Opinión

Día de la mujer indígena: existir en un mundo que se empeñó en invisibilizarla


Por Florencia Trentini, doctora en antropología, investigadora asistente Conicet, Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología (IESCT), Universidad Nacional de Quilmes

Cada 5 de septiembre, desde 1983, se celebra el Día Internacional de la Mujer Indígena. La fecha fue instaurada en el Segundo Encuentro de Organizaciones y Movimientos de América en Tihuanacu, en memoria de Bartolina Sisa, guerrera y heroína aymara que en esa fecha (pero en 1782) fue arrastrada hasta morir, después de años de luchar contra los españoles por la independencia del Alto Perú.

Como Bartolina, las «mujeres indígenas» en todo el mundo le siguen poniendo el cuerpo a distintas luchas, por la defensa de sus territorios, por el resguardo de los bienes comunes, por el acceso a la salud y la educación, y sobre todo por el derecho a existir en un mundo que históricamente se empeñó en invisibilizarlas.

1983: Primer Día Internacional de la Mujer Indígena, El Siglo de Torreón

Actualmente, en el marco del cambio climático, las «mujeres indígenas» están siendo referenciadas como «guardianas de la naturaleza», aquellas que viven en armonía con las tierras que la codicia capitalista está destruyendo. Sin embargo, esta imagen o representación corre el riesgo de despolitizarlas, de anclarlas a un pasado prístino y de ubicarlas por fuera de la historia. Lejos de esto, las mujeres indígenas están escribiendo su propia historia, y en el proceso están disputando ciertos sentidos hegemónicos que pretenden dejarlas en un lugar pasivo y romántico.

En este marco, por ejemplo, algunas de ellas discuten el concepto de cambio climático y hablan de «terricidio» para referirse al asesinato de los ecosistemas, de los pueblos que los habitan y de las fuerzas que regulan la vida en nuestro mundo. Otras hablan de «etnofemicidios» para referirse a los asesinatos que sufren en la defensa de sus territorios. En estos conceptos buscan visibilizar las múltiples violencias que viven cotidianamente, remarcando que las mismas no son únicamente producto del machismo y el patriarcado, sino que están enraizadas en la colonización y el avance del capitalismo sobre sus cuerpos-territorios-vidas.

Es justamente al «poner el cuerpo» que las mujeres indígenas ponen a jugar lo espiritual, pero también lo político, rompiendo con esa visión romántica (y machista) que las relega a los huertos, a las cocinas, a los montes, excluyéndolas de los espacios en los que se toman las decisiones. En el monte, en las cocinas, en los huertos, en las quintas, pero también en las asambleas, en las marchas, frenando topadoras, las mujeres indígenas hacen política. La hacen negociando y discutiendo esas representaciones que sobre ellas se construyen, y que muchas veces las atan y obligan a tener que vestirse y actuar de una forma determinada para ser reconocidas como «verdaderas» mujeres indígenas.

Mónica Velasco: la fuerza de la mujer indígena | Gente | tucson.com

Lejos del estereotipo, las vidas cotidianas de estas mujeres a lo largo y ancho de nuestro país son sumamente disímiles, pero en todos los territorios vienen construyendo espacios que les permitan discutir sus derechos y visibilizar y denunciar las múltiples violencias que sufren. Desde una posición sumamente política y no folklórica, están buscando instalar una forma de vivir, basada en el respeto, la reciprocidad y la complementariedad. Ese «buen vivir» apela, no solo a vivir en armonía con la naturaleza, sino a construir una sociedad intercultural, antipatriarcal y decolonial.

Si bien aún falta mucho, hemos avanzado en lograr visibilizar desigualdades de clase y de género, sin embargo, todavía es muy difícil visibilizar las desigualdades étnico-raciales en un país que se construyó como monoculturalmente blanco, europeo y civilizado. Por eso, si estamos decididas a tirar juntas al patriarcado, es sumamente importante hacer lo mismo con la colonialidad, y construir un estado verdaderamente inclusivo y plurinacional.