Al celebrar el día de las infancias, la heterogeneidad que engloba esta denominación debe volver nuestras miradas y corazones hacia su franja más crítica: niños en situación de pobreza
Por Federico Berardi (*)
Por primera vez en nuestro país, celebramos el tradicional tercer domingo de agosto como Día de las Infancias. Esta decisión política del gobierno nacional, impulsada por la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (Senaf), del Ministerio de Desarrollo Social, busca también desde lo simbólico favorecer prácticas inclusivas y representar el mundo heterogéneo y múltiple de la niñez.
Desde el 10 de diciembre, cambiamos las prioridades y asumimos el compromiso de trabajar para poner un freno a la catástrofe social que sufren los sectores más humildes de nuestro país.
Un faro de nuestro gobierno es empezar por los últimos para llegar a todos y todas, un concepto que repite siempre nuestro Presidente. Y dentro de toda comunidad, los niños y niñas deben ser los privilegiados, por ello tenemos el deber de trabajar para fortalecer su integración. Especialmente en los sectores con mayor vulnerabilidad.
Esto se hace posible cuando hay un Estado presente, en la articulación con las provincias y municipios. Pero sobre todo a partir de un sujeto fundamental que es la comunidad que se organiza y genera respuestas solidarias. Son los “poetas sociales” que se ponen la “Patria al Hombro” a lo largo y ancho de nuestro territorio. Cuando la política pública toma registro de eso, las acciones que se apoyan en las comunidades adquieren un carácter permanente, se paran sobre cimientos sólidos.
Durante la pandemia, en materia de Infancias, también hubo un Estado presente, sensible y activo, trabajando codo a codo con organizaciones. Ni el más pesimista imaginaba esta crisis sin precedentes. Los índices recientemente publicados por UNICEF proyectan un fuerte crecimiento de la pobreza infantil. Escenario que deberá encontrarnos redoblando esfuerzos.
La salida de la pandemia, cuyo horizonte es aún incierto en cuanto a plazos y formatos, nos exige retos aún mayores. De sostener políticas articuladas e integrales, de profundizar la lógica de un Estado “en salida” y de pensar creativamente la dinámica cotidiana que adquirirán los espacios de infancia en las comunidades.
Pero sin dudas, el mayor desafío que nos dejará la pandemia es que no se profundice otro virus: el de la injusticia social. Como toda crisis, siempre golpea más a los de abajo, a los indefensos y descartables.
Al celebrar el día de las infancias, la heterogeneidad que engloba esta denominación, debe volver nuestras miradas y corazones de manera particular hacia su franja más crítica: niños, niñas y niñeces en situación de pobreza. Esto comienza en el presente: con las Infancias que al dar sus primeros pasos, lo hagan en una Argentina que se pone de pie y construye un futuro con igualdad de oportunidades para ellos y ella.
(*) director nacional de Primera Infancia del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.