Por: Diego Añaños
Si quedaban dudas acerca del carácter político del apoyo del FMI a la gestión de Mauricio Macri, las mismas se disiparon rápidamente en los últimos días. La aceptación por parte del organismo de resignar el sistema de banda (inmensa) de flotación y habilitar la utilización de U$S250 millones diarios para contener el tipo de cambio, muestran a las claras que la decisión está tomada: el Fondo va a acompañar al presidente hasta las últimas consecuencias. El fracaso estruendoso de las políticas “sugeridas”, hizo que se abandonara definitivamente la función de monitorio de la evolución de las variables macro, en pos de un apoyo casi sin límites. Según algunos analistas, la decisión excede largamente a la Argentina: es Christine Lagarde la que se juega la cabeza si el programa naufraga, dada la magnitud del crédito otorgado, fuera de todo parámetro histórico del FMI. Es así, si yo tengo una deuda de $1.000.000 con un banco, estoy en problemas. Pero si la deuda es de $100.000.000 el problema lo tiene el banco.
Suele suceder, que la velocidad y la intensidad de los acontecimientos hacen que perdamos de vista la complejidad de los procesos, y sólo centremos a atención en las noticias de cada día. Sugiero que hagamos repaso de lo ocurrido en el último año, con el objetivo de tomar dimensión de los hechos.
Hace exactamente un año, el viernes 4 de mayo de 2018, los ministros de Hacienda, Nicolás Dujovne, y de Finanzas, Luis Caputo, ratificaban las metas de inflación de 15% para 2018, de 10% para 2019, y de 5% para 2020. Paralelamente, anunciaban el sobrecumplimiento de las metas fiscales y el fin de la necesidad del financiamiento externo. El lunes 7 de mayo viajaban a Washington de urgencia a pedir asistencia al FMI para sortear la crisis financiera y cambiaria. Tal fue el nivel de improvisación a la delegación argentina le costó conseguir pasaje, y aún más grave: llegaron a EEUU sin siquiera un paper con una propuesta por escrito.
Por aquellos días, el desmadre de la política económica de Cambiemos se expresaba como una crisis cambiaria. En pocos días se rifaron más de U$S10.000 millones y se elevó fuertemente la tasa de referencia de política monetaria, por lo que se decidió exponer al presidente a anunciar el inicio de las conversaciones con el Fondo para llevar tranquilidad a los mercados. Sin embargo el dólar siguió su carrera descontrolada. Estaba claro que, más que una crisis cambiaria, la crisis era POLÍTICA.
La JP Morgan calificó el acuerdo con el FMI como una BAZUCA, dado el monto del crédito, que excedía largamente lo que le correspondía a la Argentina como socio, en función de su cuota parte en el organismo. Tampoco fue suficiente, el 13 de junio la crisis se lleva puesto al presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, y con él al programa de metas de inflación. Asume en su lugar, Luis Caputo, considerado dentro del gobierno como “el Messi de las Finanzas”.
En menos de tres meses el programa se despedaza. Recordemos, por ejemplo, que si la tasa de inflación superaba el 32%, el programa iba a ser revisado, y finalmente fue de 47,6%. Pasamos de un dólar de $25 a comienzos de junio a uno de casi $40 a fines de agosto, una devaluación de casi el 60%. En ese contexto, Caputo pide un waiver al FMI para salir a enfrentar la corrida cambiaria con las reservas del Banco Central, pero la crisis es incontrolable y renuncia.
A fines de septiembre se firma un nuevo acuerdo y asume Guido Sandleris. El restyling supone una política monetaria espartana, más un sistema MUY RARO con una banda de flotación spinettiana, eterna, inmensa. Recordemos que, en la locura de los Idus de Septiembre, también se modificó el esquema de eliminación de las retenciones y se agregó el cargo fijo de $4 por dólar de productos primarios exportados. Parche, sobre parche, sobre parche. Decíamos por aquellos días que el gobierno se jugaba su bala de plata. Se pone en marcha el Plan Canje, Lebács por Leliqs, que pronto se rebelaría como un cambio de explosivos: bomba por bomba. Hoy el stock de Leliqs en poder de los bancos supera el billón de pesos.
En marzo de 2019 el FMI amplía a U$S9.600 millones la capacidad del Central para enfrentar corridas, pero con una condición: sólo puede subastar U$S60 millones diarios. Cifra por demás de exigua si tenemos en cuenta que diariamente se transan alrededor de U$S600 millones. Las subastas comienzan en abril, pero son insuficientes, como era previsible.
La semana pasada, y ante la demostración palmaria de un nuevo fracaso del Plan FAC (Fondo-Ajuste-Cosecha Récord, así lo llamábamos a comienzos de septiembre de 2018), se vino a 3° versión del acuerdo. Desaparece la ZNI (Zona de No Intervención) y se habilita al BCRA a intervenir el mercado de cambios con una dotación diaria ampliada de U$S250 millones. De hecho en la última revisión se pidió un nuevo waiver dado que no se tenían disponibles los datos de marzo. Es difícil imaginar dónde poner el próximo parche al plan, pero no hay dudas de que el FMI, o mejor dicho, Donald Trump a través del FMI, están dispuestos a seguir acompañando a Mauricio Macri, independientemente del éxito o fracaso de su política económica hasta el final de su gestión.