Por Mario Luzuriaga
Se vienen a la cabeza muchos calificativos para este hombre que noche tras noche utiliza la palabra para encantar a sus oyentes.
Pasó por varias profesiones, pero siempre eligió la radio como lugar de pertenencia. En tele estuvo con ciclos como «La barra de Dolina», «Bar el Infierno» y «Recordando el show de Alejandro Molina.
La literatura también es su refugio ya que se editaron varios libros como «Crónica del Ángel Gris», «El libro del fantasma», «Bar el Infierno» y luego se animó a la novela con «Cartas marcadas».
Hoy en día sigue al aire con «La venganza será terrible», su ciclo que lleva más de 30 años al aire y que reúne a sus fieles seguidores para que se nutran de historias, relatos, música y alguna que otra picardía.
Alejandro Dolina tuvo la amabilidad de dialogar con CLG antes de su presentación el próximo sábado en el Teatro Broadway.
—¿Qué es lo que le llama la atención cuando regresa a Rosario?
—Es una ciudad donde me gusta mucho actuar. Yo he tenido, ahora no tanto, amigos en Rosario. Pero luego se han desparramado, yo era hincha de Rosario antes de presentarme profesionalmente. Después vino a suceder que haciendo el programa, me dí cuenta de que la demografía de Rosario era muy conveniente para nosotros. La gente respondía bien y había una cantidad de público joven, y siendo un público muy difícil, a nosotros siempre nos recibió bien. Venimos más seguido a Rosario que a otra ciudad del país.
—Siempre dice usted que le gusta ver que se transmita el programa de generación en generación.
—Si eso me hace muy dichoso. Eso es lo que implica esa recurrencia, quizás también pasa lo mismo en la ciudad de La Plata. Allí hay una especie de empatía que podría explicarse si hila muy fino, y eso me gusta. De manera que, a veces dirán, «y este viene siempre, qué se piensa», pero es que me gusta (risas).
—Se nota que le gusta mucho, ya que en cada lugar que va hace referencia a lugares emblemáticos que usted visita.
—Si claro. Ahora lamentablemente no me encuentro tanto con algunas personas que antes frecuentaba, debido a que se han mudado y por ahí los veía en Buenos Aires. Pero se había armado una barrita de amigos rosarinos con los que siempre me veía, pero ahora no tanto. Pero ahora el sábado vamos a estar allí haciendo el programa y espero que no me divierta yo solo, sino que quiero darle al público un espectáculo con contenidos adecuados.
—Hablando de contenidos adecuados, uno cuando concurre como espectador, ve un show completo. En donde se encuentra con cosas que tiene que ver con el pensamiento. ¿Cree que no hay espacios para hablar sobre el pensamiento?
—Yo creo que sí. En cuanto a lo nuestro buscamos la excelencia pero a veces no la encontramos. Uno realiza una búsqueda y eso ya es un mérito, pero muchas veces no se encuentra. Ahora en cuanto la ausencia del pensamiento en los medios, siempre ha sido así. Que nosotros pertenezcamos a ese sector que alcanza la excelencia, eso no lo sé, creo que alguna vez cada tanto tenemos algún acierto. Cada tanto pasa una idea en la noche oscura se enciende una flecha luminosa con una idea.
—¿Cree que esas ideas forman parte de un acompañamiento o un respiro para el público ante tanta vorágine mediática?
—Yo no sé si es así, en cualquier caso, la noche es el momento adecuado para ese tipo de faroles. Durante el día la premura, la velocidad, incluso la velocidad física de la radio durante el día, nos impide cierta complejidad. Hay radios que tienen unos hábitos que son adecuados para ellos, que impiden el pensamiento complejo porque va demasiado rápido. Hay mucha densidad de avisos a las diez de la mañana y no hay tiempo para una situación de pensamiento compleja, porque estás a otra velocidad. Esa misma estructura de lenguaje, de retruque, de apariciones, te rechaza. Uno se imagina a tipos entrando y saliendo de los micrófonos a todo lo que da, viene el de los deportes, el tipo que conectan con no se donde; a una velocidad tan grande que resulta difícil parar la pelota y nunca se pusieron a pensar tal o cual cosa. El mismo oyente escucha la radio a ráfagas, mientras se prepara para trabajar, va de una pieza a la otra, pasa frente a la radio, entonces eso hace necesario que artísticamente sea una sucesión de silogismos breves.
—Eso es una pena…
—Por eso yo elegí la noche (risas). A la noche todos tienen tiempo y además es más fácil entusiasmarse con algo abstracto. De noche los fantasmas existe, llega la mañana y ya no.
—La radio le ha dado todo ¿Pero que fue lo que más lindo que pudo presenciar dentro de la radio?
—Yo creo que ha sido la calidad de las personas que he encontrado en la radio. Eso es lo que más me ha fascinado. Me pregunto por qué no me entusiasmó la televisión. Y la respuesta es porque a mí no me fue tan bien. Y no se cruzaron las personas admirables que yo me crucé en la radio. Cuando estaba en la radio siempre querían que me quedara y me convidaban a proyectos. En la televisión no sucedió eso, no es porque sea así por definición, solo cuento lo que me pasó a mí.
—Usted transmite esa magia que posee la radio.
—Ojalá pueda hacer eso. Para mí es una cuestión que tiene que ver con lo afectivo más que con algo inherente al medio en cuanto a su funcionamiento.
—¿Le molesta que lo obliguen a opinar de varios temas? ¿Por ejemplo de política?
—(risas) No claro, a veces es un poco fastidioso, porque piensan que tengo algo que decir respecto a algunas cosas. No es que yo tenga organizado un sistema de opiniones acerca de todos los sucesos del universo. Y a veces las entrevistas que me hacen parece eso, porque no hay un discurso o una conversación que va deslizando de un lado a otro. Sino que abruptamente, como si fueran unas palabras cruzadas, me hacen preguntas. Entonces me dicen «Segundo hijo de Noé», entonces tengo que contestar (risas). Eso me aleja del tipo que me está entrevistando porque más que producirse una exploración mutua, que podría ser interesante, se presenta como un interrogatorio que la mayoría de las veces está establecido con anterioridad. El tipo saca los temas del examen y me los toma, y uno se cansa de contestar siempre lo mismo. Entonces aparece la tentación de decir cosas que no son las que uno piensa, sino que están construidas para no contestar lo mismo que ya dijo cinco minutos atrás (risas).
—Hay valores como la palabra ¿Cree que hay una carencia de palabra tanto el discurso como en la promesa en la sociedad?
—A mí me interesa más en cuanto a discurso, porque tiene que ver con la complejidad de nuestra vida. Lo que decimos es lo que pensamos, pensamos porque decimos, sólo se puede pensar lo que se puede decir. Cuando queremos salir del lenguaje dejamos de pensar. En cuanto a la estructura de los lenguajes es un asunto en el cual estoy pensando muchas veces. Alguien que no tiene un lenguaje complejo no puede tener un pensamiento y ni una vida compleja.