Por Fernando Miguel Pepe, licenciado en antropología, presidente del Colectivo GUIAS (Grupo Universitario en Investigación en Antropología Social)
El 12 de octubre de 1492 comienza el genocidio de los pueblos originarios de nuestro continente. El concepto de genocidio con el cual caracterizamos lo que se intenta invisibilizar bajo los eufemismos de «descubrimiento», «conquista», «encuentro», es tomado del modelo de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio de Naciones Unidas de 1948. Modelo que se aplicó retroactivamente a los genocidios llevados a cabo por la Alemania nazi en toda Europa y por el Imperio Otomano en Armenia.
La definición de genocidio se da al proyecto planificado para desaparecer o exterminar a un pueblo o grupo étnico determinado, su cultura, su legado, su descendencia, y no por los resultados alcanzados en sí mismo. Está muy claro que con los pueblos originarios, como en África, se aplicó un verdadero proyecto genocida, que intentó eliminar, en algunos lugares con éxito total, a nuestros pueblos y subordinar a los sobrevivientes a la esclavitud, servidumbre y mano de obra dócil al invasor.
En los últimos años, principalmente desde 1992 al conmemorarse los 500 años del proyecto genocida, la toma de conciencia de su antigua estirpe en nuestra Abya Yala -«Tierra viva» dice el pueblo Kuna de Panamá- y principalmente de su fuerte enraizamiento en los territorios, se ha despertado un gran interés por los pueblos originarios, reivindicatorio de las culturas que los europeos intentaron destruir e invisibilizar, en aras de implementar el saqueo de nuestros recursos naturales, y también de los culturales no menos valiosos e importantes.
Los pueblos originarios que habitan nuestro continente, desde hace al menos 20.000 años antes del presente, siendo conservadores en las estimaciones temporales ya que cada día un nuevo descubrimiento arqueológico hace retroceder la fecha más hacia el pasado remoto, ya en Argentina hay registros de más de 14.000 años de antigüedad, son ejemplo de resistencia.
El colonialismo encontró, desde Alaska a Tierra del Fuego, distintos grados de resistencias que se ejercieron desde el principio del proyecto genocida, dónde hay hegemonía hay siempre contra hegemonía, y que no se han detenido jamás. Es una larga historia de tinieblas con flores, revoluciones y aunque muchos no están, nunca nadie pensó besarte los pies, sintetiza el gran León Gieco.
Es por la gran diversidad de pueblos y sus distintas formas de organización social lo que permitió que ante la caída de los grandes Estados azteca e inka, numerosos pueblos resistieran con sus territorios, relativamente, libres hasta la actualidad, como es el caso de los pueblos de la cuenca amazónica, que hoy lamentablemente están recibiendo lo que parecería ser un embate final.
En nuestro territorio llegarán resistiendo en libertad hasta casi a finales del siglo XIX los pueblos: mapuche y tehuelche, en pampa-Patagonia y los pueblos qom, mocoiq, wichí, pilagá y nivaclé en el Gran Chaco. 400 años de libertad llegaron a su fin con lo que conocemos como «Campañas al Desierto», ironía del genocidio roquista.
Pero ninguna de las comunidades se han rendido, ni aún vencidas, y hoy en este nuevo 12 de octubre, las encuentra enfrentando una nueva pandemia, una más en esta larga historia de resistencias, pero con la certeza y esperanza que nada podrá con ellas y que cuando ésta nueva plaga pase, con la guía de los antiguos y con Memoria, Verdad y Justicia, los pueblos finalmente vencerán, porqué nunca nadie pensó en besarte los pies.