Opinión

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Decir vacuna es decir prevención


Por Romina Libster (*) 

Una de las preguntas que más escuché en los últimos días es: «Si las dos dosis de la vacuna contra el sarampión están incluidas dentro del calendario nacional de forma gratuita y obligatoria para todos los niños y niñas de nuestro país, ¿por qué es necesario, además, hacer una campaña?». Si les parece, intentamos contestarla juntos al final de esta columna. 

Cuando leemos o escuchamos una noticia sobre vacunas siempre se resalta la importancia de alcanzar niveles altos de cobertura, pero ¿qué significa esto? Y más aún, ¿por qué es tan importante? Vamos por partes. 

Decir vacuna es decir prevención. Las vacunas, al protegernos de muchas enfermedades infecciosas, no sólo salvan millones de vidas sino que también previenen discapacidades. 

Gracias a las vacunas se erradicó del planeta la viruela y se logró eliminar de muchos países y regiones la circulación de enfermedades gravísimas como la polio, el sarampión y la rubéola congénita. Para ponerlo en números, según la Organización Mundial de la Salud las muertes por sarampión disminuyeron un 84% de 2000 a 2016. Viéndolo de otra forma, la vacuna contra el sarampión evitó la muerte de 20 millones de personas en esos 16 años. En nuestro país, gracias a los enormes y sostenidos esfuerzos de vacunación, logramos eliminar la circulación endémica del sarampión y la rubéola. 

Para mantener semejante logro se necesita que todos aquellos que tienen indicación para vacunarse, efectivamente lo hagan. Esto tiene una razón de ser, y es que aquel que se vacuna no sólo se protege a sí mismo, sino que, al evitar que la enfermedad se disemine, genera una especie de escudo protector que cuida a aquellas personas que están alrededor y que no tienen defensas contra la enfermedad. Estas personas que no tienen defensas son, por ejemplo, los niños que todavía no recibieron su primera dosis de la vacuna; aquellos que no pueden recibirla por alguna contraindicación; los que sí se vacunaron pero no generaron las defensas esperadas; o aquellos que no se vacunaron porque por algún motivo no accedieron a la vacuna. Son grupos muy diferentes, pero todos tienen algo en común: para protegerse de estas enfermedades necesitan que los que están alrededor estén adecuadamente protegidos. 

Este efecto indirecto de protección de las personas no vacunadas en una comunidad por el solo hecho de estar rodeadas de personas vacunadas se llama inmunidad colectiva. Para alcanzar este enorme beneficio se necesita que un gran porcentaje de la población esté adecuadamente vacunado. Este «gran porcentaje» es un número mínimo (diferente para cada una de las enfermedades que gozan del beneficio de la inmunidad colectiva) que marca un límite. 

Si la proporción de gente vacunada está por arriba de este límite y aparece una persona enferma, la enfermedad se va a encontrar con el escudo protector y no podrá diseminarse, la gente no vacunada estará protegida por los vacunados y no se generará un brote de enfermedad. 

En cambio, si la proporción de gente vacunada en la comunidad está por debajo de este número límite, el germen encuentra grietas en el escudo y puede enfermar a las personas susceptibles y generar un brote. No nos olvidemos que enfermedades que no circulan en algunos países pueden circular en otros y en un mundo globalizado como en el que vivimos cualquier viajero que no tiene las defensas necesarias puede traer desde otra región un virus de sarampión escondido en la nariz. 

En el caso del sarampión, para estar protegidos los niños deben recibir dos dosis de la vacuna, la primera a los 12 meses y la segunda al ingreso escolar. Si tenemos en cuenta que del total de niños que nacen todos los años, un porcentaje no puede recibir su primera vacuna por alguna contraindicación, otros no acceden a la misma y un porcentaje pequeño no genera la respuesta esperada luego de la primera dosis, a lo largo del tiempo la cantidad de niños sin defensas contra el sarampión se acumula y pueden empezar a verse esas grietas en el escudo protector que pueden dejar pasar al virus y generarse nuevos brotes. 

Volviendo a la pregunta original, el objetivo entonces de la campaña de vacunación es llegar a todos aquellos niños que quedaron susceptibles de enfermar año tras año. 

La Campaña Nacional de Seguimiento contra Sarampión y Rubéola se realiza hasta el 30 noviembre próximo y tiene como meta vacunar a todos los niños entre 13 meses y 4 años, inclusive, con una dosis adicional de la vacuna triple viral, hayan o no recibido su vacuna inicial. 

Si entre todos logramos que los niveles de cobertura estén encima de ese límite que nos permite lograr la inmunidad colectiva, podremos impedir que el sarampión y la rubéola vuelvan a circular entre nosotros. 

(*) Médica pediatra, investigadora en la Fundación INFANT para el CONICET.