultades operativas de una zona que contaba con una fuerte presencia militar, se convino que la mejor manera de concretar un plan de evasión era mediante el secuestro de un avión en el que serían trasladados los evadidos hacia Chile, donde pedirían refugio al Gobierno socialista de Salvador Allende.
En julio, la conducción de las organizaciones en Rawson había resuelto que la fuga no podía postergarse más, y confeccionaron una lista de quienes dejarían la cárcel primero en el caso de no poder concretar un escape masivo.
En cada uno de los seis pabellones del penal había grupos operativos conformados por militantes de varias organizaciones.
Mientras tanto, los militantes que coordinaban las acciones desde fuera del penal resolvieron que tomar un avión de Austral, que el 15 de agosto viajaría desde Buenos Aires hacia Comodoro Rivadavia, desde donde retronaría a la Capital Federal en horas de la tarde, con una escala en Trelew.
Dos guerrilleros abordaron el avión en Comodoro Rivadavia y tras una señal tomarían el avión en el aeropuerto Trelew para que los guerrilleros lo abordaran.
Los presos iban a llegar en camiones que estarían esperándolos en las cercanías del penal, que iba a ser tomado desde adentro por los integrantes de las organizaciones, que habían logrado introducir algunas armas al penal.
Mario Roberto Santucho, líder del ERP y Marcos Osatinsky, que estaban detenidos en Rawson, le ofrecieron a Agustín Tosco, referente del sindicalismo clasista que había protagonizado el «Cordobazo» participar de la fuga, pero «el gringo» se negó.
«Les deseo suerte, pero a mí me tienen que liberar las luchas populares», les dijo Tosco, que desde hacía un año se encontraba encarcelado en la Patagonia a disposición del Poder Ejecutivo.
Tras recibir una señal desde el exterior, el plan comenzó a ejecutarse a las 18.22 del 15 de agosto en el penal, que comenzó a ser tomado sin resistencia con las pocas armas que tenían los guerrilleros y los trajes de guardias que habían confeccionado.
En cuestión de minutos controlaban los puntos más importantes de la cárcel, incluido el arsenal.
Los presos se dirigieron a uno de los puestos de vigilancia, donde el guardia Juan Valenzuela les dio la voz de alto y se apresto a abrir fuego.
Los guerrilleros le tiraron una ráfaga de FAL y el efectivo carcelario cayó muerto y se convirtió en la única víctima de esa toma.
Los disparos alertaron a uno de los militantes que desde el exterior realizaba el apoyo para la fuga. Vio que agitaban una frazada desde una ventana del penal, pensó que todo había fracasado y ordenó el retiro de los camiones que debían llevar a los presos al aeropuerto.
Carlos Goldenberg, integrante de las FAR que tenía 18 años, esperaba impaciente ingresar al volante de un Ford Falcon al penal junto con los camiones.
Carlos vio que la puerta de la cárcel se abrió e ingresó sólo para encontrarse con Mario Roberto Santucho, Enrique Gorriarán Merlo, Domingo Menna (del PRT-ERP), Carlos Osatinsky, Roberto Quieto (FAR) y Fernando Vaca Narvaja, de Montoneros, los líderes de las organizaciones que participaron del operativo.
A bordo del Falcon, los siete dieron unas vueltas para ver si se encontraban con los camiones, pero no los encontraron y decidieron recorrer los 20 kilómetros que separaban al penal del aeropuerto de Trelew.
En la terminal aérea, las informaciones que recibían los militantes que estaban a bordo del avión eran confusas y decidieron tomarlo.
Mientras tanto u siguiendo el orden de salida, un grupo de 19 guerrilleros llamó taxis a la puerta del penal y de esa forma se trasladaron al aeropuerto, pero no lograron abordar la nave que los sacaría del país.
El grupo que iba a bordo del Falcon abordó el avión a las 19.30 junto con los militantes que lo habían tomado y los pasajeros.
Tras esperar diez minutos para ver si sus compañeros llegaban, los jefes guerrilleros ordenaron al piloto que despegase con rumbo hacia Chile.
Omar René García, un vecino de Trelew que circunstancialmente estaba en el vuelo secuestrado y fue llevado a Chile, recordó en diálogo con Télam que los guerrilleros «trataron bien» a los pasajeros y les pidieron que se quedaran «tranquilos».
«Llegamos al aeropuerto chileno, permanecimos unas horas, los guerrilleros se bajaron y volvimos a la Argentina. En aquella época se podía fumar en los aviones y nosotros charlamos con uno de los muchachos que teníamos asignados y compartimos un cigarrillo», contó García.
«Se ve que alguien contó esa situación y pasamos a ser sospechosos porque después en la Argentina nos interrogaron hasta que se convencieron que no teníamos nada que ver», recordó García.
Los 19 que llegaron sin poder tomar el avión tomaron el aeropuerto que rápidamente fue rodeado por efectivos de la Marina y el Ejército en un sitio que se extendió por horas.
Mariano Pujadas por Montoneros, María Antonia Berger de las FAR y Pedro Bonet del ERP dieron una conferencia de prensa y pidieron garantías para entregarse. Un juez y un médico debían hacerse presentes en el lugar.
Tras varias deliberaciones se produjo la rendición y los guerrilleros pidieron ser trasladados al penal, que siguió tomado hasta la mañana del 16 de agosto.
Pero los condujeron a la base Almirante Zar por el capitán Luis Sosa, quien iba a convertirse luego en uno de los máximos responsables de la masacre que iba a cometerse en los próximos días en esa unidad militar.
Al ser retirados del aeropuerto, los militantes hacían la V de la victoria y reían; habían logrado el escape de sus jefes y la operación habían conmocionado al país y golpeado a un Gobierno que buscaba una salida política ante la creciente movilización social.
Había sido una osadía que no podía perdonarse en esos convulsionados tiempos que vivía la Argentina de comienzos de los años ’70.